Pascual de Resurrección
Pascua es “la fiesta de las fiestas” de los cristianos, porque es el día de la resurrección del Señor. ¡Cristo ha resucitado! Este es el hecho central y la verdad fundamental de la fe y de la esperanza cristianas. Como dice San Pablo: si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe. Por ello proclamamos en el Credo, el símbolo y resumen de nuestra fe: Cristo, después de su crucifixión, muerte y sepultura, ‘resucitó al tercer día’. De nada hubieran servido la pasión y la muerte de Jesús, si no hubiera resucitado. Las mujeres y los mismos Apóstoles, desconcertados en un primer momento ante la tumba vacía, aceptan el hecho real de la resurrección; no se lo inventan, dejándose llevar por su imaginación o por no se sabe qué deseos de poder; se encuentran con el Resucitado y comprenden el sentido de salvación de la resurrección a la luz de las Escrituras.
En la mañana de Pascua, cuando fueron a embalsamarlo, el cuerpo de Jesús, muerto y sepultado, ya no estaba en la tumba; no porque hubiera sido robado, sino porque había resucitado. Aquel Jesús, a quien habían seguido, vive. En El ha triunfado la Vida de Dios sobre el pecado y la muerte. El Señor resucitado une de nuevo la tierra al cielo y restablece la comunión del hombre con Dios y la comunión entre los hombres, y se convierte así en principio de la fraternidad universal. Jesús, entregándose en obediencia al Padre por amor a los hombres, destruyó el pecado de Adán y la muerte, el alejamiento de Dios. La resurrección es el signo de su victoria, es el día de nuestra redención.
Cristo ha muerto y resucitado, y lo ha hecho por todos nosotros, por todos los hombres. Él es la primicia y la plenitud de una humanidad reconciliada y renovada. En Él todo adquiere un sentido nuevo. Cristo ha entrado en la historia humana cambiando su curso. Nuestra historia personal y la historia de la humanidad y del mundo no están abocadas a un final fatal, a la nada o al caos. La vida gloriosa del Señor resucitado es un inagotable tesoro, destinado a todos, y que todos estamos invitados a acoger con fe para compartir y proclamar desde ahora. La alegría pascual será verdadera si nos dejamos encontrar en verdad por el Resucitado, si nos dejamos llenar de la Vida y la Paz, que vienen de Dios y generan vida y paz entre los hombres. El encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación.
La Pascua descubre que la existencia humana ha sido esencialmente transfigurada. Cristo ha vencido el poder del maligno y del mal, presente en la historia humana y en nuestro mundo: como son la marginación o el rechazo de Dios y de su ley, o de la verdad, el bien y la belleza de nuestra existencia, o como son las agresividades, los odios, las violencias, las guerras, el individualismo egoísta, la búsqueda de lo inmediato, del poder y de la opresión de los demás. Cuando se descubre y acoge en la fe el significado de la Resurrección, se canta, se celebra, se vive y se testimonia con alegría. Pascua se convierte así en llamada a acoger, respetar y defender la creación y la vida, especialmente la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, nos llama a respetar y acoger a toda persona también en sus diferencias. Pascua nos llama a la reconciliación, al perdón y al amor. Pascua nos llama a ser promotores de la vida y constructores de la justicia, de la libertad y de la paz.
¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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