«Estuve enfermo y me visitasteis»
En la Jornada Mundial del Enfermo el día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, resuenan las palabras de Jesús: “Venid vosotros benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo… porque estuve enfermo y me visitasteis… cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 34.36.40). Al final de nuestros días nos examinarán del amor, especialmente de nuestro amor a los enfermos, que hemos de tener los cristianos en nuestra vida personal y comunitaria. Nuestro a amor a Cristo se vive y se muestra en nuestro amor a los enfermos, que están unidos a la carne de Cristo sufriente.
Un aspecto primordial en la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana, de toda verdadera parroquia, es la atención, el cuidado, la ayuda y el acompañamiento de los enfermos: así se traduce en obras nuestro amor a los enfermos, especialmente a aquellos que sufren una larga enfermedad. Son los que más necesitan nuestro cuidado y nuestro amor, pero lo que a veces es también más costoso.
La Jornada del Enfermo nos invita de nuevo a dirigir nuestra mirada a Cristo, para que, escuchando su palabra, nos sintamos impulsados hacia un renovado compromiso de amor en tantas situaciones de sufrimiento físico y moral. El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. Es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento y la enfermedad llaman a nuestra puerta. La «clave» de dicha lectura es la cruz del Señor. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad y nuestro dolor, asumiéndolos sobre sí en el misterio de la cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene un sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde hace dos mil años, desde el día de la pasión de Cristo, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Como a su Hijo, Dios nunca nos abandona, tampoco en la enfermedad. Quien sabe vivirla así, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de gracia, de esperanza y de salvación, no sólo para los enfermos sino también para quienes los cuidan.
Glosando la frase del libro de Job, «era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (Jb 29,15), el Papa Francisco nos invita a todos a abrir nuestra mente y nuestro corazón para obtener la sabiduría del corazón, que es el don del Espíritu Santo a quienes saben abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconocen en ellos la imagen de Dios y de su Hijo. Quien acoge esta sabiduría del corazón servirá al hermano enfermo, estará con él y lo acompañará, saldrá de sí mismo para ir a su encuentro y el de Cristo presente en el hermano enfermo y se solidarizará con él con verdadera compasión.
Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la vida de todas nuestras comunidades cristianas. Es en el territorio de la parroquia donde vive la mayor parte de los enfermos y las personas que los cuidan, que nunca pueden ser olvidados por la comunidad parroquial. Toda comunidad cristiana ha de acoger y preocuparse por los enfermos y por sus familias.
A María, salud de los enfermos, encomiendo a todos los que sufren la falta de salud. Bajo su protección maternal pongo a quienes los cuidan, a todos cuantos trabajan en el mundo de la salud así como en la pastoral de los enfermos, sacerdotes y voluntarios.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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