Encuentro con el amor de Dios en Cristo
Queridos diocesanos:
El día 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, la fiesta de las Candelas. En Navidad hemos celebrado el Amor de Dios, quien se hace hombre en el Niño nacido en Belén por amor a todo hombre y mujer y para hacernos partícipes de su amor y de su vida. «A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en nombre» (Jn 1,12). Cuarenta días después de Navidad, Jesús es llevado al templo por María y por José. El cumplimiento de la ley de Moisés se convierte en el encuentro de Jesús con el pueblo creyente. Por ello a esta fiesta, sobre todo en Oriente, se la llama fiesta del encuentro.
En la escena evangélica (cf. Lc 2, 22-40) vemos diversos encuentros: con el anciano Simeón, que representa la espera fiel de Israel y el júbilo por el cumplimiento de las antiguas promesas; y con la anciana profetisa Ana, que, al ver al Niño, exulta de alegría y alaba a Dios. Recordando esta escena también nosotros iremos gozosos al encuentro del Señor con cirios encendidos, símbolo de la luz de la fe y de la nueva Vida que hemos recibido en el Bautismo. Jesús viene a nuestro encuentro y nosotros deseamos encontrarnos de nuevo con Él. El papa Francisco nos invita «a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo» (EG, n. 3). Es un encuentro personal con el amor de Cristo Jesús que nos salva y transforma, y que hace crecer en nosotros la convicción de que es lo más grande para todos. También nuestros contemporáneos, personas de buena voluntad, están sedientos de encontrar el verdadero sentido de su existencia. La acogida del amor de Dios en el encuentro con Cristo devuelve el sentido a la propia realidad y nos impulsa a narrar a otros las maravillas de este amor, nos lanza a la evangelización con la palabra y las obras que fluyen de una existencia transfigurada.
En la escena de la Presentación podemos ver el inicio de la vida consagrada (papa Francisco), por lo que en este día celebramos la Jornada mundial de la Vida Consagrada; un día en que recordamos a todas las personas de especial consagración: a los monjes y las monjas de vida contemplativa, a los religiosos y las religiosas de vida activa y a todas aquellas otras personas consagradas que viven en el mundo.
Los consagrados están llamados sobre todo a ser hombres y mujeres del encuentro. Su vida consagrada es la respuesta al encuentro personal con el amor de Dios en Cristo, que se hace envío y anuncio. De hecho, la vocación de especial consagración a Dios no surge de un proyecto humano sino de una llamada del Señor, de una gracia de Dios que alcanza a la persona en el encuentro con el amor de Dios en Cristo que cambia y transforma su vida. Quien encuentra verdaderamente a Jesús, su vida queda transfigurada por la alegría de este acontecimiento. Cristo Jesús es la novedad que hace nuevas todas las cosas. Quien tiene la dicha de este encuentro se convierte en testigo y trabaja para hacer posible a los demás este encuentro con Cristo. Los consagrados están llamados a ser signo concreto y profético del amor cercano de Dios, compartiendo la condición de fragilidad y las heridas del hombre de nuestro tiempo.
Todas las formas de vida consagrada, cada una según sus características, están llamadas a vivir en permanente estado de misión, compartiendo «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» (GS, 1). Quien ha sido tocado y se deja tocar cada día por el amor de Dios está cercano a los problemas de la gente y ‘sale’ -aunque viva en la clausura- a las periferias geográficas y existenciales; no se detiene ante los obstáculos y las incomprensiones de los demás, porque mantiene el ardor del amor primero; y tiene siempre en el corazón una viva inquietud por el Señor y un deseo vehemente de llevarlo a los demás, como lo hicieron María y José en el templo.
La Jornada de la Vida Consagrada es una ocasión para promover el conocimiento y la estima de la vida consagrada como forma de vida que asume y encarna el encuentro con el amor de Dios y con los hermanos, desde cada carisma fundacional. En este día damos gracias a Dios por todas las personas de especial consagración, presencia elocuente del amor de Dios en el mundo. Oremos por todas las personas consagradas de nuestra diócesis para que mantengan viva la grandeza del don recibido y vivan coherentemente su misión en la Iglesia y en el mundo, propiciando el encuentro con el amor de Dios uno y trino.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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