«Su mañana es hoy»
Queridos diocesanos:
En el mes de febrero, la Organización católica Manos Unidas toca cada año a nuestras conciencias, espolea nuestra sensibilidad y nos llama a ser generosos. La Campaña de este año, bajo el lema “Su mañana es hoy”, está dedicada a uno de los problemas más graves que asolan nuestro mundo: la mortalidad infantil de niños menores de cinco años. Con su insistencia acostumbrada apela a nuestra humanidad y a nuestra fe cristiana para que todos pongamos algo de nuestra parte para solucionar este problema.
Cierto que si miramos a nuestro país y a los países desarrollados, podemos decir que la mortalidad infantil ya no es un problema social. Sin embargo, para los países del Sur las estadísticas ofrecen una realidad bien distinta: si bien desde 1970 han muerto 210 mil niños menos cada año, en 2008 todavía murieron 8,8 millones de niños menores de cinco años. Más grave aún es que la mayor parte de las muertes de esos niños se producen por causas fácilmente evitables desde el punto de vista médico y también económico. En efecto, las causas principales de la mortalidad infantil son las diarreas, el sarampión, la desnutrición y la falta de atención médica en el parto y postparto. No se trata, pues, de enfermedades incurables, catástrofes o accidentes, sino de situaciones, afecciones o enfermedades con perfecta y fácil solución o curación hoy. Se siguen dando por la miseria y el abandono de los niños más pobres de la tierra.
Ante esta cruda realidad, necesitamos rearmar nuestras actitudes y valores. Hemos de colocar de nuevo lo importante en su lugar. Y lo importante, desde el punto de vista humano y cristiano, es la persona, creatura de Dios. Y el primordial derecho de cada ser humano, que abre la puerta a todos los demás, es el derecho a la vida, y que ésta sea digna. No podemos seguir confundiendo el Bien y el bienestar con el bienestar material, la felicidad con la diversión y la realización humana plena con el éxito laboral. Hay que dejar de entronizar la libertad individual como valor supremo, al que deben supeditarse todos los demás valores, incluso la verdad, la responsabilidad, el bien común y la misma vida humana. Una sociedad que protege más a los animales que al ser humano en el inicio de su vida, o que permite matar a sus propios hijos (en el aborto ocurre) no puede sentir dolor, ni solidaridad, ni preocuparse y mucho menos ocuparse en ayudar a los niños e hijos de los demás, y que además viven lejos. Sin embargo, si colocamos a Dios en el centro de nuestras vidas, descubriremos que toda persona tiene una dignidad inviolable y un derecho primordial a la vida y una vida digna, y que todos los hombres somos hermanos. Cuando nos sintamos hermanos de todos los hombres, nos dolerá en lo más profundo la muerte de niños menores de cinco años.
Benedicto XVI en su última encíclica nos recordaba que “la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo”. Si somos abiertos a la vida, también trabajaremos por la vida de los niños y para que sea tratada con esmero. Cooperemos con generosidad con Manos Unidas en su lucha contra la mortalidad infantil.
Jesús nos dice: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge, y el que me acoge a mí, no me acoge a mí sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37). En aquel niño, Jesús se identifica con todos los niños del mundo y de la historia. No lo olvidemos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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