«Preparad el camino al Señor»
En el Adviento, tiempo sagrado de preparación a la Navidad, al nacimiento del Hijo de Dios, el Mesías y Salvador, se vuelve más explícita y apremiante la llamada de la Palabra de Dios a la conversión y a la renovación espiritual y moral. En este segundo domingo escucharemos la exhortación de Juan Bautista: “Preparad el camino el Señor, allanad sus senderos” (Mc 1, 3).
Benedicto XVI, en su magnífico libro ‘Jesus de Nazaret’, escribe que el Reino de los cielos, el Reino de Dios es Cristo mismo. En Cristo y a través de Él, el Reino de Dios se hace presente aquí y ahora. Al nacer Jesús en Belén, Dios mismo entra en la historia humana de un modo totalmente nuevo, como aquel que obra y salva. Por eso, el Adviento llama a la conversión a Dios, a prepararle y allanar el camino, al arrepentimiento y confesión de nuestros pecados; es un tiempo de gracia, pues Dios viene a nuestro encuentro en Cristo Jesús, en su Palabra y Sacramentos, en los acontecimientos y en los hombres: en el pobre y en el enfermo, en el sediento y en el hambriento, en el emigrante y en el encarcelado. Cristo está a nuestra puerta y llama; si escuchamos su voz y le abrimos, entrará a nuestra casa (cf. Ap 3,20).
Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que nos deje fríos. O puede que nos hayamos instalado en un modo de vida sin Dios, que pensemos no estar necesitados de conversión porque ya no sintamos ni tan siquiera necesidad de Dios. Él nos ofrece de nuevo este tiempo de gracia, nos invita a volver nuestra mirada hacia Él, a dejarle el espacio que le corresponde en nuestra vida. Porque cuando descartamos a Dios en nuestra existencia, perdemos el rumbo y comienza nuestro ocaso.
La conversión a Dios y la renovación de nuestra existencia desde Dios es una llamada válida para todos. Piden una transformación de la mente y del corazón, un cambio radical en el modo de pensar, de sentir y de obrar. Necesitamos unos ojos nuevos para ver con los ojos de Cristo, una mente nueva para pensar como El y un corazón nuevo para sentir como El. Necesitamos renovarnos interiormente despojándonos del ‘hombre viejo’ para revestirnos del “hombre nuevo creado a imagen de Dios para llevar una vida santa” (Ef 4, 22-24).
La inclinación al poder y al placer, al tener y a la codicia, a la autosuficiencia y al egoísmo nos lleva a construirnos nuestro propio reino al margen de Dios y de los demás. Convertirse significa abandonar la autosuficiencia y la falsa seguridad en sí mismo y en los propios caminos en la búsqueda de la felicidad para retornar a Dios en Cristo. Mejor: convertirse es dejarse encontrar por Dios que sale a nuestro encuentro en su Hijo, dejarse abrazar por El, dejarse perdonar los pecados y reconciliar por Dios en su Iglesia, cambiar de orientación en la propia existencia y buscar el apoyo en Dios.
Para preparar el camino al Señor o allanar sus senderos hemos abrir nuestro corazón a Dios y al hermano y cultivar las virtudes y las actitudes de la humildad y la rectitud de vida, del amor a la verdad y la justicia, de la honradez y la solidaridad, de la caridad y de la fraternidad, y de la fe y la esperanza en la salvación que sólo puede llegarnos de Dios. Esta es la buena Noticia del Adviento: Dios nos ama, nos busca y viene a nosotros como Salvador. Si le dejamos entrar en nuestra vida, entonces todo cambiará en nosotros: la tristeza se convertirá en alegría, la desesperanza en fe confiada, el miedo en fortaleza, la esclavitud en libertad y el egoísmo en amor.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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