En el mes de la Virgen María
Queridos diocesanos:
Desde el inicio de la Iglesia, la Virgen María está siempre presente en la vida de la comunidad cristiana y de los cristianos. Lo estuvo en los primeros pasos de la comunidad cristiana, que perseveraba unánime en la oración en comunión con María, la Madre de Jesús, esperando el don prometido del Espíritu Santo (Hech 1,14). Y la Virgen sigue estando presente una vez fue llevada en cuerpo y alma a los cielos al final de su vida terrenal. Ella es la primera creatura que participa ya en cuerpo y alma de la resurrección de su Hijo: ella vive gloriosa junto a Dios. No es un personaje del pasado: la Virgen María vive junto a Dios e intercede también hoy por nosotros, sus hijos.
En todo momento podemos sentir la presencia maternal de Maria en nuestra vida personal, familiar y comunitaria. En el mes de mayo lo vivimos de modo especial. Mayo es el mes de María: para honrarla por ser la Madre de Dios y Madre nuestra, para darle gracias por tantos dones como hemos recibido de Dios por intercesión suya, para orar junto con ella a Dios e invocar su protección en nuestras dificultades y necesidades, para sentirnos amados y acompañados por ella en el camino de la vida. Este año nos podemos unir a la iniciativa del Papa Francisco de rezar todos los días de este mes el santo Rosario en las parroquias y familias pidiendo a Dios por intercesión de la Virgen el fin de la pandemia del Covid-19. Así lo haremos este primer domingo de mayo en la fiesta de la Mare de Déu del Lledó, Patrona de Castellón.
En la vida de la Iglesia y de los cristianos, María ocupa un lugar privilegiado, porque es la Madre de Jesús, por pura gracia de Dios. María es ante todo la Madre de Dios. Ella nos da a Dios y dirige nuestra mirada a Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia ella sea el camino para nuestro encuentro personal y salvador con Cristo Jesús. Nuestra devoción y veneración a la María debe estar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque el Señor Resucitado es el centro y fundamento de nuestra fe. Él es el único Redentor y Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Él es el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el misterio de Dios y el misterio del hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús; ella no deja de decirnos como a los sirvientes en la bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Pero la Virgen María es también nuestra Madre. A los pies de la Cruz, poco antes de morir, Jesús se la entrega como madre espiritual a Juan, que representa a toda la Iglesia y a todos los cristianos. El mismo Juan nos dice que “desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio”, como su madre (Jn 19, 17). Desde ese momento, María es nuestra Madre y como Juan la hemos de acoger y amar como nuestra madre espiritual. Todos nosotros estamos colocados bajo su manto, como se ve en frescos y cuadros medievales.
La presencia de María en la vida de la Iglesia y de los cristianos es como la de una buena madre: da protección, calor, acogida, cariño y consuelo a sus hijos. Puede que su presencia sea muchas veces imperceptible y pase desapercibida; pero ella está siempre atenta a sus hijos. Como una buena madre, al Virgen nunca nos abandona, tampoco en el dolor, en la enfermedad, en la angustia, en la soledad o en la tribulación, ni tan siquiera en la muerte. María nos acompaña siempre y nos mira con verdadero amor de Madre. Cada uno de nosotros, nuestras familias, ciudades y pueblos estamos en su corazón; ella cuida de nosotros en nuestros afanes y tareas; ella sufre y ora con nosotros y por nosotros, y nos acompaña y alienta en estos momentos de especial dificultad por la pandemia del coronavirus.
Las oraciones que dirigimos a la Virgen María no son vanas. Ella escucha siempre nuestras súplicas, incluso las que no pronunciamos pero llevamos dentro de nuestro corazón. Las escucha como Madre, más incluso que toda buena madre. María nos defiende en los peligros, se preocupa por nosotros, también cuando perdemos el sentido del camino y la esperanza. María está allí, rezando por nosotros, rezando por quien no reza. Rezando con nosotros. Porque ella es nuestra Madre (Francisco).
María nos alienta y exhorta hoy de modo especial a confiar en Dios y en su Hijo, el Señor Resucitado, como lo hizo con los primeros cristianos. Él es la Esperanza que no defrauda. Él nos envía a ser, como María, testigos con obras y palabras del amor de Dios a la humanidad, en especial a los afectados por la pandemia.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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