La Iglesia nueva de Sot de Ferrer. El triunfo de la arquitectura policromada
El triunfo de la arquitectura policromada
Hace pocas fechas hablamos de las especiales circunstancias, con todos los detalles precisos de la edificación en el comentario de «La adecuación de la ermita de los Santos Patronos de Sot de Ferrer. Humilde Iglesia interina del pueblo durante la construcción de su gran templo parroquial (1778-1787)» (BOE Segorbe-Castellón, junio 2023), que llevaron a la construcción de uno de los grandes edificios monumentales de nuestra diócesis, la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de Sot de Ferrer. En el trasfondo, lo que se trasciende a la historia de aquel momento en aquel sencillo lugar del obispado, a las puertas de la archidiócesis de Valencia a orillas del Palancia, es el choque entre dos mundos, el del señor del «Antiguo Régimen» y el obispo ilustrado, el mundo tradicional del barroco y la nueva academia de bellas artes, entre el maestro de obras y cantero del antiguo régimen y el arquitecto titulado de las modernas escuelas.
En Sot encontramos uno de los últimos intentos de imponer la construcción de un edificio religioso en arquitectura barroca y rococó en nuestras comarcas, propiciada por los señores de la localidad, en contra de uno de los primeros pasos de la ilustración propiciada por las Academias de Bellas Artes, auspiciada por el obispo de Segorbe Alonso Cano y Nieto (Mota del Cuervo, 1711-Segorbe, 1780), con la llegada de los nuevos pensamientos, de alguna manera impositivos que, a través del revisionismo ilustrado en caminos, carreteras, edificios religiosos y civiles, privados o públicos, etc., llegó por inspiración real, a través del aliento reformista del castellonense Antonio Ponz, hasta los últimos confines y territorios limítrofes de nuestro territorio, ejerciendo una labor de control tan intensa que acabó, poco a poco, con las reservas de los últimos reductos artísticos para someterlos al juicio de la razón.
En aquel tiempo nos encontramos ante un verdadero cruce de caminos entre dos épocas, cuyo resultado fue la edificación más imponente del academicismo diocesano, sucediendo al anterior templo seicentista. Una realización llena de madurez, experiencia y conocimiento, perviviendo entremezclada ante la marea arrolladora de los nuevos tiempos ilustrados y la imposición de sus criterios. A simple vista, es fácilmente apreciable el valor urbanístico del templo parroquial de Sot, digno de una gran urbe, sobrepasando imponente el volumen y la altura del caserío de la localidad, sobresaliendo y centralizando el espacio más importante del entramado reticular del pueblo.
Por ello, cuando nos hallamos ante la población de Sot, al costado derecho del antiguo Camino Real, nos encontramos ante un conjunto desconcertante. Un testimonio significativo para la panorámica de la población, la gran Iglesia parroquial con su monumental fachada “a la romana” con dos campanarios, el de levante reaprovechado del templo anterior. Una armoniosa composición donde el espíritu académico respira por todos sus poros, que resultó arquitectónicamente revolucionario en nuestras tierras diocesanas, rompiendo con una estructura tradicional de siglos, entre clasicismos y barroquismos, implantando un modelo absolutamente novedoso por estos parajes y sin solución de continuidad.
Sin embargo, ese modelo absolutamente neoclasicista romano, ejecutado esencialmente en piedra y ladrillo, volvía a apostar por una solución digamos “tradicional” en nuestro devenir artístico propio: el acabado revocado y polícromo de esa fachada en tonos ocres y amarillos que, por un lado, protegían al muro de las inclemencias del tiempo y el azote diario del sol y, por otro, aportaba una escenografía colorística, aun visible, a todo el frontis recayente a la plaza principal del pueblo, con una visión de varios kilómetros a la redonda a lo largo de todo el valle.
Unas gamas cromáticas presentes en otras importantes construcciones de nuestro patrimonio histórico de ese momento a lo largo de todo el territorio valenciano. En ese sentido, el aspecto actual neutro y apagado de las tonalidades de la obra, con sus problemas estructurales, constituyen una consecuencia de las penalidades propias sufridas desde tiempos decimonónicos hasta los episodios de la posguerra, así como de la ausencia de intervención en su fábrica por imposibilidades económicas por largo tiempo. Por todo ello, una vez estabilizado el edificio, la recuperación de los colores originales y documentados, conllevaría la recuperación plástica del verdadero aspecto original de todo el frontis, con apilastrados de orden gigante y grandes cornisas y frontón, a la manera basilical romana de la época dorada.
Afectada la fachada, desde hace años, de grandes problemas de consistencia de la piedra vernácula empleada, de regular calidad, la recuperación de los cromatismos y decoraciones exteriores reales vienen a revelar una profusa ornamentación rotunda y artística completa, envuelta en colores, tonalidades y gamas propias un tanto heredadas del decorativismo del último barroco vernáculo. Por ello, resulta importante para la salvación de nuestro patrimonio histórico la necesaria actuación exterior completa, tanto de su fábrica como en la vuelta al antiguo aspecto pictórico del contorno, que nos permita encuadrarlo dentro del perfil usual dominante dentro de los monumentos propios de su época. Una actuación que permitiría recobrar elementos ornamentales fundamentales de su apariencia que, debido a las circunstancias y dificultades de algunos momentos históricos, no fueron tenidas en cuenta, recuperando el sentido estético y el criterio artístico de una obra tan importante y emblemática para nuestra diócesis.
Su perfil, ricamente coloreado en tonos llamativos, constituía un verdadero faro visible desde toda la vega media del río Palancia, impactando a todos los viajeros que subían y bajaban desde el Reino de Aragón al de Valencia. Una obra arquitectónica levantada en escasos diez años (1777-1787), que constituye un ejemplo único y singular de este momento histórico en nuestra región, realizada en un momento de transición, antes de que los nuevos tiempos ilustrados, impulsados desde la monarquía, vinieran a imponer completamente sus criterios.