La genuina devoción al Corazón de Jesús
Queridos diocesanos:
El mes de Junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Su devoción sigue estando presente y viva en muchas de nuestras parroquias, a pesar de que no se haya cultivado especialmente como consecuencia de una mentalidad pastoral ilustrada, reacia a todo tipo de piedad popular. Es cierto que esta devoción no se puede limitar a contemplar una imagen, venerar una reliquia o recitar una serie de plegarias, y que hay que purificarla de prácticas devocionales sensibleras.
En la devoción al Corazón de Jesús, sin embargo, se unen felizmente la piedad popular y la profundidad teológica. Esta devoción tiene su raíz en la sagrada Escritura. Ya el Antiguo Testamento habla hasta veintiséis veces del corazón de Dios. En especial lo hace el profeta Oseas, quien describe el amor con el que el Señor se dirigió a Israel en el alba de su historia (cap. 11). A pesar de la incansable predilección divina, Israel responde con indiferencia e ingratitud. Sin embargo, Dios no lo abandona en manos de sus enemigos, pues “mi corazón -dice Dios- se conmueve en mi interior, y a la vez se estremecen mis entrañas” (v. 8).
Este amor de Dios se nos revela en el Nuevo Testamento como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. Dios no se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que se ha escogido; más aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. El mismo Hijo de Dios se inmola en la cruz: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. El apóstol san Juan, testigo ocular, dirá: “Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34).
Con la palabra ‘corazón’, en la Escritura se designa principalmente el centro de la persona: es el punto donde confluyen los pensamientos, los sentimientos, los afectos y las motivaciones más profundas de una persona. Por eso, cuando hablamos del Corazón de Jesús nos referimos a lo más íntimo de su ser, a lo que mueve a Jesús en todo momento, a su amor: un amor que en Jesús es humano y divino al mismo tiempo.
El Corazón de Jesús es símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la “buena Noticia” del amor de Dios por toda la humanidad; resume en sí el misterio de la Encarnación y de la Redención, que se convierte en manantial permanente de bondad, de verdad y de misericordia; su costado sigue abierto.
La genuina devoción al Corazón de Jesús lleva pues a lo más íntimo de la persona de Jesús, a su conciencia profunda, a su decisión de entrega total a nosotros y al Padre. Esta devoción nos sigue invitando hoy a contemplar lo que es esencial en la vida cristiana; esto es: el amor de Dios. Y nos impulsa a vivir desde la fe en el amor de Jesucristo, revelación del amor del Padre y fuente de su designio amoroso de redención también para el mundo de hoy: esto supone dejarse transformar por la gracia del misterio mismo del Corazón abierto de Cristo, que ha entregado su vida en la Cruz por amor a la humanidad y que ha resucitado para llevarnos a la vida misma de Dios.
Como dijo el papa Francisco, en el Corazón de Jesús, “resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo” (Homilía 03.06.2016).
La principal necesidad de toda persona está en encontrar un amor que dé un sentido pleno a su existencia: el ser humano está hecho para amar y para ser amado. En el Corazón de Jesús podemos experimentar el amor misericordioso de Dios: un amor que nunca falla, que sana y llena nuestra afectividad, que endereza nuestra voluntad y nos impulsa a amar a nuestro prójimo como Cristo nos ama.
La misión de la Iglesia y de los cristianos es ofrecer y atraer a todos los hombres a Cristo. Evangelizar es llevar a las personas al encuentro personal, transformador y salvador con el Corazón de Cristo: ahí está la fuente para conocer a Jesucristo, para experimentar su amor y dejarse transformar por él, y para ofrecerlo a todos con obras y palabras.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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