Salió el Sembrador a sembrar
Queridos diocesanos:
El evangelio de este 15º Domingo del tiempo Ordinario nos propone la parábola del Sembrador. Un sembrador salió a sembrar; parte de la semilla cayó en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre zarzas y parte en tierra buena. Sólo la semilla que cayó en tierra buena dio el fruto esperado; el resto se perdió. La semilla es la Palabra de Dios, en último término, es Jesús mismo, el Verbo, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios hecho carne. El campo donde es sembrada la Palabra somos cada uno de los oyentes de la Palabra: su fruto depende de nuestra disposición, de la apertura o de la cerrazón de nuestra mente y de nuestro corazón a Dios, a su Hijo, Jesucristo, y a su Palabra. Como ocurre en muchas otras parábolas, también ésta tiene en su conjunto una sola finalidad: ayudar a descubrir el misterio de la persona de Jesús, a acogerlo y a adherirse a él.
Ya en nuestras relaciones humanas, la palabra es un don: es el principal medio de comunicación y de acercamiento entre las personas; es el medio para superar el aislamiento y la posibilidad de comunicación de sí mismo. En definitiva, la palabra es la expresión de nosotros mismos. Dios en su voluntad de comunicarse y darse a la humanidad se ha adaptado a nuestra condición humana: ha roto su lejanía, se ha manifestado y ha expresado su amor a través de la Palabra. Su Palabra es como la nuestra; pero también es mucho más: es una Palabra viva, dotada de poder, fecunda. La Palabra de Dios es vida: por ella se ha creado el mundo de la nada, por ella hemos recibido la salvación y por ella, presente en el sacramento de la Iglesia, somos amados y salvados constantemente.
La Palabra de Dios tiene fuerza: posee una potencia total para transformar los corazones. Pero no olvidemos que Dios y su Palabra no se imponen, sino que sólo se proponen a la aceptación libre del hombre. Por eso no funciona automáticamente, sino que la Palabra de Dios da fruto sólo en aquellos que la reciben sinceramente. Esta nota típica de la predicación cristiana impide la desesperanza y nos sitúa en la humildad: se presenta con toda la fuerza de la verdad y con toda la debilidad de la libertad. De su aceptación o rechazo depende nuestra salvación o nuestra condena eternas: vivir en la amistad eternamente con Dios o vivir eternamente lejos de Dios.
Como toda palabra, también la Palabra de Dios pide y espera la respuesta. La fe nos sitúa en un diálogo. Esta es la cuestión: recibir la Palabra y conscientes de la propia libertad, acogerla: y dejarse guiar y conducir para que sea la luz para la vida y que transforme los propios criterios para establecer un estilo de vida según sus postulados. Esto nos pide delicadeza espiritual y valentía para romper con las cosas que creemos de valor y en realidad no lo tienen.
Durante estas vacaciones sería una buena ocupación volver la mirada a nuestro interior para preguntarnos qué lugar ocupa Dios o qué incidencia tiene su Palabra en nuestra vida. En estos días disponemos de tiempo para la lectura y acogida personal de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento. No podemos ser pedregal, árbol sin raíces, personas seducidas únicamente por las cosas materiales. De esta manera se ahoga el proyecto que el Señor tiene sobre nosotros. Y este proyecto no se realiza cuando dejamos de ser verdaderos oyentes, cuando no acogemos la Palabra de Dios.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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