La comunidad de Monjas Agustinas de Montornés, en Benicàssim, celebra los días 27 y 28 de agosto las festividades de Santa Mónica y San Agustín, respectivamente. Estas dos figuras son pilares fundamentales en la tradición cristiana y poseen un significado especial para las monjas agustinas.
San Agustín, nacido en el siglo IV, fue un influyente teólogo y filósofo cuya obra «Confesiones» relata su camino de conversión al cristianismo, inspirado en gran parte por las oraciones y la fe inquebrantable de su madre, Santa Mónica. Santa Mónica, también canonizada, es un símbolo de perseverancia y devoción materna. Para las monjas agustinas, estos santos representan el ideal de vida contemplativa y comunitaria, basada en la búsqueda de la verdad, la oración y el amor a Dios.
La comunidad invita a todos los fieles a unirse en la celebración de estas festividades. Hoy, 27 de agosto, se llevará a cabo el rezo de Vísperas a las 19:00 h, seguido de la celebración de la Eucaristía. Mañana, 28 de agosto, se conmemorará la solemnidad de San Agustín con Vísperas a las 19:00 h y una Santa Misa a las 19:30 h.
Cabe señalar que, desde la realidad del Convento, las hermanas intentan vivir la Liturgia, la fraternidad y cercanía espiritual con los fieles que acuden a su Capilla y con las personas que acuden de Retiro. Realizan una formación permanente, de forma comunitaria, profundizando temas de interés para la vida contemplativa agustiniana, atentas a descubrir cómo ser signo de esperanza y de amor en medio de esta sociedad necesitada de Dios, compañeras de camino en la búsqueda de la Verdad.
El pasado martes 13 de agosto, la comunidad de Carmelitas Descalzas del Monasterio del Sagrado Corazón, en Alquerías del Niño Perdido, llevó a cabo la elección de su nueva priora, siguiendo las normas de la Constitución de la Orden, que establece un mandato de tres años para este cargo.
La elección se realizó en presencia de D. Joaquín Guillamón, Delegado diocesano para la Vida Consagrada y Visitador Episcopal de las monjas de clausura en la Diócesis. Con la guía del Espíritu Santo, las hermanas eligieron a la Hna. María José de Cristo, quien asumirá este servicio durante los próximos tres años.
Con el inicio del mes de mayo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por la formación de religiosas, religiosos y seminaristas: “Oremos para que las religiosas, los religiosos y los seminaristas crezcan en su camino vocacional a través de una formación humana, pastoral, espiritual y comunitaria, que les lleve a ser testigos creíbles del Evangelio”.
2. […] Como tuve ocasión de destacar: «Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los principales aportes del Concilio Vaticano II. Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y del pensar creyente» (…)
3. Ha llegado el momento en el que los estudios eclesiásticos reciban esa renovación sabia y valiente que se requiere para una transformación misionera de una Iglesia «en salida» desde ese rico patrimonio de profundización y orientación, que ha sido confrontado y enriquecido —por así decir— «sobre el terreno» del esfuerzo perseverante de la mediación cultural y social del Evangelio, que ha sido realizada a su vez por el Pueblo de Dios en los distintos continentes y en diálogo con las diversas culturas.
En efecto, la tarea urgente en nuestro tiempo consiste en que todo el Pueblo de Dios se prepare a emprender «con espíritu» una nueva etapa de la evangelización. Esto requiere «un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma». Y, dentro de ese proceso, la renovación adecuada del sistema de los estudios eclesiásticos está llamada a jugar un papel estratégico. De hecho, estos estudios no deben sólo ofrecer lugares e itinerarios para la formación cualificada de los presbíteros, de las personas consagradas y de laicos comprometidos, sino que constituyen una especie de laboratorio cultural providencial, en el que la Iglesia se ejercita en la interpretación de la performance de la realidad que brota del acontecimiento de Jesucristo y que se alimenta de los dones de Sabiduría y de Ciencia, con los que el Espíritu Santo enriquece en diversas formas a todo el Pueblo de Dios: desde el sensus fidei fidelium hasta el magisterio de los Pastores, desde el carisma de los profetas hasta el de los doctores y teólogos.
Y esto tiene un valor indispensable para una Iglesia «en salida», puesto que hoy no vivimos sólo una época de cambios sino un verdadero cambio de época, que está marcado por una «crisis antropológica» y «socio-ambiental» de ámbito global, en la que encontramos cada día más «síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras». Se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo global» y «redefinir el progreso»: «El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos».
Esta enorme e impostergable tarea requiere, en el ámbito cultural de la formación académica y de la investigación científica, el compromiso generoso y convergente que lleve hacia un cambio radical de paradigma, más aún —me atrevo a decir— hacia «una valiente revolución cultural». En este empeño, la red mundial de las Universidades y Facultades eclesiásticas está llamada a llevar la aportación decisiva de la levadura, de la sal y de la luz del Evangelio de Jesucristo y de la Tradición viva de la Iglesia, que está siempre abierta a nuevos escenarios y a nuevas propuestas.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por quienes viven su espiritualidad cristiana ayudados por la piedad popular, para que acogiendo la Palabra de Dios con fe y humildad, a ejemplo de María, crezcan en el conocimiento de la fe y la vivan con coherencia.”
La religiosidad popular es expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana de un pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. Pablo VI escribió que “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (EN 48). Surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de diversas maneras, según las vivencias y la cultura propia del pueblo. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar; es una fe que se hecho cultura. En su origen es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella el pueblo cristiano llano vive y expresa su relación con Dios, con la Virgen y con los Santos. Su fuente se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia (Catecismo, 1674).
La religiosidad popular tiene, sin embargo, sus límites. Como todas las realidades cristianas no siempre está exenta de errores o desviaciones. A veces se puede quedar en un sentimiento pasajero o en lo superficial, y quedar vaciada de su verdadero sentido y fin. La piedad popular necesita también ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico” (Juan Pablo II).
La superiora general de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret, la madre Angela Mazzeo (Philadelphia, EUA, 1966), visitó ayer al Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, D. Casimiro López Llorente.
En el encuentro también estuvo presente D. Luis Oliver, párroco de Santo Tomás de Benicàssim, y la Hermana Catalina, de la comunidad de esta congregación en nuestra Diócesis; y la reunión sirvió para hablar de la presencia de esta comunidad en nuestra Diócesis – llevan más de 5 años – así como de toda la actividad que desarrollan las hermanas.
Las hermanas Catalina y Carolina, de las Hnas. de la Sagrada Familia de Nazaret de Benicàssim, compartieron el sábado pasado su testimonio sobre la vocación como sueño del amor de Dios para cada uno de nosotros, con los chicos de la Iniciación Cristiana -y sus padres- de la parroquia de La Sagrada Familia de Castellón.
Tal y como ha explicado el párroco, D. Miguel Abril, el encuentro ha tenido lugar en el contexto de la convivencia de Cuaresma, y en respuesta a la carta que recientemente envió nuestro Obispo D. Casimiro a todos los sacerdotes de la Diócesis solicitando promover una cultura vocacional que lleve al encuentro personal con Cristo, dada la escasez de vocaciones que abarca al sacerdocio, a la vida consagrada, a los matrimonios y al laicado comprometido.
En este sentido, cabe recordar que encargó a la Hermana Catalina Nowak “que se ofrezca para ir a parroquias y otras realidades eclesiales a hablar de esta cuestión”, con quien se puede contactar a través del teléfono 680 563 596.
“Ha sido sencillo y hermoso. Les recomiendo a todas las parroquias, a los párrocos, catequistas, monitores… invitar a las Hermanas para posibilitar este compartir que ayude a abrir los corazones a la vocación del Amor – ha explicado D. Miguel – ha sido un auténtico Primer Anuncio”.
Con el inicio del mes de febrero se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los enfermos terminales: “Oremos para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano”.
Cuando la enfermedad llama a la puerta de nuestra vida, aflora siempre en nosotros la necesidad de tener cerca a alguien que nos mire a los ojos, que nos tome de la mano, que manifieste su ternura y nos cuide, como el Buen Samaritano de la parábola evangélica. (cf. Mensaje para la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2020).
El tema del cuidado de los enfermos, en las fases críticas y terminales de la vida, invoca la tarea de la Iglesia de reescribir la “gramática” de hacerse cargo y de cuidar de la persona que sufre. El ejemplo del Buen Samaritano enseña que es necesario convertir la mirada del corazón, porque muchas veces los que miran no ven. ¿Por qué? Porque falta compasión. Se me ocurre que, muchas veces, el Evangelio, al hablar de Jesús frente a una persona que sufre, dice: “se compadeció”, “se compadeció”… Un estribillo de la persona de Jesús. Sin compasión, el que mira no se involucra en lo que observa y pasa de largo; en cambio, el que tiene un corazón compasivo se conmueve y se involucra, se detiene y se ocupa de lo que sucede.
Alrededor de la persona enferma es necesario crear una verdadera plataforma humana de relaciones que, al tiempo que fomentan la atención médica, se abran a la esperanza, especialmente en aquellas situaciones límite en las que el dolor físico va acompañado de desamparo emotivo y angustia espiritual.
El enfoque relacional ―y no meramente clínico― con el enfermo, considerado en la singularidad e integridad de su persona, impone el deber de no abandonar nunca a nadie en presencia de males incurables. La vida humana, por su destino eterno, conserva todo su valor y dignidad en cualquier condición, incluso de precariedad y fragilidad, y como tal es siempre digna de la más alta consideración.
Santa Teresa de Calcuta, que vivió el estilo de la cercanía y del compartir, preservando hasta el final el reconocimiento y el respeto de la dignidad humana, y haciendo más humano el morir, decía: «Quien en el camino de la vida ha encendido incluso solo una luz en la hora oscura de alguien no ha vivido en vano».
A este respecto, pienso en lo bien que funcionan los hospices para los cuidados paliativos, en los que los enfermos terminales son acompañados con un apoyo médico, psicológico y espiritual cualificado, para que puedan vivir con dignidad, confortados por la cercanía de sus seres queridos, la fase final de su vida terrenal. Espero que estos centros continúen siendo lugares donde se practique con compromiso la “terapia de la dignidad”, alimentando así el amor y el respeto por la vida. […]
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los religiosos y religiosas de vida contemplativa, para que el Señor los enriquezca con nuevas vocaciones que puedan sostener la misión de la Iglesia siguiendo el ideal de la oración constante y la vivencia de los consejos evangélicos.”
Nuestro Obispo D. Casimiro, en su carta del 3 de junio del 2007 en el que hablaba del “valor de la vida contemplativa”, nos decía lo siguiente:
Los monasterios son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios; nos hacen presente a Aquel que siempre nos acompaña, y, a su vez, acompañan con amor a Quien se ha hecho nuestra mejor compañía.
Los monjes y monjas nos recuerdan que hay una Palabra por antonomasia –la de Dios- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia –la de Dios-con-nosotros, sobre todo en la Eucaristía-, que debemos siempre acoger, contemplar y adorar. Esa Palabra ha llenado su silencio con una voz inconfundible, y esa Presencia ha colmado su soledad con una plenitud inmerecida.
Los monjes y monjas no se desentienden ni de la Iglesia ni del mundo. Aunque separados de todo están unidos a todo porque nada humano ni eclesial les es ajeno. En nuestras evasiones nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con Dios en Cristo Jesús, para que nos sea devuelta la luz a los ojos y nos vuelva a latir el corazón con el fuego de Dios. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como considerar que Dios es el único bien. Porque la vida tiene sentido cuando Dios es reconocido como Bien supremo.
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