Prudencia y atención en el tráfico
Queridos diocesanos:
Ante la cercanía de fiesta de San Cristóbal y el inicio de las vacaciones del verano, cada primer domingo de julio, desde hace ya 50 años, celebramos en la Iglesia en España la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. La Iglesia nos invita a tomar conciencia del significado del tráfico y de la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia en la carretera y en la calle. No podemos, en efecto, ignorar que nuestras imprudencias pueden causar desgracias. Ya el Concilio Vaticano II decía en la Constitución Apostólica Gaudium et Spes: “Algunos subestiman ciertas normas de la vida social, por ejemplo, las referentes a las normas de vialidad, sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo”.
La movilidad y la conducción pertenecen a nuestra vida cotidiana. Los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna son expresión de la vida como viaje y como camino. En estos días, millones de personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de ellas; y millones de personas lo hacen diariamente por motivos laborales y sociales.
Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así. Es cierto que el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido notablemente en la última década. Con todo, es preciso seguir redoblando los esfuerzos por parte de conductores y peatones y desde todas las instancias públicas y privadas para seguir reduciendo los accidentes. No está de más recordar una vez más la gravedad y las consecuencias graves de los accidentes viales, ya sean de tipo familiar o personal (heridos y muertos), ya de tipo económico social (daños materiales, hospitales, medicamentos, incapacidad laboral). Con razón se puede considerar que los accidentes de tráfico constituyen hoy una epidemia para la sociedad moderna.
La circulación, como actividad humana libre, está sometida a unas leyes éticas o morales, derivadas de la naturaleza misma del hombre en relación consigo mismo y con los demás. Para un creyente estas normas naturales tienen su complemento y perfeccionamiento en las normas positivo-divinas en las que se encarna la voluntad de Dios, como reflejan los mandamientos “no matarás” y “no hurtarás”. Estas normas urgen a todos quienes tienen relación con la carretera como conductor o vigilante del tráfico, como constructor o cuidador de vías y vehículos, o como simple peatón. Porque en la actividad del tráfico son muchas las personas y los bienes que estas normas principios protegen: al conductor y su familia, a los otros conductores y los viajeros, a los peatones, la sociedad y los bienes materiales.
No olvidemos que conducir y transitar quiere decir ‘convivir’. Esto pide de todos los implicados hacer que la carretera y la calle sean más humanas. El automovilista o el peatón nunca están solos. Conducir un vehículo o transitar son, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse y de integrarse en una comunidad de personas. Esto pide de todos dominio de sí mismo, prudencia, cortesía, espíritu de servicio adecuado, conocimiento de las normas del código de circulación, y también estar dispuesto a prestar una ayuda desinteresada a los que la necesitan, dando ejemplo de caridad.
Conducir quiere decir también controlarse y dominarse, no dejarse llevar por los impulsos. Hemos de cultivar esta capacidad personal de control y dominio para evitar los gravísimos daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de los bienes, en caso de accidente. Nuestra actitud debería ser mantener en todo momento la prudencia y la atención. La mayor parte de los accidentes es provocada, precisamente, por falta de atención y por imprudencias. Por eso la prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en relación con la circulación. Esta virtud exige tomar precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión. Desde luego, no se comporta según la prudencia el que se distrae al volante con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva, el que descuida el mantenimiento de vehículo o el que conduce bajo los efectos del alcohol u otras sustancias. Para incrementar la seguridad en el tráfico no bastan las sanciones; es necesaria una acción educativa que conciencie a todos sobre la responsabilidad de cada uno en el tráfico.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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