“Permaneced en mi Palabra”
Queridos diocesanos,
Cada III Domingo del Tiempo Ordinario celebramos en toda la Iglesia Católica el Domingo de la Palabra de Dios. Está dedicado especialmente a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Así lo indicó el para Francisco al instaurar la Jornada en su Carta Apostólica Aperuit illis, de 30 de septiembre de 2019.
La Palabra de Dios ocupa un lugar central en la vida de toda comunidad eclesial y un papel decisivo en la vida espiritual de todo cristiano en los diferentes ministerios y estados de vida. Jesús pide a sus discípulos “permaneced en mi palabra” (Jn 8, 31), como reza el lema de la jornada de este año.
La Sagrada Escritura es la Palabra escrita del Dios vivo. Escrita hace muchos siglos, no pertenece sin más al pasado. Es la Palabra del Dios vivo. Dios nos sigue hablando en la Escritura. En su origen y raíz está el deseo de Dios de comunicarse a la humanidad. Dios abre su corazón y designio, muestra su rostro, ofrece su amistad e invita a compartir con Él su misma vida en su Hijo, la Palabra encarnada. Dios mismo es quien nos habla y quiere suscitar nuestra fe, provocar nuestra conversión y liberarnos de nuestras esclavitudes. La Palabra de Dios pide, por tanto, ser leída, proclamada, escuchada y acogida sabiendo que es Dios mismo quien nos habla aquí y ahora.
Como dice la carta a los Hebreos, “la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4, 12). Es una palabra viva porque es la Palabra del Dios vivo; dicha o escrita en un contexto concreto, sin embargo trasciende dicho contexto para ser contemporánea a todos los tiempos, extensiva a todos los lugares y dirigida a todos los hombres. Es una palabra que se pronuncia aquí y ahora para cada uno de nosotros o para una comunidad cristiana concreta, cuando se lee, proclama o escucha. El Espíritu Santo que la inspiró, la reaviva para salvación de quienes la escuchan con fe en el presente.
La Biblia no es un simple libro de contenido espiritual. Es una Palabra viva de Alguien -Dios- que habla, actúa y se hace presente a través de ella porque quiere entablar con nosotros una relación de amor que nos va transformando. Dios nos sigue hablando en su Palabra escrita. Esto pide en primer lugar saber escuchar a Dios. No se trata de un simple leer u oír superficial, sino de escuchar con atención y con actitud de acogida la Palabra de Dios, como hace la Virgen Maria, cuando Dios le habla por medio del ángel en la anunciación. Con frecuencia leemos o escuchamos la Palabra de Dios de un modo distraído: leemos u oímos las palabras, pero en realidad no escuchamos. Como María hemos de estar atentos a Dios, para escucharle y estar abiertos a su novedad y su sorpresa en nuestra vida.
La escucha atenta y acogedora de la Palabra de Dios nos irá conformando con “la mente de Cristo” (1 Cor 2, 16); es decir, con su modo de pensar, su sensibilidad, sus valores, su adhesión al Padre y su debilidad por los pobres. Así la Palabra nos convierte e introduce progresivamente en el proyecto divino de la salvación. Nos mueve a reconstruir una y otra vez el edificio de la comunidad cristiana. Nos ofrece luz y consuelo en los momentos de angustia. Nos da aliento y nos llama a la fraternidad solidaria, nos muestra nuestra fragilidad, nos pide fidelidad para cumplir nuestra misión y nos da esperanza para perseverar sin desmayo.
Ahora bien, decir que la Palabra de Dios es eficaz no significa que siempre sea efectiva. Para que lo sea es necesaria su acogida personal y el compromiso por parte de quien la escucha de dejarse interpelar, transformar y salvar. Esto pide a su vez perseverancia. Jesús dice a sus discípulos “permaneced en mi palabra” (Jn 8, 31). La Palabra de Dios es como el espacio vital en el que el discípulo de Jesús ha de vivir y mantenerse en toda su vida y en toda su conducta. La vinculación a Jesús debe ser en efecto duradera, pues de ello depende nuestra salvación. Cuando se abandona esa vinculación, se abandona también el espacio salvífico de la fe, cayendo en el ámbito nefasto de la muerte y de la mundanidad. Permanecer en la palabra de Jesús se convierte así en característica del verdadero discípulo. Ser discípulo de Jesús consiste fundamentalmente en que el discípulo se orienta por la Palabra de Jesús como la señalización única y definitiva, como el camino que lleva a la Vida.
Celebremos con gozo esta Jornada. Que nos ayude a valorar la importancia de la Palabra de Dios en ls vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana. Escuchemos a Dios que nos habla en su Palabra para crecer como comunidad de discípulos misioneros.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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