Educar a los niños en la Misericordia
El Papa Francisco nos pide vivir el Jubileo de la Misericordia a la luz de la Palabra del Señor, que nos dice: «Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36). Jesús nos propone aquí un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría, de paz y de felicidad plena: es la llave para entrar en el Reino de los cielos: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).
El ejercicio de la misericordia, no es innato; necesita educación. Si la educación ha de ser integral para colaborar al crecimiento y desarrollo de toda la persona, si debe encaminarse a facilitar a cada niño la relación consigo mismo, con los demás, con Dios y con la creación, no cabe duda de que es urgente educar en misericordia, ya que ésta contribuye a hacer un mundo más humano y un mundo según el plan de Dios. No hay ninguna de las aspiraciones del ser humano que, de una u otra forma, no hallen respuesta en las catorce obras de misericordia que concretan el concepto misericordia.
Educar en misericordia es la bella tarea de todo educador cristiano siempre y, en especial en este año: padres, catequistas, profesores, sacerdotes, monitores del tiempo, etc.- todos tenemos el deber y la alegría de educar a nuestros niños en la misericordia, para que sean misericordiosos como el Padre, sabiendo que es la clave de su crecimiento como persona y de su felicidad.
Para ayudar a nuestros niños a ser capaces de misericordia hemos de ponernos antes de nada a la escucha de la Palabra de Dios y contemplar la misericordia de Dios, sobre todo en la persona, palabras y gestos de Jesús, para experimentarla, dejarnos cambiar el corazón y asumirla como propio estilo de vida.
La misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón ante toda miseria espiritual o material de otro; es un sentimiento que mueve a nuestra voluntad a socorrer al necesitado. Significa colocar la miseria del prójimo en nuestro corazón. En un corazón que se compadece y que actúa. Es tener un corazón compasivo, que se duele por la miseria, la desgracia, el infortunio, la estrechez de otro, por su falta de lo necesario para sus necesidades básicas, por su pobreza material y espiritual.
La misericordia no consiste sólo en socorrer al que es materialmente pobre, sino a todo el que padece cualquier otro tipo de pobreza. La pobreza no es siempre solamente pobreza material, falta de alimento o de vestido. Hay otras carencias interiores que no se “ven” si no se tiene “ojos de misericordia”, otras miserias que atentan contra la dignidad humana. Por eso es necesario ayudar a los niños a mirar a los otros con «ojos de misericordia». Dios dijo que “no sólo de pan vive el hombre”. De ahí que lo que nos debiera movilizar a mayor celo sea la miseria espiritual, la persona que vive enemistada con Dios, que lo desconoce o que lo ignora, o que está enemistada con otros.
Como decía Saint Exùpery, lo “esencial es invisible a los ojos”, de ahí que haya que esforzarse en penetrar en ese misterio que es el alma y el corazón del hombre que sufre. Los que sufren de ignorancia, desconcierto, incertidumbre y confusión por no conocer la verdad, los que sufren desorientados y confundidos porque necesitan luz y consejo, los que sufren alejamiento de Dios y de los demás. La prueba de que una persona sin carencias materiales es alguien necesitado de misericordia son sus síntomas de infelicidad, confesados o encubiertos. Allá donde una persona padece infelicidad está precisando de misericordia; y, si hay falta de alegría, la señal es inequívoca.
Jesús nos propone como ejemplo de misericordia al buen Samaritano, quien se compadece de un hombre asaltado por los ladrones a la vera del camino. El buen samaritano tuvo “compasión”, se compadeció, fue tocado en lo más profundo de su corazón por el sufrimiento ajeno. Tomó conciencia de la necesidad ajena y se detuvo. Este encuentro cambió los planes del buen samaritano, lo liberó de su egoísmo, de su propia preocupación, de sus propios planes, salió de sí y se volcó hacia el necesitado. “Ve y haz tú lo mismo” nos señala Jesús a todos en el Evangelio, mostrándonos el ejemplo a seguir, mirando y ayudando a mirar a nuestro prójimo con ojos de misericordia, para ver si nos necesita y ayudarlo hasta dejarlo en la posada, que es Dios, para que pueda seguir de pie el camino de esta vida.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón