Los laicos, llamados a ser discípulos misioneros
Queridos diocesanos:
El día de Pentecostés, Jesús vivo y glorioso junto al Padre, cumple la promesa que hizo a los Apóstoles poco antes de ascender a los cielos: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la tierra” (Hechos 1,8).
Con la venida del Espíritu Santo, los Apóstoles y los discípulos comienzan la misión que Jesús les había confiado. Llenos del Espíritu Santo salen por las calles de Jerusalén a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado. Desde entonces, nadie ni nada podrá frenar el ardor evangelizador de Pedro y de los demás discípulos. Lo que ellos han visto y oído, lo que han tocado y experimentado, lo anuncian a todos: Cristo Jesús ha muerto y ha resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna: Él es el Mesías y el Salvador de la humanidad. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, contestan Pedro y Juan a quienes les prohíben anunciar a Jesús (Hechos 4,19).
“Laicos por vocación, llamados a la misión”, así reza el lema del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que celebramos el día de Pentecostés. Este lema recuerda que cada fiel laico, por su bautismo, está llamado por Jesús a la misión de anunciar a Cristo Jesús y el Evangelio. En efecto; todos los cristianos, en el bautismo, recibimos el Espíritu Santo, somos incorporados a la Iglesia y compartimos la misión que Jesús confió a todos sus discípulos de ser sus testigos hasta el confín de la tierra. El mismo Espíritu nos da la fuerza para superar el miedo y nos impulsa a proclamar por doquier la buena Noticia de la salvación de Dios en Cristo. Como los Apóstoles y discípulos de Jesús de entonces, también los cristianos de hoy, estamos convocados en esta hora de la historia para decir al mundo que el Señor vive y que fuera de Él no hay salvación ni futuro ni esperanza para la humanidad.
El papa Francisco nos recuerda que la misión no es un adorno de nuestra existencia de bautizados o algo reservado a unos pocos. No. La misión es algo que no podemos arrancar de nuestro ser de bautizados. Jesús confía la misión a toda su Iglesia; es decir, a todos los bautizados. Todos hemos sido llamados por el Señor, en la Iglesia, para anunciar la buena Noticia del Evangelio: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los ha de hacer sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia. La Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Pueblo santo de Dios. Los laicos no son cristianos de segunda categoría o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia. Del mismo modo que los pastores, obispos y sacerdotes o la vida consagrada experimentan que su entrega al Señor y a la Iglesia es vocación, necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión.
Es muy importante que los laicos se sientan protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia (cf. LG n. 33). Los laicos os tenéis que sentir llamados por Jesús y acoger su llamada a ser misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Por estar inmersos en las realidades temporales, los laicos estáis llamados, de un modo particular, a ser misioneros en medio del mundo. Os corresponde sobre todo “la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (San Juan Pablo II). Ante el avance del fenómeno de la secularización, estáis llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas y a todos los ambientes.
En el interior de la Iglesia, los laicos estáis llamados por Jesús a participar activamente en tareas como la catequesis, la liturgia, la Eucaristía dominical, las cáritas, los consejos y otras muchas más de la vida y misión de la Iglesia. Os corresponde por derecho propio, y no por concesión de los sacerdotes.
No olvidemos que es el Señor mismo, quien nos llama a estar con Él y quien nos envía por la fuerza de su Espíritu a ser sus testigos hasta los confines de la tierra. No tengamos miedo. No estamos solos. El Señor resucitado nos precede y acompaña siempre con la fuerza del Espíritu Santo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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