Cuaresma, tiempo de conversión, gracia y testimonio
Con la imposición de la ceniza el pasado miércoles iniciábamos el tiempo de la Cuaresma. En nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua resuenan las palabras de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Convertirse es, en primer lugar, volver nuestra mirada y nuestro corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Dios, en efecto, se ha convertido con mucha frecuencia en el gran ausente en la vida de muchos, incluso de quienes nos consideramos creyentes. La Cuaresma es tiempo propicio para recuperar a Dios en nuestra vida, para acrecentar nuestra adhesión de mente y corazón a Dios en Jesucristo y al Evangelio. Para dejar que Dios ocupe el centro en nuestras vidas, que Dios sea Dios, debemos escuchar su Palabra, abrirnos a su amor y a su gracia, dejarnos cambiar y renovar la mente, los deseos, las actitudes, los sentimientos, las obras, toda nuestra vida. Convertirse es dejarse encontrar por el amor misericordioso de Dios, siempre dispuesto a perdonar, para vivir el camino que Él nos muestra en Jesucristo, su Hijo, el Camino, la Verdad y la Vida.
Para el camino cuaresmal de este año, el Papa Francisco nos propone una frase de San Pablo a los Corintios. Dice así: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Estas palabras del Apóstol son una invitación a todos los cristianos a una vida pobre en sentido evangélico. Ello significa, en primer lugar, seguir el camino de Jesús, que siendo rico, se hizo pobre, se desnudó de su rango y se vació para hacerse uno de los nuestros, para cargar con nuestros pecados y para acercarnos el amor de Dios, su gracia y su misericordia.
En la raíz de todo está el amor divino, que no abandona a sus creaturas, y «que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama». Esta es la pobreza de Cristo que nos libera y nos enriquece. Su modo de amarnos es lo que nos da la verdadera libertad y la verdadera salvación. La «pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria». La mayor riqueza de Jesús es ser el Hijo de Dios, siempre atento a la voluntad del Padre, hasta la muerte en Cruz por amor a Dios y a los hombres, sus hermanos. Jesús nos invita en esta cuaresma a «compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito». Hay una «una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo», dice el Papa.
Convertidos a Dios y viviendo como sus hijos y hermanos en Cristo, los cristianos estamos llamados a difundir y testimoniar con obras de caridad, la riqueza del amor de Dios ofrecido en Cristo para todos, haciéndonos cargo de la miseria material, moral y espiritual de los hermanos a fin de aliviarlas.
Acojamos este tiempo propicio de la Cuaresma para convertirnos a Dios hasta conformarnos con Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. Vivamos el Evangelio y testimoniémoslo con nuestras obras a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual. El mensaje evangélico se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. Desde la oración y el ayuno vivamos la caridad a Dios y a los hermanos.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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