Presencia de Dios en el barrio (II)
Queridos diocesanos:
Continúo mi reflexión anterior en que indicaba algunas pautas sobre la parroquia. En la comunidad parroquial, Dios se nos da en la Palabra y también en los Sacramentos. Al celebrar y recibir los Sacramentos participamos de la vida de Dios; por los Sacramentos se inicia, se fortalece, se alimenta o se reaviva nuestra existencia cristiana, personal y comunitaria; y además se crea, se acrecienta o se fortalece la comunión con la parroquia, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia Universal.
Entre los sacramentos destaca la Eucaristía. Es preciso recordar una y otra vez que la Eucaristía es el centro de la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana. Toda la parroquia ha de estar centrada en la Eucaristía puesto que es “una intervención de Cristo mismo que nos comunica el dinamismo de su amor. Sería un engaño pernicioso querer tener un comportamiento de acuerdo con el Evangelio sin recibir su fuerza de Cristo en la Eucaristía, sacramento que él instituyó para este fin” (Juan Pablo II). Sin la participación asidua en la Eucaristía es imposible permanecer en la fe y en la vida cristiana. Quien quiera ser cristiano necesita el alimento de la Eucaristía.
El domingo es el momento más hermoso para ir, en familia, a celebrar la Eucaristía unidos en el Señor con la comunidad parroquial. Los frutos serán muy abundantes: de paz y de unión familiar, de alegría y de fortaleza en la fe, de comunidad viva y evangelizadora.
La participación sincera, activa y fructuosa en la Eucaristía nos lleva necesariamente a vivir la fraternidad, nos lleva a la solidaridad y nos lleva a la misión. Los pobres y los enfermos, los marginados y los desfavorecidos han de tener un lugar privilegiado en la Parroquia. A ellos se ha de atender con gestos que demuestren, por parte de la comunidad parroquial, la fe y el amor en Cristo.
El Sacramento de la Penitencia será aliento y esperanza en la experiencia cristiana. La humildad y la fe van muy unidas. Sólo cuando sabemos ponernos de rodillas ante Dios por el Sacramento de la confesión y reconocemos nuestras debilidades y pecados podemos decir que estamos en sintonía con el Padre Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4). En el Sacramento de la Penitencia se recupera y se fortalece nuestra comunión con Dios y con la comunidad eclesial; la experiencia del perdón de Dios, fruto de su amor misericordioso, nos da fuerza para la misión, nos empuja a ser testigos de su amor y del perdón. La vida cristiana, personal y comunitaria, se debilita cuando estos dos sacramentos decaen.
Regenerados por la Palabra y los Sacramentos, los feligreses formarán una familia entroncada en Cristo, una verdadera comunidad cristiana. Es decir: una comunidad que acoge y vive a Cristo y su Evangelio; una comunidad que proclama y celebra la alianza amorosa de Dios; una comunidad que aprende y ayuda a vivir la fraternidad cristiana conforme al espíritu de las bienaventuranzas; una comunidad que ora y ayuda a la oración; una comunidad en la que todos sus miembros se sienten y son responsables de su vida y su misión al servicio de la evangelización en una sociedad cada vez más descristianizada; una comunidad, en fin, que es fermento de nueva humanidad, de transformación del mundo, de una cultura de la vida y del amor, de la justicia y de la paz.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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