Jesús, luz y esperanza para todos
Queridos diocesanos:
Antes de nada os deseo a todos lo mejor para el año recién comenzado. Sobre cada uno imploro la bendición de Dios con las palabras de la sagrada Escritura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Nm 6, 24. 26). Así bendecían los sacerdotes al pueblo de Israel al final de las grandes fiestas, especialmente al comienzo del año nuevo. Con esta antigua fórmula deseo para todos que este año sea un tiempo de gracia de Dios, un año de renovación espiritual y de prosperidad material y un año en que reine la paz en vuestro corazón, en vuestras familias y en nuestra sociedad. Que las guerras den paso a una paz justa y duradera. Pido a Dios que en este Año Jubilar avive en cada uno de nosotros la esperanza. Para ello hemos de fijar nuestra mirada en el Niño-Dios, que nace en Belén. Él es el príncipe de la paz, la luz que ilumina nuestros caminos por este mundo y la esperanza que no defrauda.
En la noche santa de Navidad nace en nuestra carne el Hijo de Dios, el Mesías y Salvador, el “sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78). El Hijo de Dios viene a nuestro mundo para disipar las tinieblas del mal y de la muerte. Jesús es “la luz verdadera, que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). Jesús ilumina el origen, la existencia y el destino de todo hombre y mujer. Somos hechura de Dios, creados por amor y para el amor de Dios sin límites. El hombre sólo es digno de Dios y la gloria de Dios es que el hombre viva (S. Irineo). Este es el fundamento de la dignidad de toda persona. El Hijo de Dios, asumiendo nuestra naturaleza humana, da a cada hombre y a cada mujer una dignidad infinita que nada ni nadie le puede quitar; él da sentido y profundidad a nuestra existencia terrenal; él viene para sanarnos y salvarnos, para hacernos partícipes de la gloria de su inmortalidad. Jesús es nuestra esperanza.
El seis de enero celebramos la Epifanía del Señor, más conocida como la fiesta de los Reyes Magos. Epifanía significa ‘manifestación’. En la noche de Navidad, Jesús se manifestó en Belén como el Mesías y Salvador a los humildes pastores de la región; hoy se manifiesta como la luz y la esperanza para todos los pueblos, de todo tiempo y lugar. Los Magos, que llegan de Oriente a Jerusalén guiados por una estrella buscando al ‘rey de los judíos’ (cf. Mt 2, 1-2), representan a las primicias de los pueblos atraídos por la luz de Cristo. En Jesús, en aquel niño frágil y humilde, reconocen al Mesías buscado y esperado. Estos tres hombres, que la tradición popular llama Melchor, Gaspar y Baltasar, representan a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan a Dios, que cruzan mil penalidades y, al final, lo encuentran. En cuanto divisaron la estrella, se pusieron en camino. No saben adónde van: sólo quieren encontrarlo siguiendo su estrella. Es la nostalgia de Dios, de luz, de esperanza, de amor y de vida que todo hombre tiene en lo profundo del corazón.
Los Magos se pusieron en camino y encontraron al Mesías. Es el camino del hombre humilde y honesto que busca la felicidad, el sentido de la vida y la esperanza que no defrauda, porque va más allá de las esperanzas inmediatas. Este camino no está exento de dudas y de oscuridades; también la estrella se ocultó a los Magos. Pero es un camino que, cuando el hombre es sincero consigo mismo y se abre a Dios, llegará al portal de Belén y se encontrará con ese Dios, hecho carne, que lo ama, lo espera y le da luz y esperanza.
Con la manifestación de Jesús a todos los pueblos, Dios muestra su deseo y voluntad de iluminar, de salvar y dar vida a toda la humanidad, a todos sin distinción de raza y cultura. La estrella, que guía a los Magos, habla a la mente y al corazón de todos los hombres, también al hombre de hoy. ¿Quién no siente la necesidad de una ‘estrella’ que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra para llegar a la plenitud y la salvación?
Los Magos nos invitan, siempre y en especial en este Año Jubilar, a ponernos en camino, a salir de nosotros mismos, a dejar nuestras perezas y desidias, a peregrinar e ir al encuentro vivo y personal con Jesús luz y vida para el mundo. Como los Magos, acerquémonos al portal de Belén con una actitud humilde. Adoremos y acojamos al Niño-Dios; confesemos con alegría nuestra fe en Cristo Jesús, nuestra esperanza. Mostremos a Cristo a nuestro mundo para que Él llegue también a quienes no lo conocen y viven sin esperanza.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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