El Jubileo de la esperanza
Queridos diocesanos:
En la víspera de Navidad, el papa Francisco abría la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Comenzaba así el Jubileo ordinario 2025, que durará hasta la Epifanía de 2026. Para que los fieles que no puedan peregrinar a Roma, tengan también la posibilidad de celebrar el Jubileo, el mismo Papa ha dispuesto que en todas las diócesis tengamos una apertura del Año Jubilar con la celebración de una solemne Eucaristía este domingo, 29 de diciembre. Nosotros lo haremos por la mañana en la Concatedral de Santa María en Castellón de la Plana, y por la tarde en la Catedral de Segorbe. Estáis todos invitados.
Este Año Jubilar estará centrado en la esperanza, bajo el lema “Peregrinos de esperanza”. Necesitamos reavivar la esperanza y poner signos de esperanza para tantas personas, que miran el presente y el futuro con escepticismo y pesimismo.
Pero, ¿de qué esperanza se trata? Al hablar de esperanza debemos distinguir entre esperanzas, en plural, y esperanza, en singular. Las esperanzas expresan la tendencia humana a conseguir algo que se desea como un bien. Estas esperanzas. A veces no se cumplen y crean desaliento y desasosiego, Y aun cuando se cumplan, no colmarán totalmente nuestros anhelos; y volveremos a programar nuevos proyectos y a aspirar a nuevas cosas. En cambio, la esperanza, en singular, indica el deseo de conseguir no esto o lo otro, sino el bien total, la plena realización de sí mismo.
A esta esperanza se refiere San Pablo cuando escribe que “la esperanza no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). Es la esperanza cristiana. No defrauda porque no se basa en la debilidad humana ni en la incertidumbre de los acontecimientos, sino que está garantizada por el amor de Dios, que es eternamente fiel. Por eso no puede fallar. Colma plenamente los anhelos del corazón humano y es tan segura como Dios mismo. Es una virtud teologal porque tiene como origen, motivo y meta a Dios. Por ella “aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (Catecismo 1817). Esta virtud “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna” (Catecismo 1818).
La esperanza cristiana está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (cf. Rm 8, 39). He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida, también en la obscuridad, en la adversidad, en la enfermedad e incluso ante la muerte.
Los creyentes en Cristo viven “en paz con Dios” y han recibido la gracia de la salvación, nos dice san Pablo (Rom 5,1-2). Sin embargo no estamos libres de situaciones difíciles y oscuras. No obstante, el cristiano permanece firme, ya que pone toda su confianza en Dios, sabiendo que el mal e incluso la muerte no tienen nunca la última palabra. En tales situaciones se percibe la luz y la fuerza que brotan de la cruz y de la resurrección de Cristo. Esto le lleva a desarrollar la virtud de la paciencia, estrechamente relacionada con la esperanza. Persevera y confía en aquello que Dios nos ha prometido. Aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.
El mundo, tal como existe en el presente, no responde al proyecto de Dios. El mundo nuevo que se ha iniciado con la resurrección de Cristo, un mundo nuevo, liberado y glorioso, está todavía por llegar en plenitud. Vivir con esperanza es tener confianza en Dios y perseverar con fidelidad en la fe. Esperar es tener capacidad para ver, aun cuando nuestros ojos no vean. Es recuperar nuestra capacidad de soñar un mundo mejor para todos, es colaborar activamente para que nazca ese mundo nuevo, el mundo querido por Dios. Esperar es descubrir y acoger cada día la fuerza de vida de Cristo Resucitado, que hace nuevo este mundo con la fuerza de su Espíritu Santo.
Que el Jubileo sea para todos un momento de encuentro vivo y personal con Cristo en la oración y en el sacramento de la Reconciliación. Acojamos la Indulgencia que nos limpia de las huellas que dejan nuestros pecados. Dejemos que se avive nuestra esperanza, que permite vislumbrar la meta: el encuentro definitivo con el Señor Jesús.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!