Nos apremia el amor de Cristo
Queridos diocesanos:
En los días previos a la Fiesta del Corpus Christi, nuestra Iglesia diocesana celebra la «Semana de la Caridad». La Eucaristía es, en efecto, el Sacramento del amor; en ella, Cristo Jesús nos ha dejado el memorial de su entrega total por amor en la Cruz, él mismo se nos da como el Pan de la Vida y se queda presente entre nosotros para que, en adoración, contemplemos su amor supremo y nos dejemos empapar de él.
La Eucaristía es vital para todo cristiano y toda comunidad cristiana; es la cima hacia la que caminan y la fuente de la que se nutren. Sin la participación plena y fructuosa en la Eucaristía, la fe y vida de todo cristiano languidecen, se apagan y mueren. En la Eucaristía, el Señor mismo nos invita a su mesa y, sobre todo, se nos da Él mismo en su Cuerpo partido y repartido y en su Sangre derramada y entregada. En la comunión del Cuerpo de Cristo, el Señor nos atrae hacia sí, nos transforma y nos une a los cristianos consigo, y en la comunión de todos con Él, se alcanza la comunión de unos con otros. La Eucaristía crea y recrea la nueva fraternidad que, como el verdadero amor, es expansiva y no conoce fronteras.
La Eucaristía tiene por ello unas exigencias concretas para cada comunidad eclesial y para cada cristiano; en ella está enraizado el mandamiento nuevo del Amor. Cada comunidad eclesial y cada cristiano estamos llamados a ser testigos del amor de Cristo, que celebramos y del que participamos en la Eucaristía, para que este amor llegue a todos. El Amor celebrado ha de convertirse en un amor vivido.
Por esto mismo, la Iglesia celebra en la Fiesta del Corpus el Día de la Caridad. Ante la profunda y duradera crisis económica, que padecemos, Cáritas nos recuerda que el amor de Cristo nos apremia a rescatar la pobreza, que siempre y sobre todo tiene un rostro humano. Es el rostro de aquellos que en número creciente se quedan sin trabajo, el rostro de tantos y tantos que se quedan sin el subsidio de desempleo, el rostro de tantas familias enteras sin trabajo ni subsidio, sin medios para comida, medicina o artículos de higiene, sin posibilidad de pagar el alquiler de la vivienda, los gastos corrientes de luz y agua, sin olvidar las hipotecas. No olvidemos tampoco la crisis de valores morales y espirituales, que son la causa de la crisis económica.
«El Año de la fe -nos dijo el Papa Benedicto XVI- será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. … La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda…. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros» (Porta fidei, 14).
Los pobres no nos pueden dejar indiferentes. La Eucaristía y el Mandamiento Nuevo del amor nos urgen a redoblar nuestro compromiso personal y económico. El Señor Jesús nos llama a reconocerle, acogerle y amarle en el hermano necesitado hasta compartir nuestro pan, nuestra vida y nuestra fe con él. A todos los fieles os pido que colaboréis generosamente con vuestro tiempo y con vuestra aportación económica.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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