El cardenal Jorge Mario Bergoglio acaba de ser elegido Papa con el nombre de Francisco. Hemos recibido la esperada noticia con gran emoción y gozo. Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón da gracias de todo corazón a Dios por el nuevo Vicario de Cristo, que en su nombre nos cuidará, guiará y enseñará haciendo las veces del Buen Pastor en unión con el resto de los obispos, sucesores de los apóstoles.
Su Santidad el Papa Francisco en sus primeas palabras, al presentarse a la iglesia y al mundo, nos ha hecho ya orar a todos. Orar para amar, para evangelizar, para agradecer. Y nos ha bendecido.
Durante días hemos rezado a Dios para que nos diera un Pastor según su corazón. Y Dios nos ha sorprendido una vez más y nos ha mostrado que sus caminos no son nuestros caminos. Como las primeras palabras y gestos del Papa Francisco nos muestran Dios nos ha concedido un pastor sencillo, humilde y cercano, un hombre profundamente espiritual, un hombre de Dios, que se sabe necesitado de su bendición así como de la oración y unión de todos los fieles para guiar la Iglesia del Señor.
Bajo la guía del Espíritu Santo que lo ha escogido por la mediación del Colegio de Cardenales, tenemos la serena confianza de que Francisco conducirá a la Iglesia según el paso de Dios por los caminos de la historia en esta hora de Nueva Evangelización y en el Año de la fe.
Nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón, sacerdotes, miembros de vida consagrada y fieles laicos unidos a su Obispo, ofrecemos nuestra filial adhesión al Santo Padre Francisco y oramos insistentemente por Él, por intercesión de la Virgen María. Oramos a Dios para que el nuevo Vicario de Cristo nos confirme en la fe a todos los hermanos y nos mantenga en comunión con Él por el vínculo de la unidad, del amor y de la paz, de modo que todos los hombres encuentren en Cristo, Pastor de los hombres, la verdad y la vida eterna.
El Año de la fe es un tiempo de gracia para la renovación de nuestra fe y vida cristiana, así como para una sincera y autentica conversión a Dios y a Jesucristo, a la que nos llama especialmente la cuaresma. No podemos olvidar que no hay fe sin conversión radical a Dios en Jesucristo. No se nace cristiano; uno se va haciendo cristiano. La fe es un don de Dios recibido como germen en nuestro bautismo, para que podamos acogerlo, vivirlo y, de esa manera, dejarlo crecer haciéndonos crecer a nosotros.
La fe consiste precisamente en “estrenar un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 18,31). Para ello es necesaria la conversión permanente a Dios. Conversión quiere decir ‘volver nuestra mirada y nuestro corazón’ a Dios; dejar que Dios y Cristo ocupen el centro de nuestro corazón, auténtico sagrario de cada persona. Sólo ante Dios descubrimos la verdad sobre nosotros mismos. La carta a los Hebreos nos recuerda que la Palabra de Dios es penetrante hasta el punto donde se dividen el alma y el espíritu (cf. Hb 4,12). Nada hay en nuestro corazón, en el mundo de nuestros afectos, pensamientos y sentimientos, que escape a Dios; si somos sinceros ante Dios, si nos dejamos confrontar con su Palabra. también quedará claro dónde está nuestro corazón, dónde están nuestros afectos y pensamientos, dónde buscamos nuestras seguridades y cuáles son las verdaderas motivaciones de nuestra vida.
Nuestra vida está llamada a medirse continuamente con Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, a dejarse confrontar con su Palabra. Corremos el peligro de reducir nuestra vida cristiana a tener unos conocimientos o al cumplir unos preceptos, que siempre interpretamos restrictivamente; estos peligros sólo se superan en el encuentro personal con el Señor, en la apertura del corazón a su gracia y a su Palabra, que nos transforma, sana, vivifica y salva.
En la conversión se da un “giro del corazón”. Se pasa de la autoafirmación y autosuficiencia al abandono confiado en Dios. Se deja de ser el centro de la vida para vivir desde Dios. Entonces se entiende y se vive la existencia, no en referencia a uno mismo ni al mundo, sino en referencia al Misterio de Dios. Por eso hay una manera radicalmente falsa de vivir la fe cristiana y consiste en que la persona siga siendo el centro de sí misma y sólo acuda a Dios para sus propios intereses.
La conversión exigida por la fe es una especie de “nuevo nacimiento” (Jn 3,35). Es una actitud nueva ante el mundo, diferente de la de aquél que no cree. Es una manera nueva de entenderse a sí mismo, de pensar, sentir y actuar; es un modo nuevo de mirar, de pensar y de juzgar a las personas y la realidad. Es un modo nuevo de ser y de vivir: Dios es el horizonte y la medida de la criatura; desde Él quedamos confrontados a la verdad y al bien; desde Él somos invitados al amor.
Convertirse a Dios es, antes que nada, curarse de la falsa autosuficiencia y de la inautenticidad. Ponerse ante Dios ayuda al ser humano a conocerse a sí mismo, a descubrir su pequeñez, su finitud y sus pecados. Sin esta conversión moral, la fe puede ser pura ilusión. La verdadera conversión lleva a retornar al Padre y a acoger su perdón regenerador en el Sacramento de la Penitencia. Este camino no es un esfuerzo solitario, sino que se hace en obediencia a Dios, acompañada y sostenida por su gracia.
El tiempo de la cuaresma en el Año de la fe es una buena oportunidad para intensificar en nuestra vida de caridad, enraizada en la fe en Dios que es Amor. A ello nos invita el Papa Benedicto XVI en su Mensaje de Cuaresma de este año, que lleva por título: “Creer en la caridad suscita caridad. ‘Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él’ (1 Jn 4,16)”.
En efecto, la fe es una respuesta al amor de Dios, que sale a nuestro encuentro y nos busca en su Hijo, Jesucristo, para hacernos partícipes de su misma vida de comunión y de amor. La fe es un acto de adhesión personal al amor gratuito que Dios tiene por nosotros, y que implica nuestro entendimiento y también nuestro corazón. Al encontrarnos con el Señor, al adherirnos de corazón a él y al confesarlo como único Señor y Salvador, somos conquistados, transformados y movidos por el amor de Dios para ser instrumentos de ese mismo amor.
“Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios”. La primera respuesta al amor de Dios es la fe, que inicia un camino de amistad con el Señor que llena y da sentido a toda la vida, y que nos empuja a amar como él ama. Así la fe puede obrar conforme a la caridad. Si la fe es conocer la verdad y adherirse a ella, y la caridad es caminar en la verdad, mediante la fe se entra en la vida de amor con el Señor y con la caridad se vive y cultiva esa misma fe, porque él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Cor 5,15). Es claro entonces que la fe es inseparable de la caridad, que la existencia cristiana parte del encuentro con Jesús, amor crucificado, encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante para una vida nueva, que lleva a amar a los hermanos.
La fe y el amor al Señor nos han de llevar y ayudar a ser cercanos a las necesidades de los hombres y de la sociedad. Debemos llevar, con creatividad y pasión, el amor de Jesucristo a los hermanos, comenzando por su anuncio, que es la primera obra de caridad. Comenzamos en el amor para llegar al amor, porque una fe sin obras es como un árbol que no da frutos.
Fe y caridad en el cristiano se reclaman mutuamente, de modo que la una lleva y sostiene a la otra. La fe sin caridad será puro fideísmo y la caridad sin fe será mera filantropía o un sentimiento pasajero y a merced de la duda. La caridad es el termómetro de nuestra fe, la fe es la fuente de la caridad.
Hay que destacar entre nosotros el valor testimonial de muchos cristianos, que dedican su tiempo y su vida con amor a quien está solo, marginado o excluido, porque precisamente en esas personas se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en cuantos nos piden amor el rostro del Señor Resucitado: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Es la fe la que permite reconocer a Cristo; y es su mismo amor el que estimula a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. La caridad es el lenguaje que en la nueva evangelización, más que con palabras, se expresa en la obras de fraternidad, de cercanía y de ayuda a las personas y de la sociedad en sus necesidades materiales y espirituales
El pasado día once, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, el Santo Padre Benedicto XVI anunciaba su renuncia al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro. La renuncia la hará efectiva el próximo día 28 de febrero. Recibíamos la noticia con sorpresa porque no había indicios de la misma, con dolor porque perdíamos a un gran Papa, a un excepcional maestro en la fe, que tiene la sabiduría de hacer inteligibles las cosas más complicadas, y a un hombre de Dios cuya tarea ha sido llevar a Dios a los hombres y a los hombres a Dios; pero también acogíamos su sopesada y libre decisión con respeto porque, como él mismo dice en su declaración, ha llegado delante de Dios a la certeza de que, por la edad avanzada, no se ve con “fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
La renuncia es una nueva muestra de la coherencia y la humildad de Benedicto XVI. La noticia nos sorprendió pero no nos extrañó porque ya él mismo lo veía como una posibilidad en una entrevista de hace unos años. Para su renuncia no hay que buscar razones ocultas; tampoco se trata de una huida ante los peligros y problemas del momento. El Papa no es un pastor que huya en el peligro; nunca lo ha hecho, sino que siempre ha permanecido firme y ha afrontado las situaciones más difíciles desde la búsqueda de la verdad en la caridad con plena confianza en Dios y llevando hacia la solución cuestiones recibidas en herencia.
El mismo nos ha dado la razón de su renuncia: después de haber examinado reiteradamente su conciencia ante Dios ha llegado a la certeza de que no tenía fuerzas para seguir desempeñando el ministerio de Pedro. Ha reconocido que ya no podía con el encargo de su oficio y ha renunciado a él con plena libertad y con total claridad. El mismo nos dice que “para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue confiado”.
Con su renuncia, Benedicto XVI nos ha ofrecido un ejemplo sin igual de humildad y de libertad, de valentía y de sentido de responsabilidad; es una nueva muestra de su amor a la Iglesia y a los hombres, así como de su fe y confianza plena en Dios. Al comienzo de su pontificado dijo que él era “un sencillo, humilde obrero de la viña del Señor”, cuyo “verdadero programa de gobierno no era hacer su voluntad.., sino ponerse, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor, y dejarse conducir por Él, de tal modo que sea Él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”. Es lo que ha hecho siempre en estos casi ocho años de pontificado y es lo que acaba de hacer con su renuncia: ha buscado la voluntad de Dios, se ha puesto a la escucha de la voluntad divina y se ha dejado conducir por Él.
Es la hora de dar gracias a Dios por el fecundo pontificado de Benedicto XVI y de expresarle al Papa nuestra más profunda gratitud. ¡Gracias Santo Padre de todo corazón! Que Dios le pague su amor, sus desvelos, sus trabajos, su fecundo magisterio y todos sus sufrimientos y sacrificios por la Iglesia. Y, como el Papa mismo ya nos ha indicado, pidamos a Dios que asista a su Iglesia, la ilumine y le conceda el Pastor universal conforme a su corazón, que le conduzca en esta encrucijada de la historia en la que Dios sigue presente y actúa.
El pasado once de febrero, el Papa Benedicto XVI declaraba su renuncia al ministerio petrino el próximo día 28 de febrero a las 20:00 horas. Benedicto XVI ha guiado la Iglesia de Cristo con gran sabiduría, fidelidad y serena firmeza, a pesar de los tiempos difíciles y de los acontecimientos, que le ha tocado vivir. Es un hombre de Dios, de profunda fe y de gran clarividencia. Su renuncia aparece como un acto de sincera confianza en el Señor, de profunda humildad, de verdadera libertad, de gran coherencia y de inmenso amor a la Iglesia, de la que siempre se ha tenido como “humilde trabajador de su viña”.
Es la hora de dar gracias a Dios por el fecundo pontificado, que nos ha regalado en la persona del papa Benedicto XVI, y de agradecer a Su Santidad su oración por la Iglesia, sus sacrificios, su excepcional magisterio y su generosa entrega en el ministerio petrino así como de elevar oraciones por su persona.
Nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en Segorbe-Castellón, reunida para celebrar con gozo el gran don de la fe el próximo sábado 23 de febrero en el Encuentro Diocesano en el Auditorio de Castellón, celebrará la Eucaristía en acción de gracias por el Pontificado de Benedicto XVI.
Pido a todos los párrocos y sacerdotes con cargo ministerial que en todas las Eucaristías del próximo domingo, día 24 de febrero, hagan una oración especial de acción de gracias a Dios y de petición por el Papa Benedicto XVI.
Asimismo es muy loable y aconsejable que, en los templos y comunidades donde sea posible, en los días previos a su renuncia el día 28 de febrero se celebren actos para dar gracias a Dios por el ministerio de Benedicto XVI y para orar por su persona.
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA,
OBISPO DE SEGORBE-CASTELLÓN
El pasado once de febrero, el Papa Benedicto XVI declaraba su renuncia al ministerio petrino, que se hará efectiva el próximo día 28 de febrero a las 20:00 horas. En ese momento quedará vacante la Sede Apostólica.
Tal como dispuso el Beato Juan Pablo II en la Constitución Apostólica sobre la Vacante de la Sede Apostólica y la Elección del Romano Pontífice “durante la Sede vacante, y sobre todo mientras se desarrolla la elección del Sucesor de Pedro, la Iglesia está unida de modo particular con los Pastores y especialmente con los Cardenales electores del Sumo Pontífice y pide a Dios un nuevo Papa como don de su bondad y providencia. En efecto, a ejemplo de la primera comunidad cristiana, de la que se habla en los Hechos de los Apóstoles (cf. 1, 14), la Iglesia universal, unida espiritualmente a María, la Madre de Jesús, debe perseverar unánimemente en la oración; de esta manera, la elección del nuevo Pontífice no será un hecho aislado del Pueblo de Dios que atañe sólo al Colegio de los electores, sino que en cierto sentido, será una acción de toda la Iglesia. Por tanto, establezco que (…) conocida la noticia de la vacante de la Sede Apostólica, se eleven humildes e insistentes oraciones al Señor (cf. Mt 21, 22; Mc 11, 24), para que ilumine a los electores y los haga tan concordes en su cometido que se alcance una pronta, unánime y fructuosa elección, como requiere la salvación de las almas y el bien de todo el Pueblo de Dios” (Universae Dominicae Gregis, de 22 de febrero de 1996, n. 84).
Por todo ello exhorto a todas las parroquias, monasterios y conventos así como al resto de comunidades religiosas de nuestra Diócesis a permanecer en oración personal y comunitaria, conforme a las siguientes disposiciones a observar después que se haga efectiva la renuncia del Santo Padre, y hasta la elección del nuevo Sucesor de Pedro:
En todas las celebraciones de la Eucaristía se tendrá esta petición especial en la Oración de los fieles: “Para que conceda a la Iglesia un pastor que le agrade por su santidad y sirva a su pueblo con vigilante dedicación pastoral, roguemos al Señor”. Lo mismo puede hacerse en las preces de Laudes y Vísperas, en la celebración comunitaria o individual de la Liturgia de las Horas, con la siguiente fórmula: “Llena de alegría a tu Iglesia con la elección de un pastor que con sus virtudes sirva de ejemplo a tu pueblo e ilumine los corazones de los fieles”.
Exceptuados los domingos y solemnidades, se dirá la Misa del día, con la oración colecta de la “Misa para elegir un Papa o un Obispo” (Misal Romano, Misas y oraciones por diversas necesidades. I Misas por la Santa Iglesia, 4).
Durante la celebración del Cónclave, fuera de los domingos y solemnidades, se celebrará la Misa del día con las tres oraciones que contiene el Misal Romano y, en el día en que comience dicho acontecimiento, si no es domingo o solemnidad, se dirá la Misa completa para la elección de un Papa, con lecturas tomadas de Común de Pastores (Leccionario V).
Al tener noticia de la elección del nuevo Papa, se dará a conocer al Pueblo de Dios la elección mediante el toque prolongado de campañas.
Una vez elegido el nuevo Pastor de la Iglesia universal, y hasta el siguiente domingo inclusive, se dirá en todas las Misas la Oración de los fieles por el Papa completa y, en los días feriales, se recitará además la oración colecta de la “Misa por el Papa” con el resto del formulario propio del día.
Durante estos días tan especiales, os invito a rezar el Santo Rosario, especialmente en familia o en comunidad, y a visitar el Santísimo Sacramento para pedir por las mismas intenciones por las que se suplica a Dios en la sagrada Liturgia.
Confiando en la pronta y feliz elección del nuevo Romano Pontífice y permaneciendo en el recuerdo y la oración por el amado Papa Benedicto XVI, os bendice con afecto.
Dado en Castellón de la Plana, a veinticuatro de febrero de dos mil trece.
Estamos celebrando el Año de la fe, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI para toda la Iglesia, coincidiendo con el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
En conformidad con el pensamiento del Santo Padre, Benedicto XVI, la Penitenciaría Apostólica, por medio de un Decreto de 14 de septiembre de 2012, establecía las disposiciones para que los fieles puedan alcanzar el don de la Indulgencia Plenaria durante el Año de la fe, con el fin de que “estén más estimulados al conocimiento y al amor de la Doctrina de la Iglesia católica y de ella obtengan frutos espirituales más abundantes”.
El citado Decreto invita a que el Ordinario del lugar determine los lugares y los tiempos en la Diócesis para lucrar la Indulgencia Plenaria de la pena temporal por los propios pecados, aplicable en sufragio de las almas de los fieles difuntos.
Con este fin, establecemos las siguientes disposiciones para nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón:
– PRIMERO: Recomendamos a todos los fieles que peregrinen a la S.I. Catedral para realizar profesión solemne de fe ante la pila bautismal de nuestra Iglesia madre. Esta peregrinación podrá ser completada con la invocación de la protección de Santa María, la Virgen de la Cueva Santa, madre y modelo de la fe. Quienes realicen esta peregrinación podrán alcanzar la indulgencia plenaria de sus pecados.
– SEGUNDO: Designamos, así mismo, como lugares de peregrinación en los que se puede alcanzar la gracia jubilar, además de la S.I. CATEDRAL, la S.I. CONCATEDRAL DE SANTA MARÍA EN CASTELLÓN, el SANTUARIO DE LA CUEVA SANTA EN ALTURA, la BASÍLICA DE SAN PASCUAL EN VILLARREAL y la BASÍLICA DE LA VIRGEN DE LLEDÓ EN CASTELLÓN.
– TERCERO: Los fieles podrán lucrar la Indulgencia si participan en un lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la profesión de fe, en las siguientes solemnidades o fiestas:
* Pascua de Resurrección, Ascensión y Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón de Jesús y Jesucristo, Rey del Universo.
* La Asunción de Nuestra Señora.
* San José, Santos Pedro y Pablo, Santiago Apóstol, Natividad de San Juan Bautista y San Pascual Baylón.
* Solemnidades del patrono principal del lugar, pueblo o ciudad y solemnidad del título de la propia iglesia.
* Un día, durante el Año de la fe, elegido libremente por cada fiel para realizar una piadosa visita al baptisterio o lugar en el que recibió el sacramento del Bautismo y allí renueve las promesas bautismales en cualquier forma legítima.
– CUARTO: Para favorecer el acceso al sacramento de la Penitencia, concedemos, durante el tiempo del Año de la fe, las facultades recogidas en el canon 508 §1 del Código de Derecho Canónico a todos los canónigos del Cabildo Catedralicio a fin que puedan oír las confesiones de los fieles limitadas al fuero interno. A la vez, pido a todos los sacerdotes que dediquen especial interés a la atención a los fieles en la sede penitencial.
Para alcanzar la Indulgencia, que se puede aplicar también en sufragio de las almas de los difuntos, es preciso que los fieles, verdaderamente arrepentidos, se hayan confesado, hayan comulgado sacramentalmente y oren por las intenciones del Romano Pontífice.
Aquellos fieles que por graves motivos no puedan participar de las solemnes celebraciones jubilares, como es el caso de todas las monjas que viven en los monasterios de clausura, los ancianos, los enfermos, así como quienes, en hospitales u otros lugares de cuidados, prestan servicio continuo a los enfermos, y también los encarcelados, podrán obtener la Indulgencia Plenaria si, tal y como recoge el Decreto de la Penitenciaría Apostólica, “unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente en los momentos que las palabras del Sumo Pontífice o de los obispos diocesanos se transmitan por televisión y radio, reciten en su propia casa o allí donde el impedimento les retiene (por ejemplo en la capilla del monasterio, del hospital, de las estructura sanitaria, de la cárcel…) el Padrenuestro, la Profesión de Fe en cualquier forma legítima, y otras oraciones conforme a las finalidades del Año de la fe, ofreciendo sus sufrimientos o los malestares de la propia vida”.
Con el deseo de que la gracia de este Jubileo en el Año de la fe contribuya a acrecentar en todos el deseo de santidad, nos refuerce la alegría de creer y nos fortalezca en la confesión pública de la fe cristiana, expido el presente
En Castellón de la Plana a veinte de febrero de dos mil doce.
Nuestra Iglesia diocesana se prepara para celebrar en el Auditorio de Castellón el segundo gran Encuentro diocesano, el día 23 de febrero. El primero lo celebramos hace dos años y giró en torno a la Eucaristía, núcleo de la acción pastoral aquel curso; también nos sirvió para preparar la inolvidable Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. La experiencia gozosa de Iglesia diocesana de aquel primer encuentro en torno a la Eucaristía y al Obispo diocesano, que la preside en el nombre del Señor, fue tan intensa y tan hermosa que muchos pidieron celebrar este tipo de encuentros periódicamente.
Este vez, la ocasión nos la ofrece el Año de la fe, que estamos celebrando en toda la Iglesia. En su convocatoria, el Papa Benedicto XVI, nos exhorta, entre otras muchas cosas, a “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” y así “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Porta fidei, 2, 7). Este es precisamente el principal objetivo de este encuentro diocesano: la celebración gozosa como Iglesia diocesana de nuestra fe en Cristo Jesús, el Hijo de Dios vivo, que nos ayude a redescubrir y profundizar la alegría de nuestra fe. La oración comunitaria, la reflexión, los testimonios de fe de algunos hermanos, la belleza de los cantos, la comida fraterna, el encuentro con otros fieles de las distintas partes de nuestra Diócesis y, sobre todo, la celebración de la Eucaristía, misterio de la fe, y su exposición y adoración permanente durante el encuentro serán momentos de gracia para compartir y fortalecer la alegría de ser creyentes, discípulos del Señor y miembros de su Iglesia. No faltará la posibilidad del reencuentro con el amor reconciliador de Dios en el sacramento de la Penitencia, fuente paz y de alegría interior.
San Pablo en su carta a los Filipenses nos invita también a la alegría: “Alegraos siempre en el Señor” (Fil 4,4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse; es decir, desentenderse de las dificultades y los empeños de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo: al encuentro personal con Cristo presente en el seno de la comunidad de los creyentes, la Iglesia. Cierto que en la vida es importante encontrar tiempo para el reposo y la distensión; pero la alegría verdadera está ligada a la relación y comunión con Dios, al saberse en todo momento amado por Dios y en sus manos.
Quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni nada pueden quitar. San Agustín lo entendió muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase: el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cf. Confesiones, I,1,1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se puede lograr con el propio esfuerzo. La verdadera alegría es un don, que nace del encuentro con la persona viva de Jesucristo, de hacer a Dios espacio en nosotros y de la acogida dócil del Espíritu Santo que guía nuestra vida.
A todo ello nos ayudará este Encuentro diocesano. Todos estamos invitados y convocados: niños, adolescentes y jóvenes, adultos y mayores, seglares, religiosos y sacerdotes, matrimonios y familias cristianas. Para todos hay espacio. Os espero.
El once de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo. En este Año de la fe, esta Jornada ofrece una ocasión muy especial para la reflexión desde la fe sobre el dolor humano y para renovar nuestro compromiso personal y comunitario hacia los enfermos.
El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. Es justo luchar contra el dolor y la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra puerta. La ‘clave’ cristiana de esta lectura es la cruz del Señor. La pasión de Cristo es la única que puede dar luz a este misterio del sufrimiento humano, de modo particular al dolor del inocente. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en la cruz. En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Los padecimientos de Jesús fueron el precio de nuestra salvación.
Desde entonces, nuestro dolor puede unirse al de Cristo y, mediante él, participar en la Redención de la humanidad entera. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde entonces, la cruz brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla con fe en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación, purifica y eleva el alma, aumenta el grado de unión con la voluntad divina, nos ayuda a desasirnos del excesivo apego a la salud y nos hace corredentores con Cristo.
La Jornada del Enfermo debe estar caracterizada por la oración, por el compartir el dolor de los enfermos así como por el ofrecimiento del sufrimiento por el bien de la Iglesia y de la humanidad. Pero, además debe ser como un aldabonazo para que todos reconozcamos en el rostro del hermano enfermo el rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, salvó a la humanidad.
El Papa nos invita a dejarnos interpelar por la figura del Buen Samaritano. Esta parábola es un referente permanente y siempre actual para toda la obra de la Iglesia y, de forma especial, para su actuar en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En el relato, Jesús con sus gestos y palabras manifiesta el amor profundo de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo porque, con esas palabras, Jesús nos indica cuales deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los demás, en especial con los que necesitan cuidados. El Samaritano, comentan muchos Santos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos y manifestarlo con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Pero esta capacidad de amar no viene sólo de nuestras fuerzas, sino más bien de nuestro estar en una relación constante con Cristo a través de una profunda vida de fe. De ahí derivan la llamada y el deber de cada cristiano de ser un “buen samaritano”, que se detiene y es sensible ante el sufrimiento del otro y que intenta y quiere ser “las manos de Dios”.
Iglesia Parroquial de los Santos Evangelistas, Villarreal, 09.02.2013
(Is6, 1-2ª.3-8; Sal 137; 1 Cor 15,1-11; Lc 5, 1-11)
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Acción de gracias a la misericordia divina
“Te doy gracias, Señor, de todo corazón … daré gracias a tu nombre por tu misericordia y lealtad” (Sal 137). Con estas palabras del salmo de hoy os invito, hermanas y hermanos en el Señor, a bendecir y dar gracias a Dios esta tarde y antes de nada por la profesión definitiva de nuestra Hna. Monserrat para vivir entregada a Dios siguiendo los pasos de Cristo, pobre, obediente y virgen en la Congregación de la Hermanas de la Caridad de Nevers. Su llamada a la vida consagrada, que Dios tenía preparada para ella en Cristo antes de crear el mundo y ha cuidado desde el seno materno, es una bendición y una muestra de la misericordia y ternura de Dios para con ella; es un nuevo don de Dios a nuestra Iglesia diocesana y a esta Comunidad de Hermanas de Nevers. Y es también un signo de esperanza en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad: todavía hay jóvenes como Hna. Monserrat dispuestas a acoger la llamada de Dios para seguir uniéndose en matrimonio espiritual a Cristo y entregarse generosamente a El sirviendo a la Iglesia y a la humanidad. Vivimos en la Iglesia y la sociedad tiempos necesitados de luceros que señalen con claridad la cercanía de Dios y que “Dios es nuestro Padre y tiene por nosotros una ternura infinita” en su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado, para la Vida del mundo. Este es el carisma, el don del Espíritu santo, que recibió vuestro Fundador, el monje benedictino, Juan Bautista Delaveyne, allá por el año 1680.
Llamada por el amor de Dios
Para mí es una gran alegría poder presidir esta celebración y unirme a vuestro gozo y a vuestra acción de gracias, queridas hermanas de la Caridad de Nevers. En esta celebración se manifiesta una vez mas el ternura del amor misericordioso de Dios, fuente del amor y de la Vida. Porque ¿qué son tu vocación, hermana Monse, y la bendición que hoy vas recibir si no una nueva muestra de su amor misericordioso y de su ternura? Tú lo sabes muy bien: tu vocación es una llamada del amor personal y misericordioso de Dios hacia tí y hacia su Iglesia. Repasando tu vida puedes descubrir que El mismo te llamó y que siguió susurrándote sus silbos amorosos cuando, quizás distraída por las cosas de tu alrededor o conociendo tu pequeñez y tu fragilidad, intentabas silenciar su voz. Y sólo cuando decidiste acoger su amor y que El fuese tu Todo, experimentaste esa paz inmensa que llena el alma, la paz que procede de Dios, que es el don del Resucitado.
Toda vocación es una llamada gratuita de Dios e inmerecida por nuestra parte. Nos lo muestran las tres lecturas de este domingo. En la primera lectura, Isaías narra cómo recibió la llamada para ser profeta; Pablo nos habla en la segunda de que el Señor se le apareció y recuerda su llamada para ser apóstol; en el evangelio leemos que Jesús le dice a Simón que será “pescador de hombres”.
En los tres casos aparece la pequeñez que siente toda persona que es llamada por Dios en contraste con la gloria y el poder divinos. La visión de Isaías es impresionante; en ella aparece una imagen de la corte celestial protegiendo y engrandeciendo al mismo tiempo la santidad divina. Ante lo que ve, el profeta no puede dejar de reconocer su indignidad. Igualmente el Apóstol se reconoce como el más pequeño; confiesa que ha trabajado como el que más, pero ello ha sido posible gracias a la iniciativa y la fuerza de la gracia de Dios. También Simón Pedro, que ha asistido a la pesca milagrosa, siente temor ante esa manifestación del poder del Señor y dice: “Apártate de mí, que soy un pecador”.
Ante la llamada de Dios uno ha de reconocer su pequeñez y sólo puede responder con agradecimiento. La vocación es la idea, el sueño y el camino de Dios para cada uno de nosotros hacia la Vida eterna y la Felicidad plena en Dios. Que ese proyecto se realice en nuestra persona ha de constituir nuestro ideal. Por él hemos de esforzamos y procurar adquirir aquellas cualidades necesarias para acogerlo y para cumplirlo. Por eso un sacerdote debe prepararse para adquirir la virtud y la ciencia necesarias para ser un buen pastor, o los novios han de disponerse adecuadamente para el matrimonio en el Señor o una consagrada ha preprararse durante los años del noviciado o de la profesión temporal para vivir consagrada a Dios de por vida. En las lecturas aparece daro que la misión que Dios tiene preparada para cada uno supera nuestras solas fuerzas. En cualquier vocación, siempre existe desproporción entre lo que el Señor quiere para nosotros y lo que seríamos capaces de realizar sin su ayuda. Por eso no es extraño que quien percibe la llamada de Dios se sienta indigno. Eso no ha de preocupamos, porque quien llama da también los medios para poder responder. Es lo que dice san Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, pero añade: Y su gracia no se ha frustrado en mí”, señalando que él ha correspondido a lo que Dios le pedía. Por eso es bueno no sólo detenemos ante las dificultades, sino también y sobre todo pararnos a contemplar la grandeza de Dios y su misericordia. Quien contempla a Dios y su obra puede más fácilmente descubrir lo que el Señor quiere para él y, al mismo tiempo, responder con generosidad, aun sintiéndose indigno, porque sabe que Dios todo lo puede.
Consagrada a Dios
Querida hija: te vas a consagrar al Señor y vas a ser bendecida por él para vivir de por vida totalmente entregada a El siguiendo a Cristo obediente, casto y pobre en el camino espiritual de tu padre Juan Bautista Delaveyne. No olvides nunca que en la base de tu vida está tu consagración al Señor. Considera que antes de nada está la iniciativa amorosa de Dios, que te ha llamado y te ha elegido para dedicarte a Él de modo particular. El mismo Dios te ha concedido también la gracia de responder a su llamada y te acompañara siempre para que tu consagración sea siempre una entrega gozosa, libre y total de ti misma a El.
Si lees tu historia personal descubrirás como Dios mismo te ha ido conduciendo con verdadero amor hasta el día de hoy. Y lo ha hecho para desposarse contigo en una alianza de amor y de fidelidad, de comunión y de misión para gloria de Dios. Tú también puedes decir: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”. Recuerda hoy con gratitud la historia de amor de Dios para contigo y a todas aquellas personas que Dios ha ido poniendo en el camino de tu vida hasta hoy. Si sabes acoger el don que Dios te hace y lo mantienes vivo a lo largo de los días, tu consagración será una fuente de gozo y de alegría para ti, para tu comunidad, para tu Congregación, para tu familia, para la Iglesia y para el mundo.
Te consagras hoy a Dios para vivir santamente entregada a El siguiendo el carisma de tu congregación. Vive día a día el amor de Dios unida a Cristo, tu Esposo y Señor. Tu oración personal y comunitaria te dispondrá a la comunión con Cristo y a su adoración en la Eucaristía. En la comunión diaria con Jesús-Eucaristía encontrarás la fuente para tu entrega total a Dios siguiendo las huellas de Cristo y, en Él y como Él, para vivir la verdadera comunión con todas tus hermanas y ser testigo de la ternura de Dios para los más pobres y desdichados.
Tú has entendido muy bien que Dios es el mayor bien para el hombre; tú has comprendido que nuestro mundo sigue teniendo necesidad de Dios y que, para dárselo, debías llenar tu vida de Dios y convertirte en un lugar de su presencia, entregándote completamente a él, no teniendo “más asuntos que los de la Caridad, ni otros intereses que los de los Desdichados”. En nombre de nuestra Iglesia: Gracias, por tu sí a Dios. ¡Que el Señor te bendiga a lo largo de tus días!
Para ser testigo de la ternura infinita de Dios
Por tu profesión definitiva vas a quedar constituida en testigo y mensajera del amor y ternura infinita de Dios. Tu profesión representa un don de su amor no sólo para tí, sino también para tu comunidad, para nuestra Iglesia y también para toda la humanidad. Tu profesión, signo evidente de la misericordia divina y don pascual de Cristo resucitado, has de saber ofrecerlo a tu comunidad, a la Iglesia y a todos los que Dios ponga en tu camino.
Para ser testigo y mensajera del amor y de la ternura de Dios es importante que acojas y vivas el amor y la misericordia de Dios, que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de fraternidad. Y no lo olvides: su manantial es siempre la misericordia de Dios. El Señor nos enseña que “el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a ‘usar misericordia’ con los demás: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7)” (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14). El mismo Señor nos señala además los múltiples caminos de la misericordia: la misericordia no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de los demás y de todas sus necesidades, de los próximos y de los lejanos, de los discapacitados, de los encarcelados, de los inmigrantes, de todos los heridos por la vida. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales. Su mensaje de caridad y de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia todos, especialmente hacia todo el que sufre.
Amar a Dios y al prójimo
En tu comunidad o en un trabajo, haciendo de tu vida oración y de tu oración vida, has de aprender a conocer y contemplar cada vez más y mejor el rostro de Dios en Cristo viéndolo reflejado en el rostro de tus hermanas y en el todos los desdichados que encuentres en tu camino. La contemplación del rostro de Dios en Cristo, que es amor, te ha de llevar a amarle y unirte a él cada día más intensa y profundamente en perfecta castidad. No es fácil amar con un amor auténtico y profundo, que sea reflejo del amor de Dios y que sea vivido con una entrega total de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fija tu mirada en él, sintoniza con su corazón de Padre misericordioso, ámale con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; sólo así serás capaz de mirar a tus hermanas y a los más pobres con ojos nuevos, de amarlos sabiendo que son un don de Dios para ti y de hacerlo con una actitud de gratuidad y de comunión, de generosidad y de ternura.
Apertura del corazón a Cristo
Querida Monserrat. Sé muy bien que desde la paz y la felicidad que sientes el día de tu desposorio con Cristo querrías decir a los jóvenes –y yo contigo- aquellas palabras del querido Beato Juan Pablo II: “No tengáis miedo; abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo: que es el único que puede saciar vuestra hambre y sed de felicidad”. Tú lo has experimentado ya: quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo puede encontrar su secreto en Cristo y en su corazón. El arde del deseo de ser amado; él no quita nada sino que lo da todo; quien sintoniza con los sentimientos de su corazón encuentra el amor, la felicidad y la vida; y aprende a ser constructor de la nueva civilización del amor y de la fraternidad. Un simple acto de fe y de abandono total en El como Pedro, basta para encontrar le camino de la vida y romper así las barreras de la oscuridad y de la tristeza, de la duda y del sinsentido. Porque toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece su amor.
¡Que María, Madre del amor hermoso, mantenga en ti siempre vivo tu amor de esposa de su Hijo y tu deseo de ser testigo de la ternura de Dios para con todos los hombres ! Que ella os proteja siempre: a ti, a tu comunidad y congregación, y a toda tu familia. Amén.
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