La Eucaristía, sacramento y fuente de la caridad
Queridos diocesanos:
Nos disponemos a celebrar la Fiesta del Corpus Christi, es decir del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el próximo Domingo. En su centro está el Sacramento de la Eucaristía, el Sacramento del amor, en que Cristo Jesús nos ha dejado el memorial permanente de su entrega total por amor en la Cruz. En la secuencia de la Misa de este día cantaremos: “Es certeza para los cristianos: el pan se convierte en carne, y el vino en sangre”. En el Corpus reafirmamos con gran gozo nuestra fe en la presencia real y permanente de Cristo en la Eucaristía, el misterio que constituye el corazón de la Iglesia.
La Eucaristía “es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 1). Por ello, la fiesta del Corpus Christi es una importante cita de fe, de alabanza y de adoración para toda comunidad cristiana. Esta fiesta nació con la finalidad específica de reafirmar y mostrar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Es una fiesta instituida para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo’, hasta el don de su cuerpo y de su sangre.
La celebración eucarística de esté día nos remonta a Jueves santo, el día en que Cristo, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la santísima Eucaristía. Los Apóstoles recibieron el don de la Eucaristía en la intimidad de la última Cena, pero estaba destinado a todos, al mundo entero. Precisamente por eso hay que proclamarlo y exponerlo abiertamente, para que cada uno pueda encontrarse con “Jesús que pasa”, como acontecía en los caminos de Galilea, de Samaria y de Judea; para que cada uno, recibiéndolo, pueda quedar curado y renovado por la fuerza de su amor. Esta es la herencia perpetua y viva que Jesús nos ha dejado en el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. Es necesario reconsiderar, revivir constantemente esta herencia, para que pueda ejercer “su inagotable eficacia en todos los días de nuestra vida mortal” (Beato Pablo VI, Audiencia general, 24.05.1967).
La Eucaristía es el centro, la fuente y la meta de la vida de la Iglesia y de todo cristiano; sin la Eucaristía no habría Iglesia; y sin la Eucaristía, la fe y la vida de todo cristiano languidecen y mueren. En el banquete eucarístico, el Señor mismo nos invita a su mesa, nos sirve y, sobre todo, nos da su amor, hasta el extremo de ser Él mismo el que se nos da en el pan partido y repartido. La comunión del Cuerpo de Cristo une a los cristianos con el Señor, y crea y recrea la nueva fraternidad que no admite distinción de personas, que no conoce fronteras ni es excluyente.
La Eucaristía tiene unas exigencias concretas para el vivir cotidiano, tanto de la comunidad eclesial como de los cristianos. La Iglesia, cada comunidad eclesial y cada cristiano que comulga están llamados a ser testigos comprometidos del amor de Cristo, del que participan en la Eucaristía, para que este amor llegue a todos, pues a todos está destinado. Por ello, en la Fiesta del Corpus celebramos el Día de Cáritas. El mandamiento nuevo tiene su fuente y su urgencia en la Eucaristía, en su celebración, participación y adoración. No podemos comulgar y adorar con conciencia limpia si no reconocemos y acogemos a Jesús en el hermano o si lo excluimos (cf. Mt 25). A la vez, quien en la comunión comparte el amor de Cristo es enviado a ser su testigo compartiendo su pan y su vida con el hermano necesitado.
Cristo Eucaristía nos invita y envía a ser testigos vivos de su amor para que se supere cualquier exclusión y necesidad. Es lo que hacen tantos cristianos en su compromiso de caridad cristiana; es lo que hacen nuestras Cáritas parroquiales, interparroquiales y diocesana, y tantas obras caritativas y sociales de grupos eclesiales y congregaciones religiosas.
En el Corpus os invito a entrar en el misterio de la Eucaristía para dejarnos configurar por él de modo que nos convierta en testigos comprometidos de su amor en el amor al hermano necesitado. El mandamiento nuevo del amor nos urge a redoblar nuestro compromiso personal y nuestra generosidad económica. El Señor Jesús nos llama a reconocerle, acogerle y amarle en el hermano necesitado hasta compartir nuestro pan, nuestra vida y nuestra fe con él.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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