En Navidad, Dios nace para todos
Queridos diocesanos:
Dentro de una semana celebramos la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios según la carne. Esta fiesta está hoy en general marcada por el consumo y la indiferencia religiosa. Se oculta su sentido propio en tarjetas o adornos, se excluyen de espacios públicos los símbolos navideños como el belén y se intenta darle otro significado. Y este ambiente materialista y pagano va haciendo mella también en los cristianos; muchos van olvidando lo nuclear de esta fiesta grande y hermosa.
En Navidad, no lo olvidemos, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. En Jesús, Dios se hace hombre, asume nuestra propia naturaleza humana, entra en nuestra historia. Él es el Emmanuel, es Dios-con-nosotros. Dios mismo viene a habitar entre nosotros. Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios. La promesa anunciada por los profetas y esperada por hombres y mujeres de buena voluntad se cumple: Dios se hace carne en Jesús para llegar hasta el ser humano. Y lo hace por amor a todos, sin exclusión alguna, lo hace por amor a ti y a mí.
Ese niño débil y pobre, que nace en Belén, es Dios. Ese niño trae la Salvación al mundo. Nace para traer alegría, esperanza, consuelo, vida, justicia, verdad y paz para todos. Ese niño, envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz, de la libertad y de la felicidad, verdaderas y plenas. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14), cantan los ángeles; y anuncian el nacimiento del niño a los pastores como “una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2, 10). Alegría, a pesar de la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo o la hostilidad del poder.
San Ireneo dice que “la gloria de Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre es Dios mismo”. La gloria de Dios no nos aleja de Él, sino que nos acerca a Dios. La gloria de Dios es el resplandor que brota de su corazón; su gloria no es otra cosa sino su amor. De este amor divino nace el hombre. Dios ama a todo hombre y mujer y se goza con ellos. A Dios le alegra y le glorifica que el hombre viva. El amor de Dios es creativo; crea al ser humano para que llegue a su plenitud. En esto consiste el amor, en que el amado sea lo más grande y perfecto posible. La gloria de Dios se manifiesta dando vida, dignidad y esplendor a sus criaturas. Por eso, la gloria de Dios crece en la medida en que se acoge y crece la vida y la dignidad de todo ser humano. La gloria de Dios dignifica al hombre, y la gloria del hombre engrandece la gloria de Dios.
En Navidad, Dios nace para todos, para que todos tengamos vida, la vida misma de Dios. La razón última de este misterio es el amor infinito de Dios. Jesús nace para curar e iluminar, para levantar y liberar, para perdonar y salvar. Jesús es el Dios que ama y salva, que sana la dignidad herida. Cuando Juan Bautista envía a preguntar a Jesús si es el que ha de venir o hay que esperar a otro, Jesús responde: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11,3-5). Al final de los tiempos, Jesús mismo alabará y premiará con el reno de los cielos a quienes han dado de comer al hambriento y de beber al sediento, han visitado a los enfermos y acogido a los forasteros, han vestido al desnudo o han visitado a los encarcelados (cf. Mt 25, 31-40). Dios nace también para todos ellos. Dios nace también para quienes están en prisión. Así se lo queremos recordar con la visita al centro penitenciario de Castellón en los días previos a la Navidad el Capellán, voluntarios de la pastoral penitenciaria y un servidor.
Celebrar la Navidad de verdad es llevar la cercanía del amor de Dios, que nace en Belén, a todos, especialmente a los más pobres; es luchar para que todo hombre y mujer puedan vivir con la dignidad de hijos de Dios, para que en ellos se manifieste la gloria de Dios. Es comprometerse con toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Es extender la mano para levantar al caído; es acoger al que sufre soledad, pobreza, paro o marginación. Es enfrentarse a la mentira que degrada y destruye. Es rescatar al esclavo de sus vicios.
Celebrar en cristiano la Navidad es dar razones para vivir, alentar en la esperanza y amar al otro sin distinción ni acepción de personas.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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