Frenar la desigualdad
Queridos diocesanos:
Con el lema “Frenar la desigualdad está en tus manos”, Manos Unidas comenzaba hace unos días la Campaña de este año. Lo hacía primero con la celebración de la santa Misa porque como Asociación católica de la Iglesia sabe que la Eucaristía es la fuente y la cima permanente de su misión. Días después presentaba la Campaña a toda la sociedad. Son ya sesenta y cuatro años de compromiso tenaz de Manos Unidas en la lucha contra la pobreza y el hambre -de pan, de cultura y de Dios-, de cooperación al desarrollo de las personas y de los pueblos, y de sensibilización de nuestra sociedad.
Desde su comienzo, Manos Unidas vio que la desigualdad está en la base y es una de las causas fundamentales de la pobreza y de la exclusión que sufren cientos de millones de personas en nuestro mundo. De ahí, su compromiso cristiano por trabajar por la igual dignidad de todas las personas, por liberar a la humanidad del hambre y de la desigualdad de los más pobres y desfavorecidos de la tierra, especialmente en los países del Sur de la tierra y, entre ellos, de las mujeres y niñas en el mundo rural.
Hablar de igualdad significa, ante todo, poner en el centro de la mirada, del corazón y de la acción comprometida la dignidad de toda persona humana. Por el sólo hecho de ser persona, querida y creada por Dios a su imagen y semejanza, todo ser humano tiene una dignidad innata e inalienable, con independencia de sexo, raza, lengua, país, religión, edad, condición social o forma de pensar. Una dignidad que pide y merece ser reconocida, respetada y promovida por parte de todos, comenzando por los legisladores y los gobiernos. La dignidad de todo ser humano es el fundamento de los derechos humanos, que son universales e indivisibles. Son universales, porque corresponden a toda persona por el hecho de serlo y, en consecuencia, deben ser reconocidos a todos; y son indivisibles porque están interconectados y no pueden ser aplicados por partes separadas, porque se corre el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana.
Los derechos humanos fueron declarados por las Naciones Unidas para eliminar los muros de separación y la desigualdad que dividen a la familia humana y los pueblos, así como para favorecer el desarrollo humano integral, es decir de “todos los hombres y de todo el hombre […] hasta la humanidad entera” (Pablo VI, Populorum Progressio, 14). Porque una visión reduccionista del desarrollo de la persona humana y una exclusión del desarrollo de personas y de pueblos abren el camino de la desigualdad y de la injusticia.
Es cierto que se ha avanzado en este terreno. En teoría se afirma y reconoce en general la igual dignidad de toda persona humana. También la mayoría de los Estados reconocen los derechos humanos. Pero no es menos cierto que aún queda mucho por hacer para que su ejercicio y disfrute sea efectivo y real para todos, muy en especial por las mujeres y las niñas de los países del Sur de la tierra.
Fiel a su origen, Manos Unidas pone en esta Campaña de nuevo el foco en la lucha contra la pobreza y el hambre, pero llama a remover las causas que lo originan; a saber, la explotación socio-económica, la exclusión social, el clima de violencia, la vulneración de los derechos humanos, el deterioro del medioambiente, y, sobre todo, la perpetuación de la desigualdad. Se trata en definitiva de apostar decididamente para eliminar las iniquidades para que millones de seres humanos, hermanos nuestros, sobre todo los más vulnerables, puedan tener una vida digna y vivir con la dignidad de hijos e hijas de Dios.
Recordemos, entre otros muchos datos y posibles ejemplos, que 828 millones de personas pasan hambre en el mundo, a pesar del enorme incremento de alimentos y de todo el trabajo realizado; son 150 millones más desde el inicio de la pandemia de la Covid-19. Es un escándalo clamoroso porque, habiendo comida para todos, no todos tienen para comer. Es una injusticia, cuya desaparición pide nuestro compromiso efectivo, como imperativo de nuestra fe y responsabilidad de cristianos en la construcción del bien común. La pobreza, el hambre y la desigualdad son contrarias al plan de Dios. En la raíz aparece siempre el egoísmo, la avaricia y la insolidaridad de los países más ricos.
Apoyemos con generosidad a la Asociación católica Manos Unidas en su lucha contra la pobreza y el hambre para frenar la desigualdad en favor de la justicia y de una vida digna para todos. Frenar la desigualdad está en nuestras manos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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