«Mi hija es un taller de amor»
ENTREVISTA – Amparo Romeu, madre de Judith María, que tiene Síndrome de Down.
Amparo Romeu es esposa y madre de familia numerosa. Su marido, Javier, y ella tienen cinco hijos en el cielo y cuatro en la Tierra. La última, Judith María, tiene cuatro años, Síndrome de Down y parálisis cerebral. A sus seis meses de vida, le detectaron Síndrome de West, tenía convulsiones diarias, dejó de hacer todo lo que hacía y no reaccionaba a ningún estímulo. Así ha sido hasta hace un año, gracias a que un médico ‘acertó’ con la medicación que debía tomar.
¿Qué es Judith María para la familia?
Es una bendición y un regalo de Dios. Ella es la alegría de la casa cada vez que sonríe y hace un progreso (Judith María, a causa del Síndrome de West, dejó de sonreír, de moverse, de coger cosas, y de hacer todo lo que podía hacer. Estaba ausente completamente). Sin ella, nuestra familia no sería lo que es. Es un signo de elección de Dios.
¿Cómo fue enterarse de la noticia de la enfermedad?
Fue muy duro. Un shock. Nos enteramos a las semanas de haber nacido, aunque los médicos lo sospechaban durante el embarazo. El shock fue enterarnos después de celebrar con toda la familia que la niña estaba bien, ya que cuando nació no tenía muchos rasgos de una persona con Síndrome de Down. Lloramos. Tuvimos mucho miedo.
¿Qué te dijeron los médicos cuando estabas embarazada?
Me presionaron para hacerme la amniocentesis, una prueba en la que te extraen líquido amniótico (el que rodea al bebé en el útero) para asegurarse de que Judith María tenía una enfermedad. Pero me negué, porque había posibilidad de tener un aborto al hacérmela, y no quise. Yo sabía que quería tener esta hija fuera como fuera. No me planteaba nada, y menos hacerme esa prueba si su finalidad era abortar. Nosotros queríamos que viviera.
¿Cómo lo vivís una vez asumís la noticia?
Muy diferente. Ella es una hija muy especial y lo vivimos con mucha alegría. Es igual que si tienes un hijo que le cuesta hacer todo muchísimo más. Son más frágiles y necesitan más dedicación, pero luego lo que te dan es mucho más. Te dan tanto amor, que todo lo que puedas sufrir por ellos es gratificante.
¿Cómo es tu relación con Dios después de esto?
Más cercana. Con el tiempo me di cuenta de que Dios me había hecho un favor regalándome a esta hija. A veces le clamo, y le digo: «Es Tu hija, Tú verás lo que haces con ella, porque yo la cuido, rezo y hago lo humanamente posible por ella, pero Tú eres su Padre, y sabes mejor que nadie lo que a ella le conviene». Para mí, este acontecimiento ha sido un avanzar en la fe, porque he podido experimentar que Dios está muy presente en mi vida, hablo con Dios todos los días, y necesito presentarle a mi hija todos los días. Yo nunca habría descubierto un Dios tan vivo y tan real en mi vida si Judith María no hubiera nacido. Creo que esta niña es vivir el cielo en la Tierra.
¿Y la de tu familia con Dios?
Lo mismo. Vemos que nada es casualidad, y que Judith María ha nacido en esta familia porque Dios lo tenía pensado así. Nos ha elegido. Y esto ha hecho a mis hijos madurar en la fe. Tener un hermano con una enfermedad y con esta precariedad de salud no es fácil, y les ha enseñado a confiar en el Señor y abandonarse a Él. Ellos también ven que nosotros lo ponemos todo en manos de Dios.
¿Por qué crees que Dios os ha regalado a Judith María?
Porque tiene una misión. Y creo que es dar un testimonio en defensa de la vida. Para que la gente sepa que esto es una bendición. Si la gente lo descubriera, estaría pidiéndole a Dios que les diera un hijo así. Tener Síndrome de Down no es nada. Es una persona que aparentemente tiene rasgos diferentes y le cuesta todo mucho más. Y ya está. Hay niños que les cuesta hacer cosas también, quizá porque tienen un coeficiente intelectual bajo. ¿Qué haces con ellos? ¿Los matas porque son torpes? Es que eso es un genocidio. Y es justo lo que está pasando. Cuando tenía a Judith María recién nacida en los brazos, la miraba y lloraba, de pensar que en otra casa se la habrían cargado.
¿Qué te enseña ella?
A disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como la sonrisa de un niño, que ahora aprecio mucho porque mi hija dejó de sonreír y de reír. Ahora una sonrisa para mí es muchísimo. Y a amar. Mi hija es un taller de amor en nuestra casa. Me enseña a salir de mí misma, todos los días, porque requiere mucho tiempo y dedicación. Pero te compensa muchísimo. Anoche la tenía en brazos y se ‘partía’ de la risa. Si tuviera que llamar a algo felicidad, sería eso: ver a mi hija reír.
¿Qué le dirías a una mujer embarazada que se entera de que su hijo tiene Síndrome de Down?
La animaría a que tuviera a ese hijo, porque son una fuente de bendiciones que ni se imagina. Y que no tenga miedo, porque estos niños dan muchísimo más. Si la gente lo supiera, querría tener un hijo con Síndrome de Down. No soy la única que lo dice. Ellos son seres puros, que dan mucho más que cualquier persona. Son siempre felices, y ¿qué quieren unos padres para sus hijos? Precisamente esto, y con ellos lo tienes asegurado. Tienes garantizadas dos cosas: que tu hijo va a ser siempre feliz, y si eres creyente y crees en la vida eterna, sabes que tu hijo va directamente al cielo.
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