Caminando hacia la Pascua del Señor
Queridos diocesanos:
Con el rito de la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza el próximo miércoles comienza el tiempo litúrgico de la Cuaresma; es un tiempo que nos prepara a la celebración de la Pascua del Señor, al encuentro gozoso con Cristo Resucitado. Los cuarenta días de la Cuaresma recuerdan los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó por el desierto hacia la tierra prometida. Cuarenta fueron los días que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública; allí fue tentado por el diablo que quería apartarlo de su misión y de su meta. Jesús inauguró así nuestro ejercicio cuaresmal; y nos enseñó a combatir las tentaciones para caminar con Él hacia la meta; hacia la Pascua.
Como Jesús, tampoco nosotros estamos libres de tentaciones. La gran tentación, raíz de todas las demás, es el deseo de suplantar a Dios y construir la propia existencia, el mundo y la historia al margen de Dios. Es la tentación de una libertad totalmente autónoma para construirse a sí mismo y el mundo contando sólo con las propias capacidades y los propios deseos para alcanzar la felicidad plena y la inmortalidad; en una palabra, es la pretensión de querer salvarse por sus propias fuerzas. La historia y el presente nos ofrecen muchos profetas y ejemplos de ello: a la postre, ninguno de estos intentos ha podido cumplir sus promesas de un paraíso en la tierra; con frecuencia producen lo contrario de lo prometido: generan esclavitud, injusticia, mal, descarte, pecado y muerte.
Frente a ello, Jesús, al comienzo de su predicación, proclama: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). En Jesús, Dios se acerca al hombre con amor y misericordia; Dios se encarna y entra en el mundo para cargar con el pecado, vencer el mal y la muerte, y dar la vida eterna y plenitud a todo el que crea y viva en Él. De ahí la llamada de Jesús a creer en el Evangelio, a abrir y convertir nuestra mente y nuestro corazón a Dios, y a orientar hacia el bien nuestras acciones, pensamientos y deseos.
En la imposición de la ceniza escuchamos estas misma palabras de Jesús; son sus palabras aquí y ahora: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Estas palabras son el hilo conductor del camino cuaresmal hacia la Pascua. La conversión pide un cambio de mente, de corazón y de vida: pide volver la mirada y el corazón a Dios, dejarse encontrar por su amor misericordioso y vivir en adhesión amorosa a Dios y al Evangelio, amar a Dios y al prójimo, y a toda la creación. El cristiano está llamado a volver a Dios de todo corazón, a no contentarse con una vida mediocre y tibia, sino a crecer en la amistad con el Cristo Vivo, en el encuentro personal y transformador con Él. Jesús es el amigo fiel que nunca abandona; incluso cuando nos alejamos por el pecado, Jesús nos sigue esperando. Y con esta espera manifiesta su voluntad de perdonar y de amar.
Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8). Él quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él, que nos ha pensado desde siempre, nos indica el camino para alcanzar la plenitud, la felicidad, la salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar. Quien escucha su voz encontrará la clave para caminar en su vida y en su obrar, para alcanzar la verdadera felicidad, para llegar a la vida eterna, a la tierra prometida en el Paraíso.
La llamada a la conversión nos resulta tan conocida que puede que nos sea ya indiferente. Incluso puede que nos moleste la misma palabra. Puede que nos hayamos instalado de tal modo en un estilo de vida mundano, alejado de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que ya no sintamos ni tan siquiera necesidad de Dios. El ambiente de increencia y de indiferencia religiosa favorece el abandono de la fe y de la práctica de muchos cristianos. Este tiempo de Cuaresma nos exhorta a todos los cristianos a hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestra fe y vida cristiana. La invitación a la conversión a Dios en Jesucristo y a creer en el Evangelio es una llamada y un proceso permanente en la vida de todo cristiano. Necesitamos cultivar el encuentro personal con Cristo Vivo para que Él sea de verdad el centro de muestra vida de bautizados.
Abramos nuestro corazón a Dios, que nos habla, para escuchar su Palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella. Nos podemos fiar de Dios al igual que un niño se abandona en los brazos de su madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona que se deja guiar por el Espíritu Santo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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