Queridos diocesanos:
Cercana la Navidad, este tercer domingo de Adviento nos exhorta a la alegría. En la liturgia resuenan las palabras del apóstol san Pablo: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Flp 4, 4). Ante esta invitación nos podríamos preguntar: ¿Podemos alegrarnos? ¿Y por qué hay que alegrarse? San Pablo mismo nos da la respuesta. El motivo de nuestra alegría es que “el Señor está cerca” (Flp 4, 5). La ‘cercanía’ de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: el amor acerca.
La próxima Navidad nos recordará esta verdad fundamental de nuestra fe cristiana y, ante el belén, podremos gustar la alegría cristiana, contemplando en Jesús recién nacido el rostro de Dios que por amor se ha acercado a nosotros, se ha hecho uno de los nuestros para estar con nosotros y para compartir nuestra condición humana, en todo menos en el pecado, para hacernos partícipes del amor de Dios que salva y sana. Podemos y debemos alegrarnos por esta venida y cercanía de Dios, por esta presencia suya entre nosotros; deberíamos entender cada vez más lo que significa que realmente Dios esté cerca de nosotros y en nuestro mundo, y dejarnos llenar de la bondad de Dios y de la alegría que suscita que Cristo esté y camine con nosotros.
La alegría de que se trata aquí no es pues algo superficial y efímero, como la que tantas veces nos ofrece nuestro mundo. Se trata de una alegría profunda, que llena la vida de luz, de paz y de sosiego. La fuente de la perenne alegría cristiana brota de lo hondo: de ese fondo de serenidad que hay en el alma, que, aún en la mayor dificultad, en la enfermedad y en la muerte, se sabe siempre, personal e infinitamente amada, acogida y protegida por Dios en su Hijo, Jesucristo. Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.
Hoy ciertamente no es fácil hablar de alegría. El mundo se ve acosado por muchos problemas, el futuro está gravado por incógnitas y temores; no faltan dificultades y penurias personales y sociales, contrariedades y sufrimientos en la vida; muchos sienten la soledad, sufren el abandono o quedan descartados; la enfermedad toca con frecuencia a nuestra puerta y la muerte aparece en nuestra familia o entre los amigos. Por ello algunos se preguntan: ¿es posible esta alegría también hoy? La respuesta la dan hombres y mujeres de toda edad y condición social, que han acogido con fe la cercanía y presencia del amor de Dios en su Hijo y que han sido felices consagrando su existencia a los demás. En nuestros tiempos, la madre santa Teresa de Calcuta fue testigo inolvidable de la verdadera alegría evangélica. Vivía diariamente en contacto con la miseria, con la degradación humana, con la muerte. Su alma experimentó la prueba de la noche oscura de la fe y, sin embargo, regaló a todos la sonrisa de Dios. Gracias a ella, muchas personas, después de una vida sin luz, murieron con una sonrisa, porque las había tocado la luz del amor de Dios.
El Adviento es una fuerte invitación a sentir la cercanía de Dios y dejarse empapar de su amor; una llamada a dejar que Dios entre cada vez más en nuestra vida, en nuestros hogares, en nuestros barrios, en nuestras comunidades para tener una luz en medio de tantas sombras y para ofrecer en nuestro mundo gestos que testimonien la cercanía del amor de Dios. Uno de ellos es el Proyecto de vivienda Betania, que hemos puesto en marcha con motivo del Año Jubilar diocesano. Es conocido que, a causa de encarecimiento de los alquileres, cada día más familias tienen dificultades para encontrar una vivienda digna debido a su sueldo humilde o familias que han de dedicar gran parte de sus ingresos a la vivienda. Por ello, pedimos a nuestros fieles que ofrezcan las casas o pisos vacíos de su propiedad a Cáritas diocesana para que, a su vez, pueda ofrecerlas en un alquiler social. Lo que cambia el mundo no es la revolución violenta, ni las grandes promesas, sino la silenciosa cercanía de la bondad de Dios, a través de nuestros gestos de cercanía a los más necesitados.
Acojamos con generosidad esta invitación; así caminaremos con alegría al encuentro con el Señor en la Navidad y seremos testigos de la cercanía del amor Dios para todos y en particular con los más pobres y desfavorecidos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón