Enviados a ser testigos del Evangelio
Queridos Diocesanos:
El día de Pentecostés se cumple la promesa del Señor: “Os enviaré el Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en Galilea y hasta los confines de la tierra”. Recibido el Espíritu Santo y por su fuerza, los apóstoles vencen el miedo y comienzan a proclamar en público hasta los confines de la tierra la salvación de Dios, realizada en Cristo. Con el envío del Espíritu Santo comienza el tiempo de la Iglesia.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra cómo los primeros creyentes, la comunidad primitiva, eran constantes “en la enseñanza de los Apóstoles y en la comunión de vida, en la fracción del pan y en las oraciones” (2,42). Se nos presenta aquí lo que es la Iglesia y cómo ha de ser su camino en la historia. La comunidad de los creyentes, la Iglesia, es apostólica, basada en la enseñanza de los apóstoles y en comunión con ellos y sus sucesores, los Obispos; ella es igualmente orante y eucarística, por tanto vuelta hacia su Señor y centrada en Él, en definitiva, la Iglesia es ‘santa’; y la Iglesia es una y unida en torno a su Señor y la guía de sus pastores. Además, con la venida del Espíritu, la nueva comunidad se expresa en todas las lenguas; la Iglesia se entiende a sí misma ‘católica’, universal, destinada a todos los pueblos.
Recibido el Espíritu Santo, que fortalece la experiencia de su encuentro con el Señor Resucitado, los discípulos se convierten en misioneros del Evangelio, en promotores de vida, creadores de unidad y testigos de esperanza. Saben que su secreto es la fuerza y presencia del Espíritu: es la fuerza del amor de Dios, la que les da energía y les hace proceder con la audacia del que se atreve a todo porque cree en el Resucitado.
Para ser la Iglesia querida por su Señor, Jesucristo, debemos caminar hasta los confines del mundo, llevando el Evangelio a toda criatura. Todos los creyentes, sobre todo los fieles laicos, estamos llamados a anunciar el Evangelio, para que la salvación de Jesús llegue con sus efectos benéficos a todos los hombres y mujeres. Hay que superar el miedo a vivir y a presentarse como cristianos para no ser mal vistos. Es hora de no dejarse arrastrar por la ola de indiferencia religiosa o dejarse amedrentar por la corriente laicista de hostilidad contra el cristianismo. Los cristianos somos llamados a ser testigos de Cristo y de su Evangelio en todos los ambientes.
El lema de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”, es una fuerte llamada a todos a renovar el don de la fe mediante el encuentro con el Señor resucitado y vivo en su Iglesia. No podemos olvidar que, por pura gracia, hemos sido injertados en la vida de Cristo en virtud del sacramento del Bautismo y que estamos llamados a acoger, valorar y desarrollar con la fuerza del Espíritu Santo este incomparable regalo del Señor para crecer en la identificación con Él.
Desde esta comunión con Cristo, sin el cual nada podemos hacer, y desde la permanencia en las enseñanzas divinas, tenemos que salir en misión hasta los confines de la tierra. Este mandato del Señor resucitado a los apóstoles y discípulos en los comienzos de la Iglesia es también el encargo que hoy nos hace a todos los bautizados y confirmados. Así nos lo recuerda el lema elegido para la celebración del Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, en la solemnidad de Pentecostés: “Arraigados en Cristo, anunciamos el Evangelio”.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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