D. Miguel Navarro exhorta al presbiterio diocesano a aprovechar la Cuaresma para la conversión
Los sacerdotes de la Diócesis de Segorbe-Castellón, junto a nuestro Obispo D. Casimiro, participaron ayer en el retiro de Cuaresma, organizado por la Vicaría para el Clero. Celebrado en la casa de las Hermanas Carmelitas de Tales, en esta ocasión les predicó D. Miguel Navarro Sorní, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia y Doctor en Historia Eclesiástica.
El retiro constó de dos meditaciones, la primera de ellas sobre la conversión cuaresmal del sacerdote. La Cuaresma es un tiempo propicio de conversión, de penitencia y de volver al Señor, por lo que D. Miguel les exhortó a practicar lo que se predica. “Estaremos predicando en nuestras comunidades parroquiales, y habremos programado diversas celebraciones y actividades cuaresmales, pero lo importante es que nosotros mismos hagamos Cuaresma y pongamos por obra la conversión”, le dijo al presbiterio, “porque también nosotros necesitamos urgentemente prepararnos mediante la penitencia y la conversión para celebrar la Pascua, el paso salvador de Dios por nuestra vida”.
Si no fuera así correrían el riesgo «de empañar la imagen de Cristo, y en lugar de reflejarlo y hacerlo visible a través de nuestra persona, resulta que mostramos a los demás lo peor de nosotros, nuestros defectos y ven un presbítero altanero, engreído, egoísta, codicioso, cómodo, cotilla…”, les advirtió. Para que esto no ocurra, y en sintonía con el mensaje del Papa para esta Cuaresma, les animó a volver al desierto, (“Me la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón” – Os. 2, 16), es decir, a abandonar la idolatría del dinero, volver a la soledad, al silencio, a la oración, al retiro con Dios y a realizar un examen de conciencia.
Porque es ahí donde quiere “hablarnos al corazón y reavivar así en nosotros el amor primero, la entrega ilusionada del principio a nuestra vocación y a nuestro ministerio”. Todo con el fin de “volver después a los hermanos llevándoles a Dios”.
En la segunda meditación D. Miguel les habló de la conversión a un ministerio en clave sinodal, “pues estamos inmersos en un proceso sinodal, emprendido por el papa Francisco con el convencimiento de que esto es lo que el Espíritu reclama ahora de la Iglesia del tercer milenio: que actúe, viva y se exprese en sinodalidad, es decir en comunión, caminando juntos, como pueblo de Dios peregrino y misionero”.
Pero para que haya sinodalidad también es necesaria la conversión, “pues todos somos muy individualistas, muy personalistas y nos cuesta caminar con otros”, explicó, siempre teniendo claro que “cuando el Papa nos invita a pensar la Iglesia con un estilo diverso, sinodal, participativo, corresponsable, no significa pensar en otra Iglesia diversa de la que tenemos, inventarse algo que no existía, cambiarlo todo, sino más bien desarrollar y sacar a la luz una potencialidad que está ya dentro de la Iglesia, que está ya en nosotros, pero que tenemos escondida o infrautilizada”, lo que solo será posible “confiando en Jesús y entregándonos totalmente a Él”.
En este sentido, para que se dé la conversión es necesario “desandar el camino que nos lleva a nosotros mismos, al aislamiento, para recorrer el que lleva al seguimiento de Jesús en comunión con los hermanos, el camino que construye la Iglesia”. Esto significa “salir de la culpa, del pecado, que siempre es autorreferencial” pidiendo perdón a Dios “en el sacramento de la confesión, en la oración, en la realización de alguna mortificación, o en la reparación del mal cometido”. Ello “nos hace salir de nosotros y nos orienta a Dios, nos hace salir de la parálisis de la culpa y nos coloca en el camino de Jesús para que hagamos sínodo con Él”.
A este respecto, “el fin de nuestro ministerio es llevar a las gentes al encuentro con el único que puede perdonar los pecados, con Jesús”, porque “la Iglesia no es una ONG, ni los curas somos asistentes sociales, nuestro objetivo no es la beneficencia, sino el perdón de los pecados”, recalcó, pues “el pecado es la desolación absoluta, la causa de todos los males y de todas las parálisis existenciales”. Y para lograrlo “se necesita hoy en día una fe y una pastoral imaginativa, intrépida, osada”, así como “superar un estilo sacerdotal clerical, repetido y sin creatividad».
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