A favor de toda vida humana
Queridos diocesanos:
Un responsable político en España ha afirmado que la sociedad española ya está madura para legalizar la eutanasia. Se pone de manifiesto así la clara la voluntad de los actuales gobernantes. Resulta, al menos, irónico este concepto de madurez de la sociedad. Parece que se considera que la propaganda ya ha minado lo suficiente la recta conciencia sobre el deber legal y moral de respetar la vida de toda persona humana para que se acepte la eutanasia.
Para hacer social y legalmente aceptable la eutanasia, se manipula el lenguaje. Se llama muerte digna a lo que no es sino la eliminación de un ser humano. También se juega con el temor ante el sufrimiento antes de la muerte o se suscita una falsa piedad con el que sufre, porque no lleva al compromiso con él, sino a su aniquilación. O se aplica el criterio tan relativo y arbitrario como ‘calidad de vida’ para decidir quién tiene derecho a seguir viviendo o ha de ser eliminado.
En la eutanasia está en juego la dignidad de las personas y la vida que hemos recibido. Es evidente que todo ser humano tiene la experiencia de que ha recibido la vida, que ésta le ha sido dada, que él no se ha creado. Una vez recibida la vida, no se puede hacer lo que quiera con ella, con la propia y con la ajena; toda vida ha de ser respetada desde su concepción hasta su muerte natural por todos y protegida por el Estado.
La eutanasia es siempre una forma de homicidio, pues implica que un hombre da muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y de los cuidados debidos. La eutanasia es, en efecto, la acción cuya intención es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida ya no merece ser vivida ni mantenida. Se trata pues de un mal moral grave, una grave violación de la ley de Dios por eliminar deliberadamente la vida de una persona humana. Cosa distinta es aquella acción u omisión que no causa la muerte por si misma o por la intención, como son la administración adecuada de calmantes, aunque puedan acortar la vida, o la renuncia a terapias desproporcionadas, que retrasan indebidamente la muerte.
Cuando se defiende la dignidad de toda vida humana no se trata de ir contra nadie, sino de favorecer y defender toda vida humana hasta su final natural, por más que la eutanasia pueda parecer útil o digna a una mentalidad utilitarista, hedonista y egoísta. Se trata de respetar la vida de todo ser humano y su verdadera dignidad. Porque la vida humana tiene su origen y destino en Dios, es digna siempre, también la de los débiles, enfermos, discapacitados o ancianos. La vida es un don al que, como a la libertad, no se puede renunciar o del que no pueden disponer los demás y que el legislador debe proteger para todos para garantizar la igualdad de todos ante la ley.
Con mi afecto y bendición
+ Casimiro López
Obispo de Segorbe-Castellón
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