Cristo es Rey desde la Cruz
Queridos diocesanos:
El año litúrgico llega a su fin. A lo largo del año hemos ido recorriendo los distintos acontecimientos del misterio de Cristo, el Ungido, el Hijo de Dios: el anuncio de su venida en Adviento, su nacimiento en Navidad, su presentación al mundo en Epifanía, su muerte y resurrección en Pascua, y la cadencia semanal del ciclo ordinario de cada domingo, la Pascua semanal. Este domingo, el último del año litúrgico celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo.
Jesús mismo se declara Rey ante Pilatos en el interrogatorio a que le sometió cuando se lo entregaron con la acusación de haber usurpado el título de ‘rey de los Judíos’. “Tu lo dices, yo soy rey”, contesta Jesús a Pilatos. “pero mi reino no es de este mundo”, le aclara (Jn 18 36-37). En efecto, el reino de Jesús nada tiene que ver con los reinos de este mundo. No busca poder ni pretende imponer su autoridad por la fuerza; no se apoya en ejércitos tradicionales o mediáticos, ni en la propaganda o en la compra de voluntades. Jesús no vino a dominar sobre pueblos ni territorios, sino a servir y entregar su vida para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y de la muerte, para reconciliarlos con Dios, consigo mismo y con los demás, y con la creación entera.
Jesús es Rey porque ha venido a este mundo para dar testimonio de la verdad. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, dice Jesús (Jn 18, 37). La verdad que Cristo vino a testimoniar al mundo es que Dios es amor y misericordia. Jesús nos descubre la verdad más profunda del ser humano, del mundo y de la historia: la verdad de Dios para nosotros y la verdad de nosotros para Dios. Jesús nos muestra que venimos de Dios y de su amor, y que caminamos hacia Él, hacia la vida plena y eterna en su Amor; somos creados por su amor y para ser amados eternamente por Él; sólo Dios es capaz de llenar nuestro deseo amar y nuestra necesidad de ser amados, nuestro anhelo de felicidad y nuestra búsqueda de plenitud. Porque Jesús nos descubre la verdad más honda y universal de todo ser humano, todos los que la escuchan con buena voluntad, la acogen con fe y lo siguen.
Toda la existencia de Jesús, desde su encarnación a su muerte y resurrección, es relevación de Dios y de su amor. De esta verdad dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La Cruz es el ‘trono’ desde el que manifiesta la sublime realeza de Dios-Amor: Jesús, el Hijo de Dios, ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del ‘príncipe de este mundo’ e instauró definitivamente el reino de Dios. Desde este momento, la Cruz se transforma en fuerza de Salvación, en árbol de la Vida, en fuente del Amor, en motor del perdón y de la reconciliación. Lo que era instrumento de muerte se convierte en signo de triunfo y en causa de la Vida. Este reino se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y, por último, la muerte sean sometidos a Dios.
Cristo Jesús reina desde el madero de la Cruz, dando su vida, sirviendo, perdonando, reconciliando, amando a los hombres hasta el extremo. En la Cruz, que unos prohíben y otros quieren retirar de espacios públicos, que unos mancillan y otros reinterpretan para hacerla desaparecer de nuestra vista, está toda la Verdad, de la que Cristo es fiel testigo. En la Cruz, Cristo nos muestra cómo es Dios y cómo ama sin límite a los hombres, a pesar de haya quienes distribuyan libros para adoctrinar a nuestros adolescentes en todo lo contrario. En la Cruz reconocemos, de manera clara y sin complejos, el amor sin límites de Dios por los hombres. Ahí tenemos a Dios: el Señor crucificado, identificado con los que sufren; El no es un espectador de las humillaciones, escarnios e injusticias, sino que las sufre en su propia carne, que es también la nuestra.
La Cruz es el trono desde el que reina Cristo, es la señal clara de un amor que lo transforma y vivifica todo, que da sentido a todo. Cristo en la Cruz es el Sí definitivo e irrevocable de Dios al hombre. Es el núcleo y el motor de la experiencia cristiana y de toda vida cristiana, llamada a dejarse transformar por Dios, haciendo del amor, del perdón, de la misericordia, de la compasión y de la reconciliación, en definitiva de la caridad verdadera, la señal de identidad y el móvil de la existencia cristiana en todo. Por todo ello, la Cruz es un signo sagrado para todos los cristianos.
Cristo Rey no se impone a nadie por la fuerza; Cristo se ofrece a todos como la Verdad que hace libres, como la Esperanza que abre el futuro del verdadero progreso, como el Amor sin límites que todo lo renueva, y como la Vida plena y sin fin. Feliz Fiesta de Cristo Rey del Universo para todos.
Con mi afecto y bendición
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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