Las vocaciones, fruto de la fe y de la esperanza
Queridos diocesanos:
El IV Domingo de Pascua, 21 de abril, domingo del “Buen Pastor”, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada. En sintonía con el Año de la fe, el lema de este año es: ‘Las vocaciones, signo de la esperanza fundada en la fe’. En efecto: las vocaciones de especial consagración son fruto de una fe confiada y llena de esperanza por parte de quien la recibe, así como de la oración por las vocaciones.
Toda vocación tiene su origen en Dios. Y Dios, que nunca abandona a su Iglesia, sigue llamando también hoy a hombres y mujeres al seguimiento de Jesús para poner su vida al servicio del Evangelio y de los demás. Es la fidelidad de Dios, sellada para siempre mediante su Hijo, muerto y resucitado para nuestra salvación, la que fundamenta nuestra total confianza en Dios, contra toda apariencia. Dios tiene un amor eterno para con su Pueblo y muestra su amor a los que se dejan encontrar por su llamada.
Ahora bien: La llamada de Dios sólo se percibe cuando se atiende a Aquel que llama en una actitud de escucha y de apertura. De ahí la importancia de la oración para la pastoral vocacional. Sólo en el encuentro silencioso y amoroso con el Señor se escucha su llamada, se aviva y se refuerza la amistad con Dios y se sienten ganas de seguir a Cristo para llevarlo a los demás. «El secreto de la vocación -nos dijo Benedicto XVI- está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir su voz. Pero para hacer esto es necesario acostumbrar a nuestro corazón a reconocer al Señor, a escucharle como a una Persona que está cerca y me ama… En una palabra: el secreto de la vocación está en la relación con Dios, en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de escuchar que Dios está cerca». Hablar de oración es hablar de fe, pues la oración es la fe en acto. Quien ora, cree en Dios y a Dios, confía y se fía de Él, reconoce y acepta el primado de Dios en su vida, acoge la llamada y entrega su persona y su vida a Dios, es decir se consagra de por vida a Él.
Por eso es necesario crear a lo largo y ancho de nuestra diócesis ‘escuelas de oración’, como el ‘oratorio de niños’ y otros modos de oración para adolescentes y jóvenes. Las vocaciones sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado mediante el acompañamiento espiritual de niños, adolescentes y jóvenes, su asidua participación en los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia y su implicación en la vida y misión de la Iglesia, sin olvidar el ambiente familiar cristiano.
También la oración individual o comunitaria por las vocaciones son expresión de la fe y de la esperanza en la fidelidad de Dios con su Pueblo. La oración por las vocaciones es, ante todo, un acto de fe y de obediencia. Jesús nos pide que “roguemos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38). Obedeciendo al mandato de Cristo, la Iglesia hace una humilde profesión de fe; al rogar por las vocaciones reconoce que son un don de Dios, que ha que pedir con súplica incesante y confiada. Nosotros no podemos producir vocaciones: deben venir de Dios. La vida sacerdotal y la vida consagrada están enraizadas en el plan de Dios para su Iglesia. No son fenómenos sociales o culturales de una época determinada, sino un don del Espíritu para la Iglesia de todos los tiempos. También para los tiempos presentes y futuros. Presente y futuro que confiamos a la bondad y a la fidelidad de Dios para con su Pueblo, la Iglesia.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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