El Sacramento de la Confirmación
Queridos diocesanos todos y queridos confirmandos:
Durante este tiempo pascual muchos de nuestros muchachos y jóvenes recibiréis el sacramento de la Confirmación. Durante años os habéis preparado para este día tan importante para vuestra vida como cristianos. Como sucesor de los Apóstoles os impondré las manos, os ungiré en la frente con el santo Crisma -aceite consagrado y perfumado-, y os diré por vuestro nombre: «recibe por esta señal el don del Espíritu Santo». Quedaréis así llenos del Espíritu Santo como ocurrió con los Apóstoles el día de Pentecostés y como ocurría cuando ellos por indicación de Jesús imponían las manos a los bautizados. Y como los Apóstoles, también vosotros, recibiréis la fuerza «para proclamar las maravillas de Dios».
La Confirmación hay que verla en continuidad con el Bautismo y la primera Comunión: los tres forman un único evento salvífico, que se llama «iniciación cristiana». Es un proceso en el que somos introducidos progresivamente en Jesucristo muerto y resucitado, nos convierte en nuevas creaturas y en miembros de la Iglesia. La Confirmación acrecienta nuestra gracia bautismal: nos une más profundamente a Dios, más firmemente a Cristo y más perfectamente a su Iglesia, y nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz (cf. Catecismo 1303).
En la Confirmación, Dios confirma su amor por cada uno de sus hijos, que nos dio en el Bautismo, y nos concede la fuerza necesaria para vivir como hijos suyos, para ser discípulos y testigos de Cristo en el seno de su familia, la Iglesia. Y Dios confirma ese amor suyo para siempre. Él nos marca con el sello imborrable del don de su amor. Con el amor de Dios y la fuerza del Espíritu Santo podemos contar siempre y en todo momento.
Por esto es muy importante que nuestros jóvenes reciban este sacramento, porque nos da la fuerza para seguir adelante en la vida cristiana. Por eso es también muy importante ofrecer a los confirmandos una buena preparación: ésta no puede quedar reducida a aprender algunas cosas, sino que debe estar orientada a una adhesión personal de mente y de corazón a Cristo y a la conversión a Él y al Evangelio, a despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia para ser discípulos y misioneros de Cristo. Así se prepararán de verdad para mantener viva la plenitud del Espíritu Santo que reciben en la Confirmación y el compromiso que asumen ese día.
La Confirmación no es obra de los hombres, sino de Dios, quien se ocupa de nuestra vida para modelarnos a imagen de su Hijo y para hacernos capaces de amar como Él. Lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida, a través de los siete dones de la sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Y estos dones nos son dados precisamente con el Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. Como dice el papa Francisco «cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros, será Él, Cristo mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra paz».
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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