Profesión solemne de Sor María Sheelama
Monasterio de MM. Clarisas de Onda – 25 de febrero de 2007
(Deut 26,4-10; Sal 90; Rom, 10, 8-13; Lc 4,1-13)
Hoy nuestra Iglesia está de enhorabuena porque una de sus hijas, Sor María Sheelama, ha escogido en su vida la total consagración a Dios y en este día lo manifiesta públicamente con la ‘profesión perpetua’. No eres tú la que te apropias de este estado de vida; es el mismo Jesucristo quien te hace más propiedad suya.
Ya desde una edad temprana supiste escuchar la voz del Señor y entregarte a Él. Tu has podido experimentar en tu vida las palabras de San Pablo: “Nadie que cree en él, el Señor Jesús, quedará defraudado” (Rom 8, 12). Si sigues confiando plenamente en el Señor, podrás comprobar con el tiempo que este amor del Señor, a pesar de tus debilidades, se hará mayor realidad en ti. ¡Que esta entrega a Cristo Jesús, el Esposo, que hoy haces con alegría te motive ahora y en los días de tu vida mortal! Como dice San Agustín: «Aunque los tiempos se van y no vuelven, el alma justificada y piadosa armoniza en su memoria los recuerdos del pasado con las vivencias del presente y las expectativas del futuro” (Serm. 216,7,7).
Esto es lo que nos muestra la primera lectura de este domingo al recordar la historia de Dios con su pueblo Israel. Al celebrar la Pascua judía, que conmemora la liberación de Egipto, las familias israelitas recuerdan las maravillas que Dios ha hecho con su pueblo y eso les da fuerza para permanecer fieles al Dios siempre fiel. Tú podrás recordar la historia del amor de Dios contigo; haciendo memoria de tu entrega alegre de hoy a Dios podrás afianzar tu fidelidad día a día. Tu historia, como la de cada uno de nosotros, no es sólo la suma de nuestras acciones, sino también –y sobre todo- lo que Dios ha obrado y sigue obrando en nuestra vida. Lejos de ser una elucubración abstracta, nos lleva a lo concreto. Cada uno de nosotros puede contar sus vivencias con el Señor; y los hechos del pasado se convierten en garantía para el presente y en fuerza para el futuro.
En todo proceso vocacional hay un hilo conductor que está señalado por el amor, más aún cuando se ha fraguado en un ambiente familiar. ¡Cuánto debes agradecer a tus padres, a tu familia por la transmisión y la experiencia de la fe cristiana! No olvidemos que la familia es el lugar más adecuado para la vivencia de la fe puesto que en ella se hace presente la fuerza amorosa de Dios. Es más, Dios mismo se hace presente. «Nadie ha visto jamás a Dios; sí nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su perfección” (1 Jn 4, 13). Hoy quiero dar gracias a Dios por la experiencia de tantas familias como la tuya, querida Sor María Scheelama, y para que otras muchas encuentren el camino verdadero en una entrega generosa a Dios y a su Iglesia. Si, desde el bautismo, hemos sido consagrados para el Reino de Dios, en la familia encontramos la razón de ser y de pertenecer a este Reino que edifica la ciudad humana.
Y si la familia es hogar y encuentro amoroso con Dios, también hay otros espacios apropiados para vivir en familia: son los recintos de las comunidades monásticas.«Lo primero por lo que os habéis congregado en comunidad es para que viváis en comunión, teniendo un alma sola en Dios y un solo corazón hacia Dios» (San Agustín, Regla I).
Desde esta perspectiva se entiende las palabras de San Juan: “amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4,7). Esta debe ser la esencia de toda comunidad. Sin este talante de vida nada tiene sentido porque “cuando se atrofia el amor se paraliza la vida” (San Agustín, In ps. 85,24).
En la vida de comunidad, además, «debe hacerse tangible de algún modo que la comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado, ‘porque donde, dos o más, están unidos en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20)” (VC 42). Quiere esto decir que la familia monástica, en vuestro caso, es un privilegio que os hace gustar la presencia de Cristo en medio de la fraternidad a través de la oración y de la contemplación.
San Francisco y Santa Clara intuyeron que la forma más concreta de amar a Cristo era a través de la fraternidad. Desde ahí se entienden los votos de pobreza, virginidad y obediencia. Los tres modos de humildad, al estilo de Cristo humilde, son los tres votos. Ellos anuncian por sí mismos que el hermano y la hermana tienen un puesto fundamental en la vida de una clarisa. Se hace pobre, casta y obediente por Cristo, presente en el hermano. El hermano es el camino para llegar a Dios. No podemos ir a Dios solos, sino que debemos ir a él con el prójimo. De ahí que el Papa Juan Pablo II dijera que el ser humano es el primer y fundamental camino de la Iglesia. El hermano nos recuerda permanentemente que Cristo está cerca de nosotros.
En una sociedad donde prima el poder y se instrumentaliza la persona, en una sociedad que idolatra el egoísmo y el individualismo es necesario que se ponga bien alto el ideal del amor. Este amor nace de Jesucristo vivo y presente entre nosotros que nos hace fraternos y hermanos. Cuando se pierde el horizonte del amor, el ser humano se precipita por el barranco de la deshumanización. Ante esta aberración, aunque se pinte de progreso, el cristiano tiene el deber de protestar y profetizar que el amor de Dios manifestado en Cristo, nos hace libres y humanos.
Sor María Sheelama ha sentido el amor de Dios en el encuentro con Cristo que le «ha abierto una puerta de esperanza’ (Os 2,17) en su vida. La Palabra de Dios le ha recordado que debía dejar, como el pueblo de Israel, los ídolos y las tentaciones que le apartaban de la llamada y que le estorbaban para ser verdaderamente libre, siguiendo su voluntad. En su interior se ido haciendo camino la cercanía amorosa de Dios, que la conducía por veredas del amor para desposarse con ella hasta poder decir: Jesús es mi Señor y mi Esposo. Como al pueblo de Israel Él, querida hija, te será fiel y te dará la felicidad. Él es el Esposo de quien siempre te podrás fiar y en quien siempre podrás confiar.
El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona. “Cuando el amor busca y anhela lo que le atrae, se convierte en deseo. Cuando lo posee y goza, en felicidad” (San Agustín, De civ. Dei 14,7,2). Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como la consideración de que Dios es el “único bien” (Sal 16, 2). La vida tiene sentido cuando Dios es reconocido como dueño y como bien.
Este es un testimonio que conviene que, vosotras hermanas clarisas, como consagradas contemplativas que sois, deis en todo momento a nuestra Iglesia y a nuestra sociedad. Vuestra vida de contemplativas dirige nuestra mirada al manantial del ser, de la vida y de la misión de la Iglesia. Centrada en la contemplación de Dios en el rostro de Cristo, crucificado y resucitado, vuestra vida nos recuerda que Él y solo Él es el fundamento y el centro de nuestra fe, la fuente de nuestra comunión y la meta de la misión de la Iglesia. La vida contemplativa al comunicar así la verdad contemplada y la experiencia de la contemplación, ayuda a la misma comunidad humana a descubrir cuál es su propia identidad, cuál es su origen y cuál es su destino: Dios mismo que la ha recreado por la muerte y resurrección de Cristo.
Estáis llamadas a ser una bocanada de aire nuevo que ayude a nuestra comunidad eclesial a centrar la mirada en Cristo, crucificado y resucitado, y en Él en los hermanos. Sois voz y recuerdo permanente de Dios para toda la familia humana, para que ésta sea fiel a Dios y a su voluntad y a sus mandamientos. Sólo desde una auténtica espiritualidad centrada en Dios y en la contemplación de Cristo resucitado se pueden regenerar la persona, las familias, la sociedad y la Iglesia.
Vuestra vida consagrada contemplativa tiene su razón fundamental en la búsqueda ante todo del Reino de Dios y es, principalmente, una llamada “a la plena conversión, en la renuncia de sí mismo para vivir totalmente en el Señor, para que Dios sea todo en todos. Los consagrados, llamados a contemplar y testimoniar el rostro transfigurado de Cristo, son llamados también a una existencia transfigurada” (VC,35).
Dios Padre os ha elegido para que seáis santas e irreprochables ante sus ojos (cf. Ef 1, 4). Vuestro Monasterio debe ser el ‘laboratorio del reclamo a la santidad’ para que quiénes os vean reconozcan a Dios y conviertan su corazón a él. ¡Una gran vocación y una gran responsabilidad! “Los santos y santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias difíciles de toda la historia de la Iglesia. Hoy necesitamos fuertemente pedir con asiduidad a Dios santos” (VC 35). ¡Vivid con alegría e intensidad vuestra vida de consagradas contemplativas! Así con vuestra entrega y oración asidua nos animaréis a ser santos.
Nuestra Iglesia da gracias esta tarde porque una de sus hijas desea ser ‘lumbrera’ de amor en Jesucristo, en su Iglesia y en la humanidad. Con los votos te comprometes, querida Sor María Sheelama, a alimentar día a día esta luz que nace de Dios. No olvides las palabras de Jesús: “El que permanece unido a mí, como yo estoy unido al Padre, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Esto te llevará a dar frutos de amor. Es la luz que ha de llevar todo cristiano, pero de modo especial la contemplativa que caminando en la luz está en permanente unión y comunión con Dios; y el criterio será siempre el modo de vivir el amor fraterno: en esto se reconoce si uno está en la luz o en las tinieblas (1 Jn 1,5; 2,8-11).
Oremos todos a Dios Padre por nuestra hermana que hoy se consagra al Señor. Ruego a María la Virgen que te acompañe, Sor María Sheelama, siempre y que al estilo de ella sepas vivir bien enraizada en la voluntad de Dios. Que la Virgen haga de este Monasterio un reclamo para que muchas jóvenes encuentren sentido a su vida y con generosa entrega sigan los consejos de Santa Clara. Pido a María que forje en el amor a esta Comunidad de Clarisas. En María pongo todas vuestras intenciones. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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