Juntos anunciamos lo que vivimos
Queridos diocesanos:
Poco antes de ascender al Cielo, Jesús dice a sus Apóstoles: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hech 1,8). En la mañana de Pentecostés, se cumple esta promesa de Jesús. Estando juntos los discípulos en una sala, vieron aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego, que se posaron sobre cada uno de los presentes. Y “se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hech 2, 4). Fortalecidos por el Espíritu, los Apóstoles superan el miedo y salen a anunciar por las calles de Jerusalén a Jesucristo, muerto y resucitado, para la vida del mundo.
Comienza así el tiempo de la Iglesia y de su misión de testimoniar a Jesucristo y de anunciar el Evangelio a todas las gentes Desde Pentecostés, nadie ni nada podrá frenar el ardor evangelizador de Pedro, del resto de los Apóstoles y de los discípulos. Lo que ellos han visto y oído, lo que han tocado y experimentado, lo anuncian a todos: Cristo Jesús es el Mesías y Salvador de la humanidad, ha muerto y ha resucitado para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna. Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres, contestan cuando se les prohíbe anunciar a Jesucristo.
En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, bajo el lema: “Juntos anunciamos lo que vivimos”. Todos los cristianos, injertados en Cristo e incorporados a la Iglesia en virtud del bautismo, estamos llamados por Jesús a ser sus testigos. El Espíritu Santo, que recibimos en plenitud en la confirmación, nos da la fuerza y nos impulsa a proclamar por doquier la buena Noticia de la salvación de Dios en Cristo.
Como los apóstoles de Jesús entonces, también los cristianos de hoy estamos enviados por el Señor en esta hora de la historia a anunciar al mundo que Cristo vive y que fuera de Él no hay salvación ni futuro ni esperanza para la humanidad. En el contexto actual caracterizado en muchos casos por el desconocimiento y la indiferencia hacia la persona de Jesús, estamos llamados a hacernos presentes, a nivel personal y comunitario, en los espacios públicos para anunciar el kerigma con lenguajes adecuados y especialmente con nuestro testimonio. Es lo que llamamos el Primer anuncio o el anuncio del núcleo del Evangelio: Jesucristo nos ama, ha dado la vida por todos y ha resucitado para que creyendo en Él tengamos Vida.
Pero no olvidemos que Jesús, antes de enviar a sus discípulos a la misión hasta los confines de la tierra, los llama a estar con Él para conocerle, amarle y seguirle. Lo mismo sucede hoy. Estamos llamados a dejarnos encontrar personalmente por Cristo Resucitado, a creer y confiar en Él. Sólo transformados por Él y permaneciendo unidos a Él y a todos los que están unidos á Él -es decir, a su Iglesia-, podremos los cristianos de hoy salir juntos a sembrar la semilla de la Buena noticia de la alegría del Evangelio, dando testimonio de lo que hemos visto, oído y experimentado. Como nos recuerda san Juan, lo que “hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3).
La misión de ser testigos de Jesucristo y de su Evangelio está confiada a toda la Iglesia, a todos los bautizados. Siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir y de darse, de caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. A los fieles laicos les corresponde, sobre todo, la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública.
Pentecostés llama al don de sí y a la entrega de sí para vivir y confesar en privado y en público la fe en Cristo resucitado, sin miedo, sin tibieza, sin dejarse llevar por la ola de indiferencia religiosa o de increencia. Los cristianos hemos de vivir con mayor estima y coherencia la propia vocación cristiana; y hemos de hacerlo en la comunión de la Iglesia, que se muestra y verifica en la comunión con los pastores, los sucesores de los apóstoles. Sin comunión no hay evangelización. Al mismo tiempo, el anuncio del evangelio es generador de comunión entre todos y con el Señor. Pentecostés nos llama a crecer en la fe, a implicarnos en la vida y en la misión evangelizadora de nuestra Iglesia.
No tengamos miedo. No estamos solos. El Señor resucitado cumple su promesa: Él nos precede y acompaña siempre con la fuerza del Espíritu Santo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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