Al servicio de la caridad
Queridos diocesanos:
En este curso pastoral nos vamos a centrar en el cuarto objetivo de nuestro Plan Diocesano de Pastoral: la caridad y el compromiso de los laicos en la vida pública.
La Eucaristía –veíamos el curso pasado- es el centro de la vida de los cristianos y de toda la Iglesia. En ella, el sacramento de la caridad, se actualiza el misterio redentor del Señor: Cristo se ha entregado por amor hasta el extremo para que el mundo tenga Vida. La Eucaristía es un misterio que hemos de creer, celebrar y vivir. Lo uno lleva a lo otro. No nos podemos quedar en creer en la Eucaristía y celebrarla; ésta pide ser prolongada en el día a día hasta hacer de la propia vida una existencia eucarística; es decir, una ofrenda de amor a Dios, que nos ha amado en su Hijo, y una ofrenda a Dios que se hace servicio de amor a los hermanos.
La caridad no es un añadido en la vida de la Iglesia y de los cristianos; es parte integrante de su ser, de su vida y de su misión. El Papa, Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, nos dice que la naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos, en especial de la Eucaristía, y servicio de la caridad. Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse la una de la otra. Para el cristiano y para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. La Iglesia y los cristianos servimos a la caridad por vocación propia y no para suplir las lagunas de la sociedad. .
El servicio de la caridad no es, pues, algo optativo o algo secundario, sino algo que no puede faltar en nuestra Iglesia diocesana, en toda comunidad parroquial y en la vida de todo cristiano. Como el buen samaritano, hemos de estar atentos y atender con diligencia, amor y gratuidad al prójimo necesitado. “La caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14) a vivir para Cristo, desde Él y con Él, el servicio de amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nuestra caridad arraiga y se alimenta en el amor mismo de Dios a la humanidad; es su prolongación y tiene una preferencia especial por los más pobres y excluidos. Cada cristiano y cada comunidad eclesial han de ponerlo en práctica y no pueden descuidar el servicio de la caridad.
Y puesto que el mundo es el ‘campo’ en el que Dios pone a sus hijos como buen grano, los cristianos laicos, en virtud de su bautismo y de su confirmación, y fortificados por la Eucaristía, han de vivir la caridad en medio de las condiciones comunes de la existencia. Esto llevará a los laicos a “buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios… A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor” (LG 31). A partir de una vida cristiana intensa y coherente, alimentada en la Palabra y en la Eucaristía, el cristiano puede y debe crear y construir la ‘civilización del amor’.
Sin la gracia de Dios, sin la savia de la Vid que es Cristo Jesús y sin la fuerza del Espíritu nada podemos ser o hacer ni como cristianos ni como Iglesia. Vivamos el nuevo curso pastoral con ánimo y esperanza renovados. No estamos, ni caminamos ni trabajamos solos: El Señor Jesús y su Espíritu nos iluminan, alientan y fortalecen.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!