La familia, esperanza de la humanidad
Este fin de semana comienza el Sínodo ordinario de los Obispos, que se celebrará en Roma del 4 al 25 de octubre, bajo el lema: ‘La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo’. Se trata de un tema de capital importancia en estos momentos. El Papa Francisco nos recuerda que “la familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave, porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos” (EG 66).
Muchos son, en efecto, los desafíos de todo tipo ante los que se encuentra la familia sobre los que habrán de reflexionar los padres sinodales con el fin de ofrecer una ayuda a las familias para que puedan vivir hoy su vocación y su misión. Muchas son las esperanzas que hemos depositado en este Sínodo. Acompañemos con nuestra oración personal y comunitaria a los padres sinodales: pidamos a Dios que, atentos y dóciles a la voz del Espíritu Santo, descubran los caminos para seguir anunciando con fidelidad al Señor y así al hombre y mujer de hoy el Evangelio del matrimonio y la familia.
El Evangelio de la familia, su vocación y su misión, se pueden resumir en tres palabras claves: amor, vida y fe; sobre ellas y las pistas pastorales para su anuncio, acompañamiento y ayuda a las familias hoy versarán las reuniones sinodales.
La familia, fundada en el matrimonio, es y está llamada a ser una comunidad de amor. “Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, ‘de manera que ya no son dos, sino una sola carne’ (Mt 19, 6). Al bendecirlos, Dios les dijo: ‘Creced y multiplicaos’ (Gn 1, 28)» (Catecismo, Compendio, 337). «La familia -nos dice el Papa Francisco- tiene carta de ciudadanía divina… para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza» (Vigilia en el Encuentro de las Familias en Filadelfia). La familia es pues un don de Dios, un ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Esta visión positiva del matrimonio y la familia contrarresta un hedonismo e individualismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza. Promover los valores del matrimonio ayuda a vivir la felicidad que el hombre y la mujer encuentran en el amor mutuo, fiel y para siempre. La fe y la ética cristiana no pretenden ahogar el amor, sino hacerlo más sano, más fuerte y realmente libre. Para ello, el amor humano necesita ser purificado y madurar para ser plenamente humano y principio de una alegría verdadera y duradera. Además, Jesucristo elevó el matrimonio entre cristianos a la dignidad de sacramento. Los cónyuges en su vida matrimonial y familiar pueden experimentar el amor de Dios al ser humano y el amor de Jesús a la Iglesia, su esposa, que les ayuda a vivir su unión para siempre. «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9). En una situación en la que los cónyuges están en dificultad, la tarea de la Iglesia es ayudar a profundizar en el amor, la fidelidad mutua, la conversión y el perdón.
La familia es y está llamada a ser santuario de la vida, ámbito en que toda vida humana ha de ser acogida, cuidada y protegida. La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y la Iglesia y un gran tesoro de los esposos durante toda la vida. Es un bien insustituible para los esposos, para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres, y para los abuelos. Urge proclamar la verdad integral de la familia como santuario de la vida.
La familia cristiana es y esté llamada a ser transmisora de la fe. Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. “Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe de los hijos” (Catecismo, Compendio, 350).
No sólo la Iglesia, también la sociedad crece fuerte, hermosa y verdadera si se edifica sobre la base de la familia. Oremos por el Sínodo de los Obispos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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