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En el momento de nuestra incorporación a la Iglesia, en el día del bautismo, pasamos a ser parte del grupo más numeroso de los que forman este Pueblo de Dios. Somos fieles laicos con una consagración única, la recibida en el bautismo. Esta elección de Dios, confirmada después con el don del Espíritu Santo, se mantiene en el tiempo y es fuerza y señal del compromiso que adquirimos para participar, como laicos, en la misión de la Iglesia.
El lugar en que se realiza la consagración de los laicos es el mundo. El mandato del Señor en el Génesis: “moveos por la tierra y dominadla” (Gn 9,7) es llamada a la presencia de los laicos en todas las circunstancias de la vida para colaborar en la organización del común: en las instituciones públicas, políticas o económicas, en las organizaciones sociales, vecinales, profesionales, culturales o deportivas. Trabajar, como dice el Concilio buscando “el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (Lg 31). Pero ese dominio al que nos llama la Biblia es un dominio desde el servicio, como enseña Jesús: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35).
Es muy grande la diversidad de situaciones y circunstancias que hoy existen en el mundo, sometidas además a una constante evolución. La crisis económica, social y sanitaria exige un compromiso activo, los problemas derivados de la guerra y de los conflictos en tantos lugares del mundo precisan también respuestas rápidas y globales. Los cristianos en este tiempo tenemos una misión que realizar desde el compromiso y la entrega generosa de sus capacidades, de su tiempo y de sus habilidades para construir el Reino de Dios. Necesitamos para ello una vida de gracia, cercana al Espíritu que sostiene, una comunidad de referencia, una familia que acoja y sostenga en los momentos de dificultades y una implicación personal en el mundo con criterio de servicio, colaboración y escucha mutua.
Los fieles laicos miramos al mundo cara a cara con sus valores y problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y derrotas: un mundo cuyas situaciones económicas, sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades graves. Es nuestro lugar y nuestro tiempo para la caridad política, la que implica a todos los bautizados a proponer un ordenamiento del común basado en la doctrina social de la Iglesia que pueda dar respuesta cristiana a las situaciones planteadas.
Los fieles laicos estamos llamados a acoger el llamamiento de Cristo a trabajar en el Reino, a ser parte activa, consciente y responsable de la misión de la Iglesia en el tiempo presente y hasta el final de la historia.
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