Llamada al hombre
La paradoja nórdica. Es un término acuñado por los sociólogos y psicólogos sociales para referirse al sorprendente nivel de violencia contra las mujeres en sociedades donde reina el mayor grado de igualdad. Los investigadores reconocen que no han encontrado aún respuestas a este fenómeno. Pero el gobierno sueco ya ha organizado un programa educativo para hombres jóvenes. Parece, pues, que no todo se soluciona con porcentajes paritarios, por importantes que sean. Parece que un factor esencial es el concepto que tenga de si mismo el varón. Y no es fácil, porque esa imagen se ha difuminado.
En las últimas décadas los criterios de masculinidad han cambiado. ¿Qué es ser varón? Y por extensión, ¿qué caracteriza al esposo y al padre? Hace cuarenta años bastaba con “ser un trabajador sacrificado, fiel en su matrimonio y capaz de garantizar el sustento material de sus hijos”, explica el terapeuta matrimonial Nacho Tornel en un reportaje del último número de la revista Misión.
Pero los hijos de esa generación ahora tienen que ser además versátiles en el trabajo, confidentes con su esposa, corresponsables en las tareas domésticas, y buenos pedagogos con instinto maternal para los hijos. Un estudio de la filial europea de la cadena Discovery Nertworks ya advertía en 2008 que el hombre del siglo XXI busca una nueva forma de vivir su virilidad, pero en esa exploración siente que es molesta o está mal vista.
En abril del año pasado se presentó la exhortación post-sinodal Amoris Laetitia sobre el matrimonio y la familia. El párrafo 176 recoge el mismo análisis: “Se dice que nuestra sociedad es una sociedad sin padres. En la cultura occidental, la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desviada, desvanecida. Aún la virilidad pareciera cuestionada”.
El Papa reconoce que ha sido necesario liberase de una figura en algunos casos opresora y que este proceso ha producido una “comprensible confusión”. Por eso, enseguida valoriza el papel del hombre-varón, esposo y padre: “Dios pone al padre de familia para que, con las características valiosas de su masculinidad, sea cercano a la esposa […] y los hijos” (AL 177).
Al inicio de la Exhortación Francisco es rotundo en su importancia: “Juega un papel igualmente decisivo en la vida familiar, especialmente en la protección y el sostenimiento de la esposa y los hijos […] Muchos hombres son conscientes de la importancia de su papel en la familia y lo viven con el carácter propio de la naturaleza masculina” (AL 55). San José, como varón, esposo de la Virgen María y padre de Jesús, es un buen modelo para el hombre de hoy. No se trata de reproducir una historia única y singular, pero sí que la contemplación del “admirable trabajador de Nazareth”, en palabras de Pablo VI, dará las claves para responder a la llamada de una renovada y adecuada masculinidad.
Dos modalidades de virilidad
Alejandro Juan tiene seis hijos y diez nietos. D. Joan Llidó es sacerdote, por tanto célibe. Pero los dos aseguran que viven su masculinidad con fecundidad. La virilidad del hombre no es una etiqueta uniforme. Cada varón es único, y por tanto única será la manera de vivir las modalidades de su identidad. Por eso tanto el hombre casado como el consagrado en el celibato tienen su propia de realización.
Tras la sorpresa de tener en brazos a su primer hijo –“¿Por dónde lo cojo?”- Alejandro descubrió que en él nacían nuevos sentimientos: “El hijo te da más ternura. Y después es una aventura que se vive sin saber qué te va a deparar el día”. En el ejercicio de la paternidad, ha notado cómo su papel se adaptaba según los hijos: “Con los cinco chicos nos sale un espíritu más bruto. Con María, que es la última, es otra cosa. Todo es más dulce”. Al mismo tiempo, la paternidad ha supuesto una escuela para él mismo: “Dios, como padre, te va educando y corrigiendo, y me enseña a educar a mis propios hijos, que son un regalo suyo”.
De mossèn Joan Llidó se podría decir que ha sido un padre mucho más prolífico a través de los 25 años en que fue rector del Seminario y director del Mater Dei, los 30 años de profesor en la UJI, y su labor de párroco de El Salvador desde el 2000. Aunque sea de otra manera: “El hebreo bíblico tiene dos palabras. Una es el progenitor que engendra físicamente. La otra es el padre – abbá – que acompaña en el crecimiento para que el hijo pueda valerse por sí mismo. Por tanto el sacerdote tiene que ser padre. Si no, será un ‘solterón’ que malvivirá, porque solo tienes la sensación de haber vivido si has creado”. En su día a día, asegura que dedica muchas horas a escuchar y acompañar: “Son necesarias para que enfermos, matrimonios rotos, chavales desorientados… puedan salir de los nubarrones de su vida”.
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