Caridad hacia los enfermos
En la Jornada mundial del enfermo, el 11 de febrero, Fiesta de la Virgen de Lourdes, nuestra atención se centra en las personas enfermas y en todos aquellos que les prestan asistencia y cuidado. Recién terminado el año de la fe, el lema de este año reza «fe y caridad», y lleva como subtítulo “también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”. Estás palabras de Jesús nos recuerdan que la fe en Dios, que es Amor, sólo estará viva si se muestra en obras de amor hacia Dios y hacia el hermano; o, mejor, en obras de amor hacia Dios presente en el hermano, en el enfermo, en el atribulado o en el necesitado.
«Venid vosotros, benditos de mi Padre, … porque estuve enfermo y me visitasteis», dirá Jesús al final de los tiempos «porque cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis» (cf. Mt 25, 34.36.49). La relación de fe del bautizado con Dios en Cristo llama a amar al hermano, en especial al que sufre, como si del mismo Cristo se tratara; un amor que transparente el del Padre, encarnado en el Hijo y derramado en nuestros corazones gracias al Espíritu Santo que se nos ha dado. Ese amor derramado en nosotros tiene necesariamente que mostrarse en la cercanía, solicitud, afecto y amor entregado de cada uno a los enfermos y en nuestra acción pastoral como Iglesia; de lo contrario “nuestra fe será vacía”, como nos recuerda la carta del Apóstol Santiago.
Queridos enfermos: sentid en esta Jornada el afecto y el recuerdo, hecho oración, de nuestra Iglesia diocesana y de vuestro Obispo. Muchos de vosotros sabéis que un momento muy especial de la Visita pastoral a las parroquias es la visita a cada uno de los enfermos en vuestra casa. En cada uno de vosotros nos encontramos con el Señor mismo. El Papa Francisco nos recuerda en su mensaje que, en los enfermos, «la Iglesia reconoce una presencia especial de Cristo que sufre». Quien ama al enfermo, ama al mismo Cristo.
Dentro de nuestro «sufrimiento está el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido». En la Cruz, Jesús, el Hijo de Dios, destruye la soledad del sufrimiento e ilumina su oscuridad; en la Cruz, Jesús sufre y muere por nosotros; en la Cruz, Dios mismo muestra el misterio de su amor por nosotros, que, como a su Hijo, no nos abandona nunca ni tan siquiera en el sufrimiento o en la muerte; y así nos infunde esperanza y valor ante dolor y ante la muerte. «Esperanza, dice el Papa, porque en el plan de amor de Dios también la noche del dolor se abre a la luz pascual; y valor para hacer frente a toda adversidad en su compañía, unidos a él», ofreciendo por amor a Dios y a los hermanos, el propio sufrimiento y dando la propia vida, como Jesús.
De otro lado, en virtud del Bautismo y la Confirmación, los cristianos estamos llamados a configurarnos con Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. Jesús estuvo siempre cerca de los que más sufrían y ofreció su amor sanador a enfermos y doloridos por cualquier causa. Como Jesús estamos llamados a curar los corazones heridos y rotos por la enfermedad y la vida. El amor a los enfermos no puede faltar nunca en la vida de un cristiano como tampoco puede faltar en la preocupación y en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana y de cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar destacado en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo el ejemplo de Cristo al modo del buen samaritano. A María, salud de los enfermos, le pedimos con confianza filial que ayude a los enfermos a vivir su propio sufrimiento en comunión con Cristo y que sostenga a todos los que los cuidan.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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