Llamados a la misión
Queridos diocesanos:
Ya en el ecuador del curso es bueno recordar que el Señor nos está llamando en este momento a ser una Iglesia en misión; y, en concreto, en este curso a trabajar para que nuestras parroquias sean verdaderas comunidades evangelizadas y misioneras hacia adentro y hacia afuera. El Papa Francisco nos ha pedido “que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una ‘simple administración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión’”. (EG 25). Tenemos que pasar de una cultura y pastoral del mantenimiento y a una cultura y pastoral de la misión para que Jesucristo y su Evangelio lleguen a todos y a todos los ámbitos de la vida y de la sociedad.
Jesús nos sigue diciendo:“Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). Evangelizar constituye la dicha, vocación y la identidad más profunda de la Iglesia (cf. Pablo VI, EN 14), de todo cristiano, de nuestras parroquias y de nuestra Iglesia diocesana. Nos urge redescubrir nuestras señas de identidad y tener valentía para vivirlas.
La conversión pastoral y misionera de nuestra Iglesia diocesana es urgente y prioritaria, para superar inercias o tibiezas, anquilosamientos y desalientos. Presupone siempre la conversión personal y la renovación espiritual de todos: de pastores, catequistas, profesores de religión, padres y familias cristianas y fieles, en general. Su base es el encuentro personal y transformador con Jesucristo, que avive nuestra condición de discípulos misioneros suyos. Así se irán generando, con la ayuda del Espíritu Santo, una comunidad de discípulos misioneros; sólo así podremos vivir en estado permanente de misión. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120). “Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: ¡Hemos encontrado al Mesías! (Jn 1,41)» (EG 264).
Ya san Juan Pablo II nos urgía a una nueva Evangelización: nueva en su ardor, en su expresiones y en sus métodos. La novedad en su ardor se refiere al talante apostólico, al entusiasmo, alegría, vigor y convicción de los que anuncian el evangelio. La clave está en que quien hace ese anuncio sea un “hombre nuevo”, alguien que ha vivido la conversión y tiene la experiencia de encuentro personal con el Señor. Es volver al amor primero de los hombres sencillos como los apóstoles, con la valentía de Pablo y el testimonio de los mártires.
La novedad en sus expresiones consiste en, sin traicionar la fidelidad al evangelio, buscar el sentido profundo de los misterios de la fe, hacerla comprensible y experimentable al hombre de hoy. ¿Cómo entrar en diálogo con las nuevas generaciones de niños, de jóvenes y adultos, con la sociedad en general, con las nuevas corrientes de pensamiento, y con el mundo para llevarlos al encuentro con Cristo? ¿Cómo posibilitar el diálogo entre fe y cultura? Nuestra Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo contemporáneo, hacerle sentir la cercanía y misericordia de Dio, salir a las periferias geográficas o existenciales para acoger a los pobres y necesitados de cualquier clase y condición, revitalizar el primer anuncio y los lenguajes de la catequesis, de la homilía y demás medios de transmisión de la fe. Todo ello ha de estar atravesado por el testimonio de vida, el servicio a los demás y el amor entrañable a Jesucristo en la Iglesia y para el mundo.
Con la novedad en sus métodos se trata de una renovación pastoral, que deje atrás métodos ya caducos y busque la hondura y calidad de auténticos procesos evangelizadores. Para ello es imprescindible estar abiertos para conocer y acoger las experiencias válidas de nueva evangelización que están ya dando buenos frutos en otros lugares de la Iglesia. No se puede ir a un mundo nuevo por caminos viejos. Hemos de estar abiertos a los aires del Espíritu, percibir su brisa.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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