El camino cuaresmal
Queridos diocesanos:
Con la imposición de la ceniza el próximo miércoles iniciamos el tiempo cuaresmal. La Cuaresma es un camino que nos lleva a una meta segura: la Pascua de la Resurrección del Señor, a la victoria de Cristo sobre el pecado y de la Vida sobre la muerte. La Palabra de Dios nos invita y exhorta en este tiempo a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida convertida, reconciliada y renovada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestra fe y de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos. La Cuaresma es éste un tiempo de gracia y de salvación: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación” (2 Cor 6,2).
El miércoles de ceniza, y a lo largo de este tiempo de gracia, escuchamos una fuerte llamada a conversión en la palabras del Profeta Joel: “Convertíos a mí de todo corazón” (2, 12). El cristiano está llamado a volver a Dios de todo corazón, a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca abandona; incluso cuando nos alejamos por el pecado, Jesús nos sigue esperando, y con esta espera manifiesta su voluntad de perdonar (Papa Francisco).
Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8). Él quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él, que nos ha pensado desde siempre, nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y nuestra salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y lo demás. Quien escucha su voz encontrará la clave para caminar en su vida y en su obrar, para alcanzar la verdadera felicidad, para llevar a la vida eterna, a la tierra prometida en el Paraíso.
Puede que la llamada a la conversión en la Cuaresma nos resulte tan conocida que nos sea ya indiferente. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida mundano, alejado de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que ya no sintamos ni tan siquiera necesidad de Dios ni de conversión. Es cierto que el ambiente de incredulidad y de indiferencia religiosa, favorece el abandono de la fe y de la práctica de muchos cristianos. Pero en la raíz está la falta de una fe personal y viva en Cristo Jesús, de modo que Él sea de verdad el centro de la vida de los bautizados. Por ello, este tiempo de Cuaresma, nos invita a todos los cristianos a hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestra fe y vida cristiana. La invitación a la conversión a Dios en Jesucristo y a creer en el Evangelio es una llamada y un proceso permanente en la vida de todo cristiano.
Dios no deja de hablarnos y salir a nuestro encuentro. En lo más íntimo de cada persona, en nuestra conciencia, resuena su voz. Abramos nuestro corazón a Dios, que nos habla, para escuchar su Palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella, adaptarnos a todo lo que nos dice, y dejarnos guiar por Él como llevados de la mano. Nos podemos fiar de Dios al igual que un niño se abandona en los brazos de su madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona que se deja guiar por el Espíritu Santo.
En el camino cuaresmal debemos crear silencio en nuestro interior, acallar todo en nosotros para descubrir la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Hay que afinar la sensibilidad sobrenatural para ser capaces de captar las sugerencias de la voz de Dios. Es necesario dejarse evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios -leyendo, meditando, viviendo el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre.
En su mensaje para esta cuaresma, el papa Francisco nos ofrece una sencilla, pero muy hermosa explicación de la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Os invito a leerla con detenimiento. Nos ayudará a la conversión y a la renovación de vida en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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