Vacaciones: tiempo de encuentro
Queridos diocesanos, turistas y visitantes:
Estamos en plenas vacaciones de verano. Muchos disfrutan de la playa o de la montaña; otros viajan para visitar otras ciudades y países; y otros muchos se quedan en casa o regresan a nuestros pueblos.
Es propio de las vacaciones poder realizar otro tipo de actividades, distintas a las del resto del año. Se dispone de mucho tiempo y se puede elegir libremente qué hacer con él. Se puede simplemente matar el tiempo o, por el contrario, aprovecharlo de forma enriquecedora. En estos días se busca sobre todo el descanso, que no es lo mismo que no hacer nada. Descansar es buscar el reposo y el sosiego interior. Pero los caminos que se eligen muchas veces no llevan al reposo. Con frecuencia se terminan las vacaciones o se regresa a casa de vacaciones con más cansancio. Y esto ocurre porque no se ha dado con la clave del descanso.
Las vacaciones son un tiempo privilegiado para favorecer el descanso físico y psíquico; pero también nos ofrecen mucho tiempo para la lectura formativa, para la reflexión, para la convivencia y para el encuentro con nosotros mismos, con la familia, con los amigos, con otras culturas, con la naturaleza y con Dios.
Las vacaciones estivales son una oportunidad para encontrarse o reencontrarse, en primer lugar, consigo mismo. Nuestras ocupaciones diarias a lo largo del año nos dejan poco espacio para el silencio y para la reflexión. No sólo necesitamos el descanso físico; también nuestro espíritu pide una renovación permanente. Cuidar del cuerpo y del espíritu, ambas dimensiones han de ejercitarse para que haya vacaciones de verdad. Es sintomático constatar que en nuestra sociedad hay una especie de enfermedad muy extendida. Consiste en tomar la vida con superficialidad sin ahondar en el sentido de la misma. Corremos el peligro de dejarnos llevar y andar distraídos por la vida. Las necesidades del espíritu no se cubren con una jornada llena de actividades superficiales en las vacaciones; se puede dedicar tiempo a la reflexión, a la oración, a la lectura y a la meditación sobre el sentido profundo de la vida en un ambiente sereno.
Estos días sirven también para el cultivo de la relación entre los esposos y con los hijos, para dedicarles todo el tiempo que a lo largo del año las actividades y los horarios laborales no nos permiten ofrecerles. Hay mucho tiempo para cultivar el amor entre los esposos y con los hijos: tiempo para dialogar y conocerse mejor, para afrontar dificultades y compartir proyectos, para disculpar y perdonar, para sanar heridas… Hay que estar atentos para que no sean precisamente los momentos de ocio y de diversión, los que deterioren y rompan la relación entre los esposos, como tantas veces ocurre. Son días también para el encuentro o rencuentro con los seres queridos y los amigos, para fortalecer los vínculos familiares y de amistad.
El tiempo de vacaciones ofrece oportunidades únicas para contemplar la naturaleza; es un ‘libro’ maravilloso al alcance de todos, de los grandes y de los pequeños. En contacto con la naturaleza, la persona recobra su justa dimensión, se redescubre criatura, pequeña pero al mismo tiempo única, ‘capaz de Dios’, porque interiormente está abierta al Infinito. Impulsada por la pregunta sobre el sentido de la vida que la apremia en el corazón, percibe en el mundo circundante la huella de la bondad, de la belleza y de la divina Providencia, y de una forma casi natural se abre a la alabanza y a la oración.
Los días de vacación ofrecen también más tiempo para compartir con el necesitado y para dedicarlo a Dios: son una ocasión muy propicia para profundizar nuestra relación con Dios y para ahondar en nuestra vida cristiana, acercándonos más a Cristo a través de la oración y los sacramentos. Las vacaciones no pueden suponer un alejamiento de Dios. Al contrario, deben ser tiempo para llenarnos de Dios, para dejarle hablar en nosotros y para sumergirnos en Él. Dios no se toma vacaciones en su búsqueda de amor al hombre. Estos días pueden ser tiempo excepcional para ir a su encuentro; o mejor, para dejarse encontrar por Él. En la playa, en la montaña, en la serranía, podemos descubrir la presencia de Dios y alabarle por haberla hecho tan hermosa. También en el ocio y en la diversión podemos y debemos vivir nuestra condición de cristiano, sin avergonzarnos de serlo. También en verano, el Domingo sigue siendo el día del Señor y tenemos más tiempo para participar en la Eucaristía dominical y para hacerlo en familia.
Con mis mejores deseos, y con mi afecto y bendición para todos,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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