Vigilia Pascual
Esta es la palabra que el señor obispo don Casimiro López Llorente dio a los fieles en la homilía de la santa Vigilia Pascual de este año, un acto como siempre memorable y glorioso con el Señor Cristo Jesús.
Homilía en la Vigilia Pascual
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Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 31 de marzo de 2018
1. “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el Crucificado? No está aquí. Ha resucitado” (Mc 16,1-7).
Éste es el mensaje central de esta noche santa, la Vigilia de todas las Vigilias. Esta es la Buena Nueva que el “joven sentado a la derecha” en el sepulcro vacío, anunció a María Magdalena, María la de Santiago y Salomé que se habían acercado a embalsamar el cuerpo de Jesús. Ésta es la Buena Noticia que los discípulos de Jesús transmitieron al mundo, una vez confirmados en su fe por el encuentro con el Señor resucitado. Esta es la gran noticia que nosotros escuchamos cada año en esta Vigila pascual: Cristo Jesús ha pasado, a través de la muerte, a una nueva y definitiva existencia: Cristo vive glorioso para siempre. Por su Resurrección, el Señor Jesús ha alumbrado la Vida, no sólo para sí mismo, sino para todos los que creen en Él.
Esta desconcertante noticia, destinada a cambiar el rumbo de la historia, resuena desde entonces de generación en generación. Esta buena noticia, antigua y siempre nueva, resuena hoy una vez más en esta Vigilia pascual, aquí y por toda la tierra. ¡¡Cristo vive glorioso!! Este es el centro de nuestra fe, este es el centro de la fe de la Iglesia, que hoy anunciamos con renovada alegría. Dios ha resucitado al Señor de entre los muertos y le ha constituido Señor de cielos y tierra (Hech 2, 24).
2. Esta Noche santa está repleta de símbolos. Con ellos la Liturgia quiere ayudarnos a entrar en el misterio de la resurrección, que escapa a la experiencia de nuestros sentidos como ocurrió también entonces. Son los símbolos del fuego que quema y purifica, de la luz que ilumina todo y del agua que da la vida. Todos ellos nos conducen a Cristo resucitado: el cirio pascual, símbolo de Cristo, encendido en el fuego, nos recuerda que su muerte y resurrección nos purifica de nuestros pecados; el cirio pascual es símbolo de Cristo la Luz que alumbra a todo hombre; el agua que bendecimos nos recuerda nuestro bautismo por el que renacimos a la nueva Vida del Resucitado.
En la Pascua no podemos por menos que contemplar las obras de Dios en el pasado y en el presente, y dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia (cf. Sal 117). La Palabra de Dios nos ha recordado brevemente la historia de la Salvación, la historia del amor de Dios para con la humanidad, para con nosotros mismos. El centro de esta historia de Salvación es Cristo mismo.
Dios creó y sigue creando todo por amor y para la vida; todo lo hizo y lo hace el Padre por Cristo y para Él (Col 1, 16). El Espíritu de Dios llenó llena la tierra e hizo y hace que rebosase de luz y de vida; al principio fue la luz, sin la que no es posible la vida, ni el orden del cosmos. Dios crea al hombre, a su imagen y semejanza, para una vida eterna y feliz en la comunión de vida con Dios, con los hombres y con toda la creación. Y, aunque el hombre prefiere sus propios caminos al margen de Dios, Dios no lo abandona nunca. Dios sigue llamándole al amor y a la vida. Abrahán escuchó la llamada de Dios, salió de su tierra y fue a donde Él le indicó (Gen 12, l-2); reconoció que todo se lo debía a Dios y que Dios lo merecía todo. Estuvo incluso dispuesto a entregarle en obediencia agradecida a su único hijo (Gen 22, 1-14): Dios se lo pedía y él se fiaba de Dios. Pero Dios no quiere sacrificios humanos; le basta con saber que Abrahán cree, se fía de Él y le ama por encima de todo (cf. Gen 22, 12).
Los descendientes de Abraham se encontraron oprimidos en tierra extranjera; el Señor escuchó su grito (cf. Ex 3, 9), y los liberó de la esclavitud de Egipto. Las aguas del mar Rojo fueron liberadoras para ellos (Ex 14, 1-31). Entonces prorrumpieron en alabanza al Señor que los liberó de la mano del Faraón (Ex 15, 1-21). Pero, a pesar de las maravillas que Dios hizo en su favor a lo largo del desierto, el pueblo de Israel volvió a apartarse de su Dios: murmuró y prefirió andar sus propios caminos, alejado de Dios. El Señor prometió entonces otra alianza: “Yo pondré mi ley en vuestros corazones” (cf. Jer 31,33), pues “os daré mi Espíritu” (Ez 36,27), que se simboliza por el agua (cf. Jn 7,39). Por eso nos dice el Señor: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12, 3).
Ya en la plenitud de los tiempos, Dios envió a nuestro mundo a su Hijo, quien entrega su propia vida hasta el extremo para sellar con su sangre una nueva Alianza (cf. Lc 22, 20; 1 Cor 11,25; Jer 31,3): es la Alianza nueva y eterna de Dios con la humanidad. Pero la entrega de Jesús no quedará en la muerte, sino que, muriendo, destruyó la muerte, y resucitando, restauró la Vida. Una vida destinada a todo el que crea en Dios y en El que ha enviado y se deje bautizar.
3. Por ello, esta Vigilia pascual nos recuerda la gracia de nuestro bautismo, por la que los bautizados participamos también ya vitalmente de la Pascua del Señor, de la misma nueva vida de Cristo resucitado. Así lo acabamos de escuchar en la epístola de san Pablo a los Romanos: “Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con El en la muerte, para que lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva ” (Rom 6, 3-4).
Por ello, ¿qué mejor ocasión que la Vigilia Pascual ser incorporados a la Pascua de Cristo por el bautismo y para hacer memoria de nuestra incorporación a él por nuestro bautismo? Esta noche tenemos la dicha de celebrar el bautismo Marta y renovaremos con corazón agradecido nuestras promesas bautismales. Y lo haréis con nueva fuerza y con alegría renovada, vosotros, los miembros de la cuarta comunidad de la Smma. Trinidad de Castellón, que tras largos años de recorrido habéis concluido el Camino Neocatecumenal.
La mejor explicación que se puede dar de todo bautismo y del bautismo que esta niña va a recibir son las palabras de san Pablo. El nos enseña que ser bautizados significa pasar con Cristo de la muerte a la vida. Por el bautismo, Marta renacerá – como nosotros renacimos un día- a la nueva vida de los Hijos de Dios: lavada de todo vínculo de pecado original, signo y causa de muerte y de alejamiento de Dios, Dios Padre la acoge amorosamente como hija suya en su Hijo y le da parte en la nueva vida resucitada de Jesús. Vuestra hija, queridos padres, quedará así vitalmente y para siempre unida al Padre Dios en su Hijo Jesús por el don del Espíritu Santo. A partir de hoy será hija de Dios en su Hijo, y, a la vez, hermana de cuantos formamos la familia de Dios, la comunidad de los creyentes, la Iglesia.
Vuestra hija recibe hoy una nueva vida que está llamada a crecer siendo acogida y vivida personalmente por ella a medida que vaya creciendo. Vosotros padres y vosotros los padrinos, haciendo profesión de vuestra fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, la presentáis a la Iglesia para que reciba el baño de las aguas bautismales. ¡Que el amor por vuestra hija, que mostráis al presentarla para recibir el don del bautismo, permanezca en vosotros a lo largo de los días! ¡Enseñadla y ayudadla con vuestra palabra y, sobre todo, con vuestro testimonio de vida a vivir y proclamar la nueva vida que hoy recibe! Sois sus primeros educadores también en la educación en la fe y vida cristiana. ¡Enseñadla y ayudadla a conocer, amar, imitar y seguir a Cristo Jesús! ¡Enseñadla y ayudadla a vivir en la comunión de los creyentes, como hija de la Iglesia, a la que hoy queda incorporada, para que participe de su vida y su misión!
4. En esta Vigilia Pascual, queridos todos, recordaremos también el don de nuestro propio bautismo renovando las promesas bautismales. Es una nueva oportunidad para dejar que se reavive en nosotros la nueva vida del bautismo. San Pablo nos exhorta a que “también nosotros andemos en una vida nueva”. Si hemos muerto con Cristo, ya no podemos pecar más. ¡Vivamos la nueva vida: la vida de hijos de Dios en el seguimiento del Hijo por la fuerza del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia!
El Espíritu Santo, que nos ha sido dado, es el que clama en nuestro corazón y nos hace dirigirnos a Dios para decirle: “!Abba¡, ¡Padre¡”. Porque somos en realidad hijos adoptivos de Dios en Cristo Jesús. Por eso hemos orado y oramos: “Aviva, Señor, en tu Iglesia el espíritu filial; para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio”.
Con este espíritu filial, dispongámonos, hermanos, ahora a celebrar el bautismo de esta niña. Movidos por este mismo espíritu filial renovemos nuestras promesas bautismales y participemos luego en la mesa eucarística. Renovados así en el amor de Jesucristo podremos seguir nuestro camino en el mundo bajo la mirada del Padre y con la fuerza del Espíritu; fortalecidos así en la fe y vida cristianas estaremos prontos para dar razón de nuestra esperanza y a llevar a nuestros hermanos el mensaje de la resurrección. “!El no está aquí. Ha resucitado!”.
Que María, Madre de la Iglesia, nos enseñe a ir al encuentro de su Hijo Resucitado. Cristo ha resucitado, resucitemos nosotros con El. ¡Aleluya!
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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