Homilía en el 25º aniversario del COF ‘Domus Familiae” de la Diócesis de Segorbe-Castellón
Benicasim – Capilla de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret,
3 de noviembre de 2024 – XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – B
(Dt 6.2-6; Sal 17; Hb 7,23-28; Mc 12, 28b-34)
Amados todos en el Señor.
1. El pasado martes, 29 de octubre, nuestro Centro diocesano de Orientación Familiar cumplía 25 años de rica andadura. En efecto: ese mismo día de 1999 era inaugurado por Mons. Dr. D. Juan Antonio Reig Plá, que lo ponía bajo la protección de la Stma. Virgen María, Reina de las Familias, de San Miguel Arcángel y de Santa Faustina Kowalska, Apóstol de la Divina Misericordia. Cuatro años más tarde, en 2003, se creaba la Asociación pública de fieles «Domus Fami1iae», Centro de Orientación Familiar, a quien se le encomendaba nuestro COF.
Al cumplirse su 25º Aniversario, el Señor nos convoca esta mañana a esta Eucaristía para la acción de gracias. Nuestra Iglesia diocesana se une al COF en sus bodas de plata para dar gracias a Dios, fuente y origen de todo bien, por todos los dones recibidos durante estos años. La historia de nuestra Iglesia es ya impensable sin el COF, sin la dedicación generosa y la entrega permanente de vosotros, voluntarios y profesionales, en la pastoral del matrimonio, de la familia y de la vida.
Siguiendo la finalidad originaria y siempre en estrecha comunión con nuestra Iglesia y sus pastores habéis sido y sois testigos vivos del amor misericordioso de Dios a cuantos se han acercado a vosotros en demanda de ayuda: novios, esposos, mujeres o familias. En vuestro servicio toman cuerpo las palabras de Santa Faustina Kowalska: “Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina”.
A través de vosotros, voluntarios y profesionales del COF, nuestra Iglesia diocesana sale a la búsqueda de la oveja perdida, de la persona herida para sanarla y llevarla al encuentro de Cristo vivo, que cura, sana y salva. Gracias porque habéis sabido mostrar en este mundo sufriente a Jesucristo, la misericordia de Dios encarnada. Él es nuestro sumo y eterno sacerdote; solamente Él salva, y para siempre, por su sacrificio de amor ofrecido a Dios por todos nosotros. Y vuestro servicio se basa en el amor de Dios, manifestado y ofrecido en Cristo, –amor recibido y amor compartido-.
Gracias en nombre propio y de nuestra Iglesia a todos los colaboradores del COF. Con vuestra entrega al servicio de las personas y las familias habéis sido testigos vivos del amor de Dios. Habéis contribuido así a manifestar entre nosotros el misterio y la misión de la Iglesia; es decir, ser sacramento del amor de Dios a la humanidad en el amor de los cristianos hacia sus hermanos, especialmente hacia los más necesitados. La misión evangelizadora a que nos llama la Iglesia necesita antes de nada testigos vivos del amor de Dios a los hombres. Es el camino para llevar al encuentro con Cristo vivo.
A nuestra acción de gracias, deseo unir nuestra oración por el COF y por todos los que colaboráis de un modo u otro en él. Pidamos al Señor que os mantenga fieles a vuestra identidad eclesial y a vuestra finalidad fundacional. Para ello vuestro trabajo debe estar marcado por una fe viva en Cristo Jesús, alimentada en la escucha de la Palabra y la recepción de los sacramentos, que se hace servicio al usuario por amor a Dios. La cima y la fuente de vuestra labor, como labor de Iglesia, será la Eucaristía, expresión suprema del amor entregado de Dios por los hombres.
2. La Palabra de Dios que hemos proclamado, centrada en el mandamiento del amor, os ofrece pautas claras para vuestra tarea.
Al escriba que pregunta a Jesús cuál es el mandamiento primero de la Ley, él le contesta: “El primero es: ‘Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos” (Mc 12, 29-31). Amar a Dios y amar al prójimo es el mandamiento mayor, pues en realidad no son dos, sino un solo mandamiento. El amor a Dios y el amor al prójimo representan las dos caras de una misma moneda. Están intrínsecamente unidos y relacionados. El amor a Dios es la fuente y el horizonte último del amor al prójimo. El que ama al prójimo, ama siempre a Dios; el que ama a Dios no puede no amar al prójimo. El amor al prójimo es la mediación y la expresión del amor a Dios.
Pero no olvidemos que el amor a Dios es la respuesta a su amor, que nos precede. Dios es Amor y nos ama porque Él es Amor. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Lo primero, lo nuclear y lo más original de la fe cristiana es que Dios es Amor, en sí mismo y para nosotros. Al decir que “Dios es amor” (1 Jn 4, 16), afirmamos que Dios ama a todas y cada una de sus criaturas. El amor es el motivo de toda su acción salvadora en la historia con la humanidad. Al manifestarnos lo que es para nosotros, nos dice al mismo tiempo, lo que Dios es en sí mismo, su verdadera identidad. “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).
Todo parte de ahí y todo encuentra ahí su última razón de ser. Existimos porque somos amados. Dios nos crea y nos conserva en el ser por amor, nos elige y nos llama en Cristo a la Vida –terrena y eterna- en el amor. No hay más Dios que el Dios que ama, y no hay más hombre auténtico que el que se sitúa en ese amor y permanece en él como en una morada y fuente de dónde saca fuerza, vida y sentido.
Jesús, el Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado esla manifestación suprema y definitiva de Dios y de su amor, en la historia humana. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. … Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10). El amor de Dios “se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. … Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Francisco Misericordiae vultus, 8).
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Hijo que clama: ¡Abba! (Padre)!” (Gal 4,6-7). Benedicto XVI nos dirá que el Espíritu es esa potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, cuando se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cf. Jn 13, 1-13) y, sobre todo, cuando ha entregado su vida por todos (cf. Jn 13, 1; 15, 13). El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de los creyentes y de la comunidad eclesial para que seamos en el mundo testigos del amor del Padre. Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, y busca su sanación en las distintas situaciones de la vida. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender los sufrimientos y las necesidades de los hombres (cf. DCE 19).
El amor de Dios es la roca firme en la que apoyamos nuestra esperanza y nos llena de gozo. Pero este amor requiere ser recibido, porque el amor no se impone. El amor se ofrece. Lo que Dios nos pide es que creamos en su amor, que nos dejemos amar por Él. Dios nos llama a una sincera conversión a su amor; es decir, estamos invitados a abrir nuestros corazones al amor y la gracia de Dios que nos perdona, sana, salva, transforma y capacita para descubrir y vivir el amor al prójimo
Amamos a Dios porque somos amados y nos sentimos queridos por Él. El amor gratuito que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones (cf. Rom 8, 5), crea en nosotros no sólo la certeza de ser amados y de poder amar con ese mismo amor, sino también la capacidad real y la urgencia de amar a Dios y al prójimo. El hecho de ser amados, de saber que somos amados y de dejarnos amar, es fuente viva y principio eficaz y, también, la mejor pedagogía para aprender a amar.
El amor al prójimo se funda en el amor de Dios y lo manifiesta. Por ello “quien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano es un mentiroso” (1 Jn 4,20). Sólo desde la experiencia de ser amados por Dios, podemos nosotros amar de verdad. Y hacerlo con el mismo amor que recibimos, con el amor gratuito, personal y entrañable con que somos amados. Sin amor al prójimo no existe relación auténtica con Dios. Jesús presentará a sus discípulos como dos criterios centrales que no podemos olvidar: “amar al prójimo como a uno mismo” (Mc 12, 31) y “amaros los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12), que a su vez remite a “como el Padre me amó” (Jn 15, 9). El que ama, no elige al prójimo. Se hace prójimo, como lo hizo el buen Samaritano. Basta que vea a una persona enferma, excluida, herida, dolorida o en una situación de injusticia, para acercarse y a ponerse a su disposición. No solo para hacer cosas para él, sino para ayudarle a que las haga él mismo, a descubrir sus dones y capacidades, a que sea responsable de su vida.
3. Queridos miembros del COF. Estáis llamados a ser presencia de la sanación y salvación de Dios en el mundo del matrimonio, de la familia y de la vida. Dios, amor misericordioso, sale en Cristo al encuentro de los hombres, sanos y enfermos, justos y pecadores. Vosotros habéis de ser, en cualquier momento y situación, signo cercano de la presencia viva y amorosa de Dios en Cristo, mediadores de su Evangelio del matrimonio y de la vida, y de su obra redentora por la fuerza del Espíritu. Cristo Jesús es el centro, la base y la meta de la vida y la misión del COF. Cristo Jesús es el rostro el que habéis de mostrar, el evangelio que habéis de anunciar, y la nueva Vida que habéis de anunciar y trasmitir a los demás.
La Iglesia mira hoy a la familia con preocupación, pero sobre todo con esperanza. Se trata de un bien muy importante para toda la humanidad, que hoy se encuentra gravemente amenazado. La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre nace y crece. El clima familiar es básico en el desarrollo de la personalidad y los hábitos de conducta; en ella la persona aprende a ser persona, y se enraízan los criterios y valores que orientan la vida futura.
4. Miremos a María: ella nos protege y nos guía; ella es la Madre solícita que socorre con amor a sus hijos cuando se hallan en dificultad. María es la ‘reina de las Familias’, que dirige nuestra mirada hacia su Hijo, y como a los sirvientes en las bodas de Caná, nos dice: “Haced lo que os diga”. Siguiendo su invitación ponemos nuestros ojos en Cristo, escuchamos su palabra y nos sentimos impulsados hacia un renovado testimonio de misericordia, en tantas situaciones de sufrimiento físico y moral del mundo de hoy.
¡Acerquémonos, hermanos, con corazón bien dispuesto a la mesa de la Eucaristía! ¡Acojamos a Cristo, alimento de vida cristiana, fuente de vida y salvación, de comunión con Dios y con los hermanos! Él nos fortalece y nos envía a ser testigos de la misericordia divina y de la esperanza que no defrauda. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón