Tiempo de gracia para nuestra Iglesia diocesana
Queridos diocesanos:
Hay tiempos fuertes en que podemos experimentar especialmente la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida y en la vida de nuestra Iglesia. Dios nunca nos abandona; pero hay momentos en que Él nos llama con más fuerza a abrir nuestro corazón a su presencia para acoger los dones que quiere derramar sobre nosotros. Hoy deseo referirme a dos de estos momentos en la actualidad: la ‘visita ad limina apostolorum’ (a las tumbas de los Apóstoles) en Roma, que he realizado en enero junto con los Obispos de las Provincias eclesiásticas de Valencia, Tarragona y Barcelona, y el próximo Año Jubilar diocesano.
La visita ad limina han sido cinco días intensos de oración y de encuentro, de convivencia y de trabajo en organismos de la curia romana; cinco días que nos han fortalecido en la fe apostólica, en la comunión con el Papa y entre los Obispos, en la sucesión apostólica y en el propio ministerio episcopal. Ha sido un acontecimiento de gracia, en que hemos experimentado la presencia viva del Señor en nuestra Iglesia y que nos alienta a salir a la misión. Especialmente intensos han sido la concelebración de la Eucaristía y la oración en cada una de la Basílicas Mayores, y el encuentro con el Santo Padre, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la Iglesia.
La Eucaristía ante los restos de San Pedro en la Basílica de su nombre ha sido una gracia singular; sentí como, a través de mi persona, nuestra Iglesia diocesana se unía a Pedro, la roca firme sobre la que Jesús edificó su Iglesia y que el Señor resucitado sostiene por la acción del Espíritu Santo; recité el Credo apostólico en nombre de toda la Diócesis y pedí para todos nosotros al Señor por intercesión de Pedro firmeza y perseverancia en la fe apostólica. Similar experiencia tuve en la Santa Misa ante los restos de Pablo en su Basílica extramuros; le pedí a Dios que, como al Apóstol de los gentiles, nos conceda la gracia de vivir unidos en la comunión con Cristo y la fuerza para anunciar sin desmayo el Evangelio, también en la dificultad y la persecución; en una palabra, le pedí que, unidos en la comunión con el Señor, nos dejemos renovar por el Evangelio y salgamos a la misión de llevar a todos, la alegría, la belleza y la verdad del Evangelio. En la Eucaristía en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa como Obispo de Roma y la iglesia madre de todas las catedrales, se hizo visible y fortaleció la comunión de nuestra Iglesia de Segorbe-Castellón con la Iglesia universal. Y, finalmente, en la Basílica de Santa María la Mayor, puse bajo su especial protección el próximo Jubileo diocesano.
El encuentro con el Papa quedará para siempre en mi corazón. El Santo Padre se mostró cercano, sencillo, como un hermano y, a la vez, como un padre y maestro en la fe. Pudimos preguntarle con total libertad. Muchos fueron los temas tratados en las dos horas y media de encuentro. El Santo Padre respondió a todas las cuestiones planteadas. Y nos alentó a seguir proponiendo a Cristo y el Evangelio, y a hacerlo con misericordia, cercanía y ternura. Me sentí confirmado en la fe y alentado en el ministerio episcopal.
De otro lado, el viernes de la semana pasada presentábamos los actos del próximo Año Jubilar Diocesano. Nuestro Jubileo es un Año de gracia de Dios para toda nuestra Iglesia diocesana, y lo será si ya nos vamos preparando.
Por ello os exhorto a volver nuestra mirada a Dios para abrirnos a su presencia amorosa en nuestra Iglesia diocesana. Dios nos precede y acompaña siempre. Cristo Jesús ha resucitado y actúa en y entre nosotros por la fuerza del Espíritu Santo. ¡No tengamos miedo! Demos gracias y alabemos a Dios Padre, fuente de todo bien personal y comunitario, por todos los dones recibidos a lo largo de estos casi ocho siglos de historia y por el don de nuestra Iglesia diocesana. Cada uno está invitado a recordar con gratitud a Dios y avivar los dones recibidos personalmente de Él: la fe, el bautismo, la vocación, los carismas o el ministerio.
Cultivemos de modo especial el encuentro personal con Jesucristo vivo y presente en su Palabra, en la Eucaristía, en su Iglesia, en los pobres y necesitados. Pidamos el don de la conversión personal y comunitaria para restaurar la comunión con Dios y con los hermanos. La conversión implica reconocer el propio pecado ante un amor que nos sobrepasa, y, a la vez, la sincera disponibilidad para iniciar, con la ayuda de la gracia, una vida renovada que nos lleve al gozo de la comunión fraterna y universal.
Os invito de corazón a celebrar el sacramento de la Penitencia, que recibimos en la Iglesia y nos reconcilia con ella, para devolverle su belleza y profundizar en nuestra pertenencia a ella. La indulgencia plenaria que nos ofrece la Iglesia en este Jubileo nos purificará y ayudará para la renovación personal y comunitaria, pastoral y misionera. Cultivemos el mandamiento nuevo del amor, la comunión cristiana de bienes y la dimensión social de la fe, para trabajar y posibilitar que todos vivan como hermanos nuestros y como hijos predilectos del Padre.
Dios nos ofrece un tiempo de gracia para crecer en la comunión para salir a la misión.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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