«Los olvidados de los olvidados». Testimonio de Grégoire Ahongbonon
En África, si una persona tiene una enfermedad mental, pierde todos sus derechos. Es considerada como loca, ya no es persona, y la gente puede tratarla como quiera. Todo el mundo es libre de tratarla como quieran. Los enfermos mentales son considerados poseídos, y la sociedad los condena de por vida: los atan con cadenas a cualquier parte, inmovilizándolos, clavándoles en el suelo como Cristo en la cruz. Por eso, miles de personas viven encadenas y olvidadas, no han cometido ningún delito, son presos del miedo, la ignorancia y la pobreza. Son los olvidados de los olvidados.
El año pasado, TVE emitió un documental en el que mostraba la experiencia de cómo Grégoire Ahongbonon, de Benín (África), ayudó a liberar a estos enfermos mentales de sus cadenas y a curarse de sus enfermedades, todo ello gratuitamente, sin recibir nada a cambio, a través de la Asociación ‘San Camilo’ que él mismo fundó. Él les da alimentos, les viste, les da cariño y libertad.
Grégoire Ahongbonon vino a Castellón, en un acto organizado por nuestra Diócesis, Encuentro Castellón y la Universidad CEU-Cardenal Herrera, cuya presentadora fue la Decana de Ciencias de la Salud de esta Universidad. Aquí pudo contar su experiencia, un testimonio de encuentro profundo con el Amor de Dios. El acto tuvo lugar el pasado miércoles en el Real Casino Antiguo de Castellón, y Grégoire explicó, desde sus comienzos, toda esta increíble historia de cómo ayudó – y sigue haciéndolo – a las personas con enfermedades mentales y pobres. «Hoy vamos a cortar tu cadena», les decía.
Leer el testimonio completo a continuación:
«Todo es posible con Dios».
Acabáis de ver imágenes que son muy duras, que no estamos acostumbrados a ver: hombres, mujeres y niños condenados simplemente por estar enfermos.
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Su historia
No soy médico, ni sacerdote, ni un curandero. Ni soy una persona que hace milagros.
Estoy casado, tengo seis hijos, y vengo de Benín. Soy un simple reparador de neumáticos.
Estoy aquí por mi deseo de buscar la felicidad de los pobres.
Cuando tenía mucho dinero y todo me iba bien abandoné la Iglesia. De repente me encontré con que todo el dinero que tenía desapareció, tuve dificultades económicas y lo perdí todo. Estuve a punto de suicidarme. Empecé a vivir una vida muy miserable. Cuando tenía mucho dinero tenía muchos amigos alrededor, que desaparecieron cuando no tuve dinero.
También en ese momento aparecieron alrededor personas que venían de sectas, prometiéndome muchos milagros. Pero prefería morir en mi sufrimiento que cambiar de religión.
Volví a la Iglesia y encontré a un cura misionero, como la historia del hijo pródigo, porque este sacerdote me acogió de tal forma que dedicó todo su tiempo a escucharme. Coincidió que estaba organizando una peregrinación a Jerusalén a la que me invitó.
Cuando lo había perdido todo, vino a buscarme en medio de mis neumáticos para llevarme a Jerusalén. Nunca podría describir el regalo que me hizo Dios en esa peregrinación.
Allí nos dijeron que todo cristiano tenía que contribuir en la construcción de la Iglesia poniendo su propia piedra. Me planteé cuál era la piedra que yo tenía que poner.
Por eso, puse en marcha un grupo de oración, formado por ocho cristianos.
En este momento, empecé a descubrir a las personas enfermas que en África son condenadas de por vida sin haber cometido ningún delito. Simplemente por el hecho de estar enfermas, se las encadena a la pared o a los árboles.
En África no hay Seguridad Social. Si eres pobre, nadie te cuida, nadie se ocupa de ti. Frente a estos enfermos que nos encontramos abandonados, lo que nos surgió es que antes de ponernos a rezar, teníamos que mostrarles nuestro amor: lavarles y buscar medios y red de medicamentos para poder cuidar de ellos.
Gracias a eso muchos enfermos recuperaron la salud. Los que murieron, lo hicieron dignamente.
En este momento entendí por qué Jesús se identificaba con los pobres y los enfermos. A partir de este momento, nuestro deseo y lo que nos movía era buscar a los pobres. Después fuimos a las cárceles, después fuimos a por los niños, y a partir de los años 90, con los enfermos mentales. Allí, los enfermos mentales son los olvidados de los olvidados, olvidados por todos, la última preocupación de las autoridades.
Son consideradas personas poseídas por el diablo, reducidas a despojos humanos por la sociedad. La gente tenía miedo de ellos.
Un día, por la calle, me fijé en uno de ellos buscando comida en una basura. Esta era una escena que ya había visto otras veces, pero ese día lo vi de otra forma. Caí en la cuenta que ese Jesús que yo iba a buscar a la Iglesia era el que estaba sufriendo a través de ese pobre, ese enfermo.
A partir de ese momento empecé a buscarlos por las noches donde dormían. Descubrí que eran familias que necesitaban ser queridas. Hablé con mi esposa, y decidimos comprar un congelador para guardar agua fresca y comida, e íbamos a darles comida y bebida a los pobres y enfermos.
Hasta que un día me pregunté qué sentido tenía que hiciese eso y luego volviese a mi casa a dormir.
En un momento concreto, nos cedieron un local abandonado y lo usamos para meter allí a los enfermos, a tratarlos dignamente. Enseguida se vieron resultados que sorprendieron a todo el mundo.
Un caso atroz
En 1994, viví un caso atroz. Unos padres tenían a su hijo encerrado en un cuarto. El joven estaba atado al suelo, como Jesucristo en la cruz, los dos pies atados a un madero, y los dos brazos atados con un alambre que se había introducido en la carne. Tenía heridas llenas de gusanos.
No había forma de desatarlo. Volvimos al día siguiente, día del Domingo de Ramos, y conseguimos desatarlo, conseguimos limpiarlo y el joven me dijo: «No sé cómo darle las gracias a Dios y a usted, no sé qué he hecho para merecer este trato por parte de mis padres». El muchacho todavía tenía esperanzas de vivir, todavía quería vivir, pero no sobrevivió.
Fuimos de pueblo en pueblo, y descubrimos todo tipo de encadenamientos. A veces los pies atados a un madero, a veces los brazos, a veces el cuello… De modos que nadie nunca habría pensado. Las familias no saben qué hacer con ellos.
Lo que me rebela son esas imágenes que habéis visto
Allí hay campos de oración, de sectas, que dicen que tienen la capacidad de expulsar al diablo. Las familias se los confían (a sus hijos enfermos mentales), previo pago, y lo que hacen allí es que encadenan a los enfermos a los árboles, al descubierto, haga sol o llueva… Algunas personas han pasado allí hasta 8 años.
El tratamiento que allí aplican es permitir el sufrimiento de los enfermos para que salga el diablo: no les dan de comer durante días, les pegan… Hemos denunciado ante los tribunales, en ocasiones han enviado a la policía, pero «si son locos, ¿qué podemos hacer?», nos decían.
Cuando eres un enfermo mental, no tienes ningún poder, careces de todo tipo de derechos. Por eso la única opción que nos queda es cuidarlos nosotros y multiplicar los centros (como el de San Camilo, que él ha fundado). En Costa de Marfil tenemos 4 centros donde se les cuida, y 6 centros donde trabajan y realizan actividades. En Benín acabamos de abrir el cuarto centro. Y en Togo, hay 2 en funcionamiento y otros 2 en construcción.
Lo que no quiero dejar de contaros, es que los enfermos mentales no son peligrosos, hay que aprender a amarlos. En todos nuestros centros, el director del centro es un enfermo. Tenemos centros donde hay más de 200 personas. Es Dios mismo que viene al socorro de estos enfermos.
¿Por qué?
¿Cuál es el crimen que los enfermos mentales han podido cometer en su vida? ¿Por qué?
A todos les pregunto esto.
Hace unos años apareció el SIDA en África, y se le dio todo tipo de publicidad, todavía hay gente que sensibiliza sobre este tema.
¿Qué pasa con los enfermos mentales?
El vídeo que habéis visto, lo vieron en el Parlamento Europeo en Bruselas. Les mostré la misma cadena y les hice la misma pregunta. Les dije: «seguro que si fuera una persona importante encadenada harías de todo para ponerle remedio». ¿Pero los enfermos mentales qué han hecho? Muchos, cuando salieron, se olvidaron de ellos. Os pido a vosotros que no os olvidéis de ellos.
Son hombres, no han nacido enfermos, han nacido como todas, y quieren vivir como todos.
¿Qué podemos hacer?
Lo que os pido es la oración.
Quiero daros las gracias, por estar aquí. Y a los que han organizado este encuentro. Creo que este es el modo en que algún día podemos llegar a liberar a todas estas personas. El verdadero agradecimiento os lo dará Dios. Algún día os dirá: «Benditos los hijos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel, y vinisteis a verme.
Yo creo que todo es posible con Dios.
Quiero ayudar. Decirme como