Servidores y llenos de misericordia
El próximo Domingo, Fiesta de la Virgen del Pilar, el Señor se mostrará de nuevo grande con su Iglesia. Ese día, D.m., ordenaré de diáconos a siete jóvenes seminaristas y a un diácono lo ordenaré de presbítero. Siete diáconos y un nuevo presbítero son dones de Dios a nuestra Iglesia diocesana, que hemos de saber acoger con mucha alegría y con profundo agradecimiento.
Recordemos que diácono viene de diakonía, que significa servicio; el diacono es, por lo tanto, ‘servidor’. Mediante la imposición de las manos y la oración consagratoria, el Señor resucitado derrama sobre el ordenando su Espíritu Santo y le consagra diácono. Así queda constituido para siempre en signo e instrumento de Cristo, siervo, que no vino “para ser servido sino para servir”. Los diáconos habrán de ser con su palabra y con su vida signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de cruz para la salvación de todos. Todas las funciones del diácono se sintetizan en una palabra “servicio”: servicio en “el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad” (LG 29). En el centro de su servicio está el mismo Cristo Jesús, su Iglesia y todos los hombres para que encuentren en Cristo el Camino, la Verdad y la Vida.
La actitud de servicio es una de las características que nuestra Iglesia y nuestro mundo piden y esperan de los diáconos y de los sacerdotes, que en su día también fueron ordenados diáconos para siempre. Para mantener viva esta actitud, los diáconos y los sacerdotes hemos de ser discípulos enamorados del Señor y ardorosos misioneros, de manera especial, para con los más débiles y necesitados. Es algo que debemos cuidar y aprender a vivir día a día con sumo esmero todos los ordenados un día de diáconos.
Nuestro Pueblo de Dios siente necesidad de pastores, que sean discípulos configurados con el corazón del Buen Pastor y misioneros ardorosos. El principal trabajo de los pastores será, en efecto, cuidar del rebaño que se nos confía para hacer comunidades de discípulos misioneros de Cristo e ir en busca de los alejados; nuestro tiempo pide de los sacerdotes que seamos servidores de la vida, que estemos atentos a las necesidades de los más pobres y que seamos promotores de una cultura del encuentro, de la reconciliación y de la fraternidad.
El Papa Francisco reclama de los sacerdotes dedicar tiempo a los pobres y salir a las periferias abandonadas reconociendo en cada persona una dignidad infinita. Esta actitud del servicio y de hacerse cercano no tiene como objetivo procurar éxitos pastorales, sino ser fieles a Cristo e imitar al Maestro, siempre cercano, accesible, disponible para todos y deseoso de comunicar Vida.
Junto a este acercarse a los pobres en todas las periferias de la existencia, es necesaria en los pastores la experiencia personal de la misericordia de Dios para ser también ministros de la misericordia divina en el sacramento de la reconciliación. Sólo quien se reconoce vivencialmente un pobre pecador y experimenta la misericordia del Padre en la confesión, estará siempre dispuesto a ser ministro de la misericordia de Dios; el sacerdote se convertirá, a imagen del Buen Pastor, en hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos: y crecerá en el amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como nos muestra el Señor.
Seamos -diáconos y sacerdotes- servidores y llenos de misericordia para con todos, y tengamos, como Jesús, entrañas de misericordia en particular con los pecadores y en la administración del sacramento de la reconciliación.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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