El Sacramento de la Misericordia
Durante la Cuaresma, la Palabra de Dios nos invita a la conversión de mente, de corazón y de vida a Dios. Este es el camino para prepararnos a celebrar con gozo la Pascua del Señor. El misterio de la redención de Cristo en la Cruz nos muestra que el amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado. La contemplación del amor infinito de Dios en la muerte y en la resurrección de Cristo nos desvela nuestros propios pecados y, sobre todo, la misericordia infinita de Dios, siempre dispuesto al abrazo del perdón. En la Cruz, nos dice San Pablo, “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados” (2 Cor, 5, 19). Y, el mismo San Pablo nos exhorta: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20).
El papa Francisco nos pide que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios», en el sacramento de la Reconciliación, que «nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior» (MV 17). Cuando uno se percata de lo que Dios es para el hombre, la confesión se convierte en una de las experiencias más profundas que se pueden tener sobre la tierra. Es hacer la experiencia de ser hijo de un Padre que, en vez de acusar, en vez de reprochar nuestra huida, se enternece por habernos encontrado y abrazado como bien nos lo explica la parábola del ‘hijo pródigo’ ( Lc 15,11- 32 ). Lo que menos se entiende es lo que no se ha vivido y la verdad es que los hombres hemos vivido más de la acusación que del perdón, más del miedo que de la misericordia, hasta tal punto que ésta nos parece muchas veces irrazonable. No entra en las categorías de un mundo que se defiende construyendo cárceles en vez de recuperar personas desde dentro, librándolas de la esclavitud de sentirse solas o de no haber sido amadas. Dios es misericordia, perdón, brazos abiertos. Ahora bien, hemos de afirmar que Él no quiere el pecado. Por eso, Jesús, a la vez que perdonaba, decía: «Vete en paz, pero en adelante no peques más» (Jn 8,11). Son palabras que evidencian que Jesús no dudaba a la hora de condenar el pecado. Pero el pecador lo entendía porque, antes de escuchar esas palabras, se había sentido querido, amado y perdonado por Él.
Necesitamos recuperar personalmente el sacramento de la Penitencia ante su olvido o su rechazo. En su catequesis sobre el sacramento de la Penitencia (19.02.2014), el Papa Francisco nos invitaba a preguntarnos: «¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? … si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! … Sé valiente, y adelante con la Confesión». Para dar este paso es preciso que seamos humildes y reconozcamos que somos pecadores y que hemos pecado; es decir, que hemos fallado al amor de Dios al transgredir por acción o por omisión sus preceptos, que son los caminos que nos llevan a la Vida. Así nos lo desvelará un buen examen de conciencia, que no es sino la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección. Al examen sincero de conciencia ha de seguir la contrición o dolor de los pecados, que supone un rechazo claro y decidido de los pecados cometidos junto con el propósito de no volver a cometerlos por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. Todo ello nos llevará a la confesión personal e integra de todos y cada uno de los pecados graves que se recuerden y también de los veniales para dejarnos abrazar por el amor misericordioso de Dios que nos perdona en la absolución del sacerdote y a cumplir la penitencia en satisfacción por nuestros pecados.
Dejémonos cautivar por la belleza irresistible de la misericordia de Dios. Sólo quien vive en paz con Dios puede vivir en paz también consigo mismo y con los demás. Y el sacramento de la Confesión “es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo”. Acerquémonos «al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia» (Hb 4,16).
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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