Laudato Si’: por una conversión ecológica
El papa Francisco nos ha regalado una nueva Encíclica con el título Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, la tierra. Esta palabras son el inicio del Cántico de las creaturas de San Francisco: «Laudato si’, mi’ Signore» (Alabado seas mi Señor); el santo de Asís recuerda que la tierra es como una hermana con la que compartimos la existencia y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos. Nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7); nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. El Papa nos propone reflexiones, orientaciones y caminos para cuidar la tierra y llama a poner remedio a los males medioambientales y al problema de justicia social, unido a ellos. Lo hace en torno a tres ejes, que se pueden resumir en tres palabras: grito, don y conversión.
Basado en los más recientes descubrimientos científicos en materia ambiental, el Papa nos invita, en primer lugar, a escuchar el grito de la creación. La hermana tierra «protesta por el daño que le hacemos por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella» (2). Su gemido, unido al de los pobres, interpela nuestra conciencia a reconocer los pecados contra la creación. Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica, contribuyan al cambio climático, contaminen las aguas, el suelo, el aire: todos estos son pecados.
A partir de esta escucha es necesario volver nuestra mirada a Dios: la tierra es un don de Dios, no una propiedad; nos fue entregada para administrarla, no para destruirla. Por ello debemos respetar las leyes de la naturaleza, ya que toda la creación posee su bondad; los Salmos nos invitan a alabar y dar gracias al Creador por el don de la creación. Todos somos responsables de la creación, existe un lazo íntimo entre todas las creaturas y el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. El pecado rompe el equilibrio de las tres relaciones fundamentales: nuestra relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. De aquí que haya que plantearse las preguntas fundamentales en relación a las tres grandes rupturas.
Para su superación, la encíclica propone una ecología integral que incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea (15). No podemos entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida (139). Esto vale para la economía y la política, para las instituciones, para las distintas culturas e incluso para cada uno de nosotros. Para conseguirlo es necesaria una conversión ecológica: es necesario cambiar de ruta, asumir el desafío que nos presenta el cuidado de la casa común, detectando y asumiendo las raíces del problema, actuando desde una ecología integral que vincula el medio ambiente a las necesidades humanas y sociales. Todo ello pide un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social que facilite procesos de decisión transparentes. Pero ningún proyecto podrá ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable. Las raíces de la crisis cultural son profundas y no es fácil cambiar de hábitos de vida y de comportamientos. La educación y la formación siguen siendo clave; esto atañe a todos los ambientes educativos, en primer lugar la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis.
La encíclica es muy rica en proyecto y contenido, porque articula en un todo el problema y la respuesta a la crisis ambiental. Vincula ecología, economía, moral y religión, y constituye una vía distinta a quienes no ven la naturaleza degradada, o no valoran sus consecuencias. También es un planteamiento muy distinto del de aquellos que solo ven la naturaleza, pero de tal manera que desaparece el sujeto para la que fue creada, el hombre. Francisco afirma que todo aquello no se trata de partes separadas, el medio ambiente por un lado, la economía por otro, la ética predicando teoría, y la fe cristiana independiente de todo lo demás. No; se trata de un todo solidario. En el tiempo, entre generaciones, y también una solidaridad intrageneracional entre los que compartimos este presente, de manera que la injusticia deje de ser consecuencia necesaria, y por ello motor de muchas realidades mundanas.
Las perspectivas de pensamiento, trabajo y oración que abre este texto papal, vinculadas a las encíclicas sociales precedentes, son inmensas. Es una exigencia de todo cristiano afrontar el cuidado de la tierra con humildad, compromiso y esperanza.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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