HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL
Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 8 de abril de 2023
1. “No temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho” (Mt 28,5). Las mujeres habían acudido a ver el sepulcro al alborear el primer día de la semana. Habían vivido los acontecimientos trágicos de la pasión y crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado el dolor, la tristeza y el desaliento. Aquella mañana van al lugar donde Jesús había sido enterrado para abrazarlo por última vez. Las empuja el amor. Aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta al Calvario. En un instante todo cambia. Jesús “no está aquí, ha resucitado como había dicho”. Este anuncio del ángel cambia su tristeza en alegría y corren a anunciarlo a los discípulos.
2. ¡Cristo vive! Aquel, a quien creían muerto, está vivo. La muerte ha dado paso a la vida; a una vida gloriosa para no morir más. La luz de Cristo irradia sobre la faz de la tierra y disipa las tinieblas de la noche, las tinieblas del pecado y de la muerte. Esta es “la noche clara como el día, la noche iluminada por el gozo de Dios”.
Sí, hermanos: Cristo ha resucitado y se ha convertido en Luz y Vida para todos. Él es nuestra esperanza, la esperanza de toda la humanidad. Porque en esta noche, la historia santa de Dios con la humanidad, su designio universal de vida y de salvación, iniciada en la creación y preparada en el Pueblo de Israel, llega a su término en Cristo. “Esta es la noche, en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”. La Pascua es una nueva y definitiva creación. En la resurrección de Cristo todo es redimido, todo es recreado, todo se recupera su bondad original, según el designio creador de Dios. Sobre todo el hombre, el hijo pródigo que ha malgastado el bien precioso de su libertad alejándose de Dios por el pecado, recupera su dignidad perdida: ser criatura amada de Dios, hecho a su imagen y semejanza.
¡Qué profundas suenan estas palabras en la noche de Pascua! Y que enorme actualidad tienen para el hombre de hoy; un hombre consciente de sus posibilidades de dominio, pero también un hombre cerrado a Dios y confuso sobre el sentido auténtico de su existencia, porque no sabe ya reconocer las huellas del Creador.
3. ¡Cristo ha resucitado, Aleluya! El dolor y la tristeza del Viernes santo, y el silencio del Sábado santo se convierten en canto de alegría en el Aleluya pascual: una alegría y un canto destinados a avivar nuestra fe en Cristo resucitado y nuestra condición de bautizados.
Porque en Cristo, primogénito de entre los muertos, hemos resucitado en nuestro bautismo. La victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre el pecado es también nuestra victoria. “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya” (Rom 6, 3-4).
Hermanos: la victoria de Cristo es nuestra victoria. En Cristo estamos todos. Él es nuestra Cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Su sangre ha sido derramada por todos. Y la nueva vida, que surge en la resurrección de Cristo alcanza a todos los bautizados en el bautismo. En Cristo resucitado todos empezamos a participar ya de la vida eterna. Lo que ha sucedido en Cristo, sucederá también en todos que nos hemos incorporado a Cristo.
Esta es la gran verdad que hoy celebramos: si nuestra vida está unida a la de Cristo, estamos pasando ya de la muerte a la vida, estamos entrando ya en una vida nueva que no conoce la muerte. Lo que sucedió ya, sacramentalmente, en el bautismo – nuestra incorporación a Cristo – tiene que irse realizando día a día, en la fe, en la esperanza y en el amor, iluminando y transfigurando, con la fuerza del Espíritu, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, en la vida diaria, aun en las cosas mas pequeñas.
4. Por ello la Iglesia nos invita esta noche a renovar las promesas bautismales. Renunciemos de corazón a Satanás y a todas sus obras y seducciones para seguir firmemente a Cristo y su camino de salvación. El amor de Dios nos despierta esta noche y nos recuerda el misterio de nuestra propia vida, que se ilumina con nuevo resplandor recordando nuestro bautismo.
Renunciemos, digamos “no” al demonio, a sus obras y a sus seducciones. Quitémonos las ‘viejas vestiduras’ con las que no se puede estar ante Dios. Esta ‘vestiduras viejas’ son, como nos recuerda Pablo en Carta a los Gálatas,las “obras de la carne”. Es decir: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo” (Ga 5,19ss.). Estas son las vestiduras que hemos de dejar: son vestiduras de pecado y de muerte, impropias de todo bautizado.
Revistámonos de la ‘vestiduras’ de Cristo. Confesemos nuestra fe y que esta dé nueva orientación a nuestra vida. Dejemos que Dios nos vista con el vestido de la vida. Pablo llama a estas nuevas “vestiduras” de Dios, “fruto del Espíritu”: Y son: “Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí” (Ga 5, 22).
5. Sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, perseveremos en nuestra fidelidad a Cristo y proclamemos con valentía que Cristo ha resucitado. Esta noche santa nos invita a anunciar con palabras y con el testimonio de vida el latir del Resucitado. Eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, que corrieron a toda prisa a dar la noticia a los discípulos (cf. Mt 28,8). Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros discípulos.
Vayamos con ellas a anunciar la noticia de la resurrección del Señor. Vayamos a todos esos lugares donde parece que el sepulcro tiene la última palabra, y donde parece que la muerte es la única solución. Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos corazones que han sepultado la esperanza, que han sepultado el sentido de la vida y que han sepultado la dignidad del ser humano.
Que María, testigo gozoso de la Resurrección, nos ayude a todos a caminar “en una vida nueva” y que como María Magdalena y la otra Maria anunciemos con alegría que Cristo ha resucitado. Aleluya. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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